Revelación del teatro porteño: Lucía Adúriz, la actriz que deslumbra a los espectadores y no para de crecer

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“Vivo el presente con mucha felicidad y agradecimiento. Creo que es el resultado de una senda, de un paso a paso. Egresé de la EMAD (Escuela Metropolitana de Arte Dramático) en 2007, estoy pisando los veinte años de trabajo”.

Lucía Adúriz. De apellido difícil, “a muchos les cuesta recordarlo”, pero para casi nadie pasa inadvertida. En lo menudo de su contextura se cobijan algunos dolores profundos. Esos que la vida se encarga de ofrecer sin pedir permiso y que ella reflotará en voz alta a lo largo de la charla.

“Pienso que la gente que fui conociendo y las alianzas creativas que fueron germinando también tienen que ver con no resignar nunca, perseverar en el camino y tener, por sobre todas las cosas, mucha fe”.

Esos frutos hoy se materializan con el estreno -este domingo en el teatro Picadero– de Quien sea, llega tarde, pieza escrita por Eusebio Calonge y dirigida por Paco de La Zaranda, donde la actriz compartirá la escena con Nayla Pose, bajo la producción de Sebastián Blutrach.

–Hago metamorfosis lingüística y transformo el nombre en interrogante. Quién sea, ¿llega tarde?

–Buena pregunta, casi sin respuesta.

–El título de la obra, por cierto, propone una singularidad de lecturas.

–Es muy sugestivo. Cuando (Sebastián) Blutrach me convocó, apareció en mí una mezcla de ganas, excitación, miedos. Y, al leer el texto, me di cuenta que se trataba de un material difícil.

Un apagón tecnológico que afecta la provisión de agua y cualquier tipo de comunicación con el exterior, plantan a dos mujeres oficinistas en una vigilia: “Esperan solas algo, qué o quién, ¿quién lo sabrá?”. Una espera “beckettiana”. Un “Godot” por aguardar. “También aparece algo ´kafkiano’, por lo burocrático de la situación”.

–Un planteo distópico, pero no tan distanciado, basta pensar en la pandemia de Covid.

–Hace poco, en España, y en otros países de Europa, hubo un apagón total. Nos hizo pensar en este mundo hiperconectado y globalizado que puede, de pronto, desaparecer. ¿Qué hacemos con los cuerpos y la vida si el vivir es tener, usar? Si eso se va, ¿qué nos queda? En la obra se ensayan algunas respuestas. Quizás aparece una nueva trinchera que es la imaginación y el poder recuperar otros espacios de lo humano. Todo dicho como La Zaranda -compañía de teatro de origen español- sabe hacerlo.

–Con una poética muy propia de la palabra y también de los dispositivos escénicos simbólicos.

–Muy lejos del discurso del panfleto, buscando un teatro de mucha materialidad, de acto de magia, de “cuquería”, poesía que se ve y pintura que se oye; con objetos que se transforman en otra cosa.

Las máscaras del drama y la comedia enmarcan a la chica de sonrisa siempre dispuesta

Cinco obras en simultáneo es su récord para habitar la escena porteña. “Tengo un hiperfoco y me obsesiono con los materiales. Veo cine, leo, indago en todo lo que tenga que ver con las obras que estoy haciendo”, reconoce la actriz a la que hoy también se la puede ver en Saraos uranistas (Galpón de Guevara) y Pampa escarlata (Centro Cultural Ricardo Rojas). Y, hasta no hace mucho, formando parte de Paquito, la cabeza contra el suelo (Metropolitan). En octubre, también se repondrá Quiero decir te amo (Picadero), otra de sus travesías escénicas. ¿Quién da más?

Ser

“Soy tímida y pudorosa”, sostiene. ¿Hay que creerle? Hija de docentes. Estimulada en el arte desde muy pequeña, cuando caminaba las calles del barrio de Colegiales, donde nació. Hoy, es una de las actrices más convocadas de su generación. No pasa inadvertida.

