ROSARIO.– Maximiliano Salas es el villano favorito. Inspirado en aquella película maravillosa, para grandes y chicos, el Mencho es héroe, verdugo, goleador y peleador. Odiado y amado. Todo, todo, en un envase poco ortodoxo de un jugador convencional. No tiene pinta de crack; es un arrabalero del fútbol. ¿El dueño del morbo, el malo de la película, el traidor según el vulgar pensamiento popular?
Arrancó el partido y definió la llave. Iban 4 minutos y levantó a River, cortó una serie de cuatro derrotas y llevó al gigante, al que defiende ahora, cuando un puñado de meses atrás se desvivía por Racing, a las semifinales de la Copa Argentina, en las que espera Independiente Rivadavia. Logró algo muy valioso: romper el hechizo del peor momento de la historia de Marcelo Gallardo como entrenador millonario. Nunca había caído tan bajo.
River fue Salas y se sostuvo en un equipo combativo, luchador, contragolpeador, que generó, al menos, cinco, seis situaciones claras de gol más. No fue el que imagina su entrenador ni el que marca el pulso de la leyenda del Monumental; necesitaba sentirse vivo, fuera como fuera. Con Marcos Acuña en modo campeón del mundo (pendenciero también, lamentablemente, una vez más) y defensores que dieron en la tecla, como el pibe Lautaro Rivero, como el “nuevo” Juan Portillo, como el ahora sí seguro Lucas Martínez Quarta.
Racing hizo todo para empatar. La verdad: debió hacerlo. Pero cayó en la trampa del descontrol, propio primero y general después. No solo por la tarjeta roja a Maravilla Martínez, sino también por su ataque vertical y descontrolado. Todo en un contexto de fútbol eléctrico y apasionado en el primer tramo y un final que fue un ring a cielo abierto. Todos contra todos, porque casi ninguno sabe ganar y casi ninguno sabe perder.
A los 4, del morbo al eclipse. Juan Fernando Quintero, Acuña (pase de campeón mundial), Facundo Colidio por la izquierda, centro y definición del 9, de zurda, en el área chica. Facundo Cambeses salvó a Racing un par de minutos después, en un mano a mano con el Mencho, luego de una salida en falso de la última línea de la Academia. Se espiaba: iba a ser un partidazo.
El equipo millonario debía cambiar ciertas actitudes, algunas decisiones estratégicas. Como la pelota parada en contra. Hombre a hombre, en los tiros de esquina; esa fue la idea en Arroyito. Un modo de recuperar presencia en una zona en la que solía defender jugando a las escondidas. Otro punto: empezó el partido con una defensa de cuatro intérpretes y a medida que fueron transcurriendo los minutos, se sostuvo con cinco, con Portillo entre los centrales.
Racing tomó la lanza y la pelota más tarde. Reclamó dos penales y Agustín Almendra, en el desvarío millonario, puso de cara al gol a Maravilla. Entre Martínez Quarta y Franco Armani transformaron la hipótesis del empate en un milagro.
El desarrollo, en todo el contexto, fue de primera. Nada que ver con la actual Liga Profesional, se jugó con la huella de otro tiempo. Primero, con fútbol. Luego, con valentía. Más tarde, con provocaciones. Un mano a mano furioso, al palo. Un clásico con aroma de los años noventas.
Santiago Solari, dos veces Colidio, otra Salas. Todo un misterio que el partido siguiera apenas 1 a 0. Un codazo de Maravilla a Portillo mereció una tarjeta amarilla, según el criterio de Hernán Mastrángelo, con las libertades y las ingenuidades de jugar sin VAR.
En el comienzo de la segunda mitad, Gallardo otra vez sacó a Juanfer en un partido decisivo, y lo reemplazó por Nacho Fernández, en un contexto más áspero, siempre clásico, aunque con una dosis menor de creatividad y pensamiento lateral. Todo más básico, más elemental, pero con la misma intensidad.
Un show de bengalas, arrojadas al viento desde la cabecera de Racing, pudo acabar con un contratiempo serio: una de ella cayó literalmente abajo, entre sus propios hinchas. La humareda interrumpió el espectáculo, justo cuando su equipo avanzaba con mayor decisión. Situaciones que el fútbol argentino (la sociedad argentina, en realidad) jamás supo erradicar. El desarrollo estuvo interrumpido durante 10 minutos. Curiosamente, fue el momento (triste momento) en el que las dos hinchadas mostraron su repertorio de cánticos y pasión desbordante. Amor por los colores propios, desafíos hacia la otra cabecera. Arroyito pareció venirse abajo.
La historia había quedado en un córner en favor de Racing.
Y la película siguió así: con la Academia al ataque, furiosa y desordenada, emocional y desatada; con la conducción de Sosa, Bruno Zuculini y Gastón Martirena, recién ingresado. Como para comprender el escenario. El equipo millonario recordó cada vez más épocas pasadas, aquellas del contragolpe con el Bambino Veira en la exitosa conducción y, más acá en el tiempo, con los ataques veloces y peligrosos a campo abierto del Mencho Medina Bello (en Racing primero, en River luego), el Salas de la nostalgia.
Compacto de River 1 vs. Racing 0
Esta vez, River reclamó una mano de Nazareno Colombo en el área. ¿Debía ser penal? Sin tecnología, con Mastrángelo habitualmente a 50 metros y todos los jugadores al filo del reglamento, cualquier cosa podía pasar. En la realidad y en la ficción.
Algo le faltaba al clásico: el ingreso de Marcos Rojo. Y se dio. El defensor actuó un puñado de minutos, con el cuchillo entre los dientes, huellas del pasado xeneize y la novedad de que desde ahora va a poder jugar el torneo Clausura. Sin embargo, el protagonista central en ese lapso volvió a ser Maravilla, por otro manotazo, nueva amarilla y expulsión. Debió ser echado un rato antes el delantero, fenomenal en el área, desconcertante cuando se olvida de jugar. Cuando no puede hacerlo, en realidad.
Antes de un lateral, Acuña hizo jueguitos con la pelota. Un modo de provocación, según los códigos futboleros. Otra revuelta, otro reparto de tarjetas, en un duelo que terminó como una pelea de guapos de barrio, capos de lengua filosa y manotazos extendidos, incomprensible ante todo lo bueno que habían creado un rato antes.
Ya era de noche. No hubo tiempo ni para una trompada al viento más. El fútbol ya se había escondido con el sol. Y ganó River, que fue el más guapo y que tiene un ancho de bastos. Salas es un gladiador monumental.