Roberto Piazza festejó sus 50 años en la moda con un gran show que sirvió también para reconciliarse con Mirtha Legrand, luego de 14 años sin hablarse, y también se mostró cerca de Javier Milei, de quien se hizo muy amigo en los últimos meses, tanto que el Presidente le regaló como souvenir un busto suyo, que solo le da a sus íntimos. Tras esta celebración, el diseñador recibió a LA NACION en su magnífica maison, en el barrio de Belgrano. Es un lugar cálido, lleno de vestidos despampanantes que conviven perfectamente con obras de arte, pinturas, esculturas y adornos que tanto él como su marido, Walter Vázquez, traen de sus viajes.
Durante la charla, recordó sus comienzos en su Santa Fe natal, en el taller de costura de su mamá Celina, habló de su familia disfuncional, del abuso que sufrió por parte de su hermano mayor y de cómo logró escapar después de diez años de violencia. Además, contó cómo es su relación con Milei y explicó por qué se mostró en el búnker de La Libertad Avanza luego del triunfo de Manuel Adorni en las últimas elecciones legislativas en la ciudad de Buenos Aires. Y, también, repasó de su historia de amor con Vázquez, con quien ya lleva 25 años en pareja.
—En el desfile te reencontraste con Mirtha Legrand luego de una inapropiada pregunta que te hizo en su mesa hace 14 años. ¿Cómo fue?
—Tuvimos muy buena relación hasta hace 14 años cuando en uno de sus almuerzos me hizo la pregunta desafortunada. Yo ya estaba en pareja con Walter y me casaba al otro día porque había salido la ley de Unión Civil. Me preguntó si una pareja gay adoptaba un chico y podía violarlo. Me enojé muchísimo y le dije que era gay y no un psicópata como mi hermano. Después ella pidió disculpas a la comunidad homosexual, pero yo soy Roberto, no una comunidad, y desde ese día no nos volvimos a ver hasta el desfile por el festejo de mis 50 años de trayectoria en la moda.
—¿Cómo fue esa invitación?
—Mi agente de prensa me sugirió que invitara Mirtha y pensé que ya está grande y yo también. La llamé, hablamos como dos horas, no tocamos temas feos, sino que recordamos la parte linda de nuestra relación, nos reímos. La invité al desfile en Señor Tango, le conté que iba a ir el presidente Milei con su hermana Karina y Patricia Bullrich. Me dijo que si los médicos le daban permiso, iba a ir. Y el día anterior me dijo que contara con ella. Fue muy lindo que estuviera.
—Invitaste al Presidente también, ¿cuál es tu relación con él?
—Somos amigos. El día que dio el discurso en Davos (Suiza), lo escuché desde Los Ángeles, donde estaba de gira con un espectáculo de tango fashion con el que me fue bárbaro; hasta gané plata [risas]. Me hizo ruido lo que dijo Milei de los homosexuales, parecía la pregunta de Mirtha. Llamé a Patricia Bullrich, que es amiga desde hace años, y también a Yuyito (González) —que en ese momento era su pareja— y les dije que no me había gustado lo que dijo. Yo lo apoyo en todo a Milei, pero lo que dijo me afectaba psicológicamente y espiritualmente, y la gente me escribía para insultarme como si yo fuese un violador. Otra vez con la misma historia. A los dos días me llamó Milei y hablamos una hora y media, terminamos riéndonos.
—¿Y te dio una explicación?
—Me pidió disculpas, me dijo que se había ido a los extremos. Le dije que las comparaciones son muy feas, que no puede comparar un abuso infantil con un matrimonio gay. Me dijo que el discurso había sido editado maliciosamente en nuestro país, me lo mando entero para que lo escuchara y es verdad que hace la comparación, pero si lo escuchás inteligentemente, entendés. Se fue al pasto, es cierto, pero Milei no es homofóbico para nada.