En escena pisa fuerte con impronta feroz, desparpajo, una mueca singularmente poética y una plasticidad física a la que le sabe sacar partido. La semántica de un cuerpo disponible para hacer fluir sentido, de eso se trata.

Actúa y canta. Ejerce la música en teatros o en la calle. Da igual. Lo trascendente es hacer y hacerlo para alguien. Se atreve con el tango y con la cumbia. ¿Incompatibles? Para nada. Lenguajes que nacieron en las orillas para contar realidades de las periferias populosas.

“Cada propuesta trae su universo particular, así que eso hace que no me aburra nunca”, reconoce desde su muy menudo cuerpo que se expande en escena, como le sucedía a la Merello. Y sí, hay algo de ella que recuerda a ese tipo de actriz poderosa. “Creo que mi polifonía tiene que ver con rebuscármela, con esos años donde hubo ´parates´ teatrales y fui en busca de opciones artísticas por el lado de la música”.

El lenguaje de la calle le sienta bien. En la vía pública suele presentarse con su banda Carniceros del amor

En su forma de ejercer el humor y el mohín en escena también emerge algo que recuerda a Niní Marshall. Alguna vez, alguien en la calle se lo dijo. “Me encanta esa cosa de capocómica que tenía, de la búsqueda vocal, donde el personaje está basado en la manera de hablar y en sus inflexiones. Siento que soy muy vecina de esas voces, trato de invocarlas”.

–¿No está en los planes generar un unipersonal de humor?

–Siempre están las ganas, es un tema que hablo con Juanse (Rausch), un director que amo y con quien trabajo mucho.

De pronto, la vocación

“Crecí viendo Magazine for fai, ver a Violeta (Urtizberea, su compañera en Quiero decir te amo) era la panacea, por eso, cuando me tocó trabajar con ella, fue hacerlo con alguien conocido, algo parecido a lo que cuenta la obra, un cariño y deslumbramiento mutuo”.

Sin embargo, cuando, en plena infancia, se enfrascaba frente al televisor para disfrutar de aquel ciclo de culto, no soñaba con ser actriz. “Aunque con mis hermanos jugábamos al teatrino o actuábamos los programas”.

Lucía tiene tres hermanos varones, dedicados a la sociología, la física y los recursos humanos. “Son mis críticos más exigentes y queridos, ven varias veces las obras”.

Cursó su secundaria en el colegio Argentina Modelo. Una beca le permitió completar allí sus estudios y contar con su padre entre sus profesores. “Como allí no existía una oferta artística, a mi papá, que dictaba Lengua y Literatura, se le ocurrió crear un taller de teatro. La propuesta era montar, durante todo el año, un espectáculo”.

La actriz recuerda que tenerlo a él como docente implicaba un compromiso: “Era la única materia que estudiaba. Mis compañeros me pedían que les pasara los exámenes, no entendían que me enteraba qué iba a tomar mi papá al mismo tiempo que ellos”.

–Te anotaste en el taller de teatro que brindaba tu padre.

–Vencí mi timidez y me lancé. Votamos hacer Esperando la carroza, de Jacobo Langsner. Me eligieron para que interpretara a Mamá Cora, pero mi sueño era hacer a Elvira. Fue espectacular el proceso. En quinto año, repetimos la experiencia con la versión teatral de Fausto (La trágica historia del doctor Fausto) de (Christopher) Marlowe. Allí me tocó interpretar a Mefistófeles.

–Del grotesco al mito.

–Esa podría ser la definición de la historia de mi vida.

Del grotesco al mito, una buena definición para establecer el recorrido de su vida

La llama ya estaba encendida, al menos desde lo inconsciente. “Cuando terminé el secundario no tenía ni idea qué carrera elegir, pero mucha gente me sugirió que estudiara actuación”. Algo habían visto en ella que despertó tal incentivo. Fue su cuñada la que la orientó y le explicó que se podía estudiar actuación de una manera formal. “Abrí la Guía del Estudiante y encontré, por azar, la oferta de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático. La vocación se va forjando, crece”, asevera.

