La teoría de la evolución, desarrollada por Charles Darwin, científico inglés del siglo XIX, postula que las especies cambian con el tiempo, sumando a sí mismas características ventajosas o positivas, lo que eleva sus posibilidades de supervivencia. Esto, llevado al mundo de los negocios, muestra que las empresas (incluso las economías) que se adaptan y transforman —es decir, que interiorizan los cambios— en un entorno cambiante pueden crecer y prosperar.
Con lo anterior en mente, diríamos también que el reto de las economías está en adaptarse rápidamente a su entorno local e internacional, anticiparse y hasta (¿por qué no?) interiorizar los costos asociados a los distintos escenarios que puedan enfrentar. Naturalmente, quienes cuenten con los mayores recursos y capacidades para administrarlos saldrán adelante. En el mundo real, más aún en países de la región, seguramente hay aspectos o problemáticas que no podemos ni debemos interiorizar, ni mucho menos normalizar, por más que, a pesar de ellos, la rueda siga girando.
Aun estando a puertas de una campaña electoral, los números revelan señales positivas sobre el desempeño de la economía peruana en lo que queda del año, e incluso durante 2026, aunque con menor ritmo. El Banco Central de Reserva del Perú (BCRP), en su último Reporte de Inflación, eleva su proyección de crecimiento para 2025 de 3.1% a 3.2%, asociándola a un mayor dinamismo de la demanda interna —servicios, construcción y manufactura, principalmente—, sumado a una mejora en la confianza empresarial. También advierte que persisten factores relevantes que podrían limitar el dinamismo de la economía: la desaceleración económica mundial, un menor crecimiento de China o los efectos de la inestabilidad política y el eventual escenario electoral.
En distintos foros o espacios empresariales en los que participamos, al intercambiar comentarios sobre la coyuntura política y económica, si bien existe una preocupación generalizada, parece que los riesgos están siendo interiorizados, incluso normalizados. Después de una pandemia y años de incertidumbre política, se percibe que “no podríamos estar peor”. Factores externos e internos ya son considerados al momento de tomar decisiones de inversión o desarrollo de negocios, sobre todo en sectores que mueven la aguja: servicios, construcción y manufactura.
No obstante, algo que no deberíamos normalizar es la inseguridad y el crimen organizado. Estos también afectan a diversas actividades. El pago de cupos ya tiene incluso un mercado propio. Empresarios de todo tamaño —grandes, medianos, pequeños y micro—, en toda actividad comercial, están expuestos a extorsiones. Incluso grupos musicales de larga trayectoria padecen este flagelo. Ante la inacción del Estado, no quedaría más que “alinearse” o cerrar el negocio, normalizar o claudicar, para no exponer la vida de uno ni de su familia. La inseguridad y el crimen organizado también generan inestabilidad política e incertidumbre, lo que afecta negativamente las decisiones de inversión y consumo.
La economía peruana subsiste con serios problemas estructurales: informalidad, un sistema de salud público deficiente, brechas de infraestructura que se atienden a paso de tortuga, corrupción e ineficiencia en el manejo de los recursos públicos en el interior del país, entre otros más. Pero ¿podrá hacerlo frente al hampa? A eso estamos llegando.