No logró escapar al denominador común que envolvió a la mayoría de los clubes argentinos en los octavos de final de las copas internacionales. River tampoco pudo convertir, solo lo hicieron Estudiantes y Central Córdoba, aunque los millonarios se marcharon de Asunción energizados, después de un primer tiempo de bajo vuelo y una actitud que provocó enojos en el técnico Marcelo Gallardo.
El empate 0 a 0 con Libertad, por la Copa Libertadores, empuja a que el Monumental se presente como el escenario de la definición, cita a la que llegará con un semblante recompuesto después de enseñar una reacción que tuvo como plataforma las modificaciones de nombres que ejecutó el entrenador en el entretiempo. De equipo tibio y dominado, sin juego y desorientado frente a un rival que lo maniató, a una alineación protagonista, que acorraló al Gumarelo y convirtió al arquero Martín Silva en la figura del partido.
La exploración para construir una formación que se ajuste al modelo futbolístico marca la agenda de River, que en el comienzo de la llave de los octavos de final tuvo un examen para renovar la ilusión y desterrar los altibajos que asaltan al equipo. No aprobó la materia, o al menos no logró despegarse de ese rótulo: por pasajes se nubló, aunque tuvo el espíritu para convencerse que tiene elementos para soñar.
La triple competencia, porque el torneo Clausura y la Copa Argentina se suman a los objetivos que tienen a la Libertadores como fijación, obliga a medir esfuerzos para sostenerse competitivo en todos los frentes. El receso resultó una ventana para oxigenar el plantel: la venta de Franco Mastantuono y el regreso de Juan Fernando Quintero las negociaciones que etiquetaron el mercado de pases, que incluyó las salidas de González Pérez, Adam Bareiro, Matías Rojas, Rodrigo Aliendro, Gonzalo Tapia y Santiago Simón y las incorporaciones de Maximiliano Salas, Matías Galarza, Juan Portillo, el juvenil Álex Woiski, y los repescados Sebastián Boselli –desde Estudiantes– y Lautaro Rivero, desde Central Córdoba. Recuperar al lesionado Sebastián Driussi es una noticia alentadora, que contrastó con la baja de Germán Pezzella, que se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda.
Contra los análisis previos, Libertad se plantó para pulsear el control de la pelota y del terreno. La superioridad numérica en la zona de los volantes, con cinco futbolistas que se desdoblaban para defender y atacar, permitía a los paraguayos mover la pelota y sorprender, con un libreto sencillo pero efectivo: pelotazos, ganar la segunda jugada e intentar alcanzar el fondo de la cancha y descargar. River, que por individualidades es superior, no leyó qué le ofrecía el rival: Libertad tapaba a los laterales Montiel y Acuña y obligaba a que Kevin Castaño se convirtiera en eje, por sobre Enzo Pérez; la combinación de pases entonces era intrascendente, no servía para tomar confianza. Muy lejos del protagonismo que idealizó Gallardo, que especuló que el rival esperaría sin proponer.
Un centro de Iván Ramírez que se cerró y motivó a que Armani manoteará la pelota al córner, un desborde de Lorenzo Melgarejo que atrapó el arquero y un cabezazo de Álvaro Campuzano, tres advertencias que Libertad le dio a River, que siguió sin tomar nota. Libertad dejó que el rival se adelantara y aplicó la partitura que Gallardo sospechó: correr con campo a favor hacia el área de los millonarios.
Hugo Fernández explotó el hueco que brindó Montiel y que no defendió Boselli –Galarza ensayó la corrida defensiva–, definió cruzado desde la izquierda y Armani con una mano rechazó. Los gestos del Muñeco denotaban inconformismo: no había control, tampoco pases seguidos y mucho menos ideas para romper el sólido esquema guaraní.
Una escalada de Marcos Acuña y la definición de Gonzalo Montiel, que atoró el arquero Silva; una pequeña construcción que generó Facundo Colidio, pero que descubrió a Miguel Borja a contramano de la acción –al igual que en el remate que bloqueó Robert Rojas–, lo mejor que desarrolló River en el primer tiempo. La pulseada estratégica la marcó Libertad, que con esfuerzo y concentración apagó a los millonarios.
El tridente Lencina-Borja y Colidio prácticamente no gravitó en el juego, una señal preocupante con la que Gallardo se marchó al vestuario. La respuesta a ese fastidio por la escasa respuesta se reflejó en las tres modificaciones que dispuso el entrenador al regreso del descanso: Quintero, Nacho Fernández y Driussi saltaron desde el banco de los suplentes.
Sin un delantero de área como referente, como era Borja, la movilidad y el intercambio de posiciones que ensayaban los tres ingresados y a la que se asociaba Colidio oxigenó a River, que en diez minutos y con los nuevos intérpretes ofensivos combinó y Silva atrapó una pelota que Colidio impactó incómodo, exigido, después de un pase de Juanfer. No fue solo un retoque de nombres, los millonarios mejoraron en el juego y en peligrosidad: Silva volvió a ganarle el duelo a Colidio y Viera, en la desesperación de rechazar a poco estuvo de convertir en su propio arco. Una cuestión de actitud, un contagio que reformuló a River, que regaló un tiempo, pero que expuso postura y energía para tomar las riendas, convertir en un muro a Silva y volver a ilusionarse.
River resultó un equipo de dos caras y en una semana en el Monumental tendrá la posibilidad de sellar una llave que empezó enrevesada, pero que logró remontar. Actitud y juego, las virtudes que relucieron, tendrá que sumarle fluidez y puntería.