Ni bien Lucía se recibió en la EMAD, el fallecimiento de su padre la diezmó: “Mi cabeza estaba en otro lado, se me complicó la vida anímicamente. Al poco tiempo, también mi madre enfermó y murió, así que tuve que salir a laburar de otras cosas”.

Sus padres -que no habían cumplido los 70 años cuando fallecieron- dejaron una gran ausencia para sus cuatro hijos. “Se fueron muy jóvenes”.

A la tristeza personal se le sumaba cierta incertidumbre en torno a cómo ejercer su vocación. “Salí de la EMAD con el título de ´actriz´, pero no sabía qué camino tomar”.

–¿Qué empleos tuviste hasta asentarte en la carrera artística?

–Fui encuestadora e hice análisis de mercado; lavé perros en una veterinaria; cuidé chicos como niñera; me encargué de tipear para una empresa de marketing donde desgrababa casetes de tres horas; y me contrataron como empleada de la Universidad de Lanús. Hice de todo.

–¿Cómo sobrellevaste la muerte de tus padres?

–Estaba muy pegada a ellos. Cuando decidí mi camino artístico, nuestro vínculo se profundizó mucho más, porque les encantaba el arte, sabían mucho. Todo era una fiesta de conversación, debates e ir a ver espectáculos. Cuando se fueron, se produjo un silencio importante.

Su padre no llegó a verla actuar de manera profesional. Su madre, en cambio, pudo aplaudirla en la obra Islas de la memoria, aunque, antes de terminar la temporada, fue cuando se produjo su fallecimiento.

Los prestigiosos Andrea Garrote y Marcelo Savignone fueron algunos de los maestros con los que fue entrenando. “En tiempos sin trabajo, mis hermanos siempre estuvieron detrás de mí para ayudarme”.

Amor

El amor le llegó de manera inesperada y casi fue un capricho del destino unirla con su actual pareja. Francisco, su novio, es amigo de Stefanía, pareja del dramaturgo y director Mariano Tenconi Blanco (dramaturgo y director de Quiero decir te amo). “Una tarde, en los camarines del Picadero, me dijo que conocía una persona para presentarme”.

–Algo le hacía pensar que podías “machear” con Francisco.

–Tal cual.

–¿Cómo fue el encuentro iniciático?

–Lo primero que me dijo Francisco fue “te conozco, te vi cantar en la calle con tu banda Carniceros del amor”.

El cuento dice que el joven quedó maravillado con Lucía y, bastante tiempo después, cuando asistió al estreno de Quiero decir te amo, se topó con la foto de aquella mujer que lo había impactado. Era la chica que cantaba en la calle. “Entre una cosa y otra había pasado más de un año, pero él no se había olvidado, aunque se tomó su tiempo para reaccionar”.

Lo fortuito no le es ajeno. Así como sucedió con su novio, a sus compañeros de banda de cumbia los conoció en una playa de Mar del Plata. “Les pasé mis datos, pero pensé que no se iban a comunicar, sin embargo, me llamaron y arrancamos. Hace once años que estamos juntos”. La agrupación no puede tener un nombre más sugestivo, Carniceros del Amor.

Además de recorrer ese lenguaje festivo y popular, formó parte de las agrupaciones de tango El Spleen y Tinta Floja. La charla deriva en esas cuestiones y Adúriz arremete sin pudores en el bar del centro con aquello de “igual que baldosa floja salpico si alguien me pone el pie”.

–Si continuás, paso la gorra.

La milonga suena inmaculada en esta mujer de cuerpo en envase menudísimo y potencia abrazadora.

En junio de 2026, Lucía Adúriz y Nayla Posé visitarán Madrid para ofrecer Quien sea llega tarde en los Teatros del Canal

–¿Qué tango te define?

–Es muy difícil responder eso.

–Juguemos.

–Debería ser alguno alegre, como una rancherita o una milonga. Podría ser “Me enamoré una vez”.

–Mientras no desees “no me enamoro más”, como marca esa milonga.

Y ahí mismo embiste deliciosamente, “cuando quise yo quererte, vos no me quisiste, vos no me quisiste, y aura que querés prenderte, no te doy alpiste, no te doy alpiste”.

Le da una impronta canyengue a su decir que recuerda a las cancionistas de la primera mitad del siglo pasado.

Zarandearse

A pesar de lo exhaustivo del proceso de ensayos de Quien sea llega tarde, la actriz reconoce que “se trata de un proceso gozoso, de mucha alegría, como es el teatro de La Zaranda, donde de la desesperación sale la ingenuidad y la alegría profunda, la defensa de la imaginación y la dignidad humana”.

–¿Es esperanzada la propuesta?

–Sí, porque tiene que ver con la alegría de los que saben que perdieron y, sin embargo, están dispuestos a todo, y tienen afecto y ternura. Zaranda mezcla lo tenebroso con la felicidad, la muerte soplándote la nuca, pero también la ingenuidad y la imaginación que llegan al rescate.

–¿Cómo es la experiencia personal de trabajar con dos integrantes de La Zaranda?

–Es un sueño cumplido. La primera vez que los vi en Buenos Aires fue junto a mi mamá, quien tenía una resonancia muy especial con esa España del sur, con el gótico, la escritura de Valle Inclán y San Juan de la Cruz. Algo de todo eso también se respira en La Zaranda.

Los ensayos de la nueva obra se organizaron de lunes a lunes, para poder capitalizar el mes en el que el dramaturgo y el director se encontrarán en Buenos Aires. Si bien implica un esfuerzo físico y emocional para Adúriz y Pose, lo cierto es que también se convierte en una suerte de clínica exhaustiva que explora no sólo la pieza a estrenar, sino también los modos bien definidos de dos de los integrantes de la compañía española.

“El teatro de La Zaranda es un faro, hace pensar qué fuerza tiene el teatro. El grupo hace un uso del lenguaje que me resulta interesantísimo”, afirma la actriz.

–¿Qué compartís con Calonge y Paco de La Zaranda?

–Charlas de café, comidas después de los ensayos. Tienen un sentido del humor que me encanta.

–Son artistas sumamente exigentes.

–Lo son, porque hay mucha exigencia, como si se te fuera la vida en lo que estás haciendo. Me parece que eso, en estos tiempos, está muy bien.

–Sos muy joven y con mucho por hacer. ¿Cuál es ese deseo profundo que ronda en vos?

–Me encantaría trabajar en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín. Y me gustaría compartir proyectos con gente que admiro mucho como Paola Barrientos y Ciro Zorzoli y con mujeronas como las Gambas al Ajillo o Piel de Lava.

–¿Qué texto te gustaría abordar?

–Un clásico nacional de Armando Discépolo y algún texto de Antón Chejov o William Shakespeare, que siempre son desafiantes para una actriz.

–Con tantos materiales transitados en simultáneo, ¿cuál es el paréntesis?

–Alguna siesta, el silencio y el mate, también practico Tai Chi Chuan. Necesito esa pausa física y emocional. Pero, además de todo eso, se trata de vivir con la alegría de entender que, en lo que refiere a la vocación y el trabajo, va la vida en eso, pero también comprender que no es tan importante, y que las verdaderas luchas están en otro lado. El arte tiene una grandeza particular, pero, a la vez, en este mundo, el verdadero honor y gloria lo tienen otros.

–En un contexto internacional que resuena tan desolador, no es menor el rol del artista.

–Es fundamental, el trabajo del artista es la trinchera final, de resistencia, y de imaginar otro mundo posible.

Para agendar

Quien sea llega tarde. Domingos a las 18. Teatro Picadero (Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857)

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