—Pero por sus dichos sí parece homofóbico…
—No, para nada, porque yo le pregunté si tiene algún problema con la gente gay y me dijo que no, que no tienen ningún problema con nadie, que sean libres y hagan lo que quieran, pero no con la plata del Estado. “Cásense y hagan lo que quieran. Yo nunca me voy a casar porque no está en mis planes”, me dijo. También dijo que no le molesta que se quieran hormonizar y cambiar de sexo, pero que lo hagan en forma privada y desde la mayoría de edad. Y no con la plata del Estado, como se hacía antes.
—Y siguen amigos, tanto que estuviste en el búnker de La Libertad Avanza en las elecciones en CABA.
—Sí, hablamos día por medio con Milei. La misma Karina, a quien conocí hace poco, nos invitó al búnker, nos puso en primera fila y todo muy bien. [Manuel] Adorni me encanta, me parece genial y lo voté. En general apoyo al Gobierno, aunque no me interesa la política y recibo puteadas en redes; y bloqueo. Sí me interesa lo social. No me interesa ninguna cosa política aunque puedo ir a búnker, pero no voy a dar un discurso, y nunca recibí subsidios de nadie. No me interesa ser militante político, pero sí social. Desde marzo que lo conocí, hemos tenido algunas cenas, una de ellas en la quinta de Olivos, en la misma mesa en la que Fabiola (Yañez) festejó su cumpleaños en pandemia. Y me regaló un busto de él que hizo una artista. En mi escritorio tengo un Martín Fierro que gané, la foto de mi vieja, el busto de Milei y la virgen.
—¿Se hizo un souvenir?
—Sí, Milei se hizo 150 bustos y se los regala a sus amigos. Cuando pasa algo lindo lo llamo y lo felicito y cuando sucede algo que no me gusta también lo llamo y se lo digo. Y me escucha. Cuando fue a Washington y vio a (Donald) Trump, lo felicité y él me respondió a los dos minutos. Tiene un aprecio real, no es hipócrita. Él dice que es un economista que está aprendiendo a ser presidente, que lo eligió el pueblo y ahí está; y que le cuesta porque sus formas no son las formas a las que la gente está acostumbrada. Dice que no le interesa la ropa, que por eso se viste de negro y también le critican eso.
—¿Lo asesorás con la ropa?
—No, pero en dos días nos vemos y le voy a decir que hay un sastre amigo que quiere vestirlo. Pero no sé si a Milei le interesa. Yuyito lo ayudó un poquito, pero no hablamos de eso.
—¿Y de qué hablan?
—De personajes siniestros que lo molestan a él y a mí también, hablamos del país, de la vida.
—Decías que no te interesa la política, pero sí la militancia social. De hecho impulsaste la Ley Piazza.
—Sí, y está en vigencia desde 2011, aunque yo la había presentado 6 años antes y estuvo encajonada. Fue promulgada casi por unanimidad excepto por dos abstenciones. Ver esa pantalla con las lucecitas verdes fue emocionante, y me paralizó. Gracias a la Ley Piazza Nº 26.705, los delitos de abuso sexual infantil no prescriben. Y ahora quiero que se modifique la ley y que den penas mayores a 15 años. Y también tengo la Fundación Roberto Piazza contra el abuso infantil y la violencia doméstica.
El taller de su mamá, su refugio
—Cumpliste 50 años de profesión, ¿recordás cómo fueron tus inicios?
—Empecé a trabajar en 1975, con 15 años recién cumplidos y me acuerdo que estaba peleado con mi papá desde mis 11 años, cuando descubrí que tenía una vida paralela con otra mujer y un hijo que también se llama Roberto. Y venían a mi casa… Yo llegué a querer a esa mujer como a mi madre porque era divertida, tenía un campo y la pasábamos bien. Le decía tía, como a las amigas cercanas de mi mamá. Fue una época tremenda porque yo tampoco entendía que mi hermano mayor me violaba; yo tenía 6 años y él 25. Ahora firmé contrato con Martín Murphy director de El beso de Judas, para hacer una película basada en mi audiolibro y se va a llamar El grito del alma. Nací en un hogar donde éramos muchos y había cosas que todos sabían, pero de las que no se hablaba; las perversiones se tapaban y yo vivía aterrado.
—¿Y viviste así hasta cuándo?
—Hasta los 17 años, cuando me fui a la colimba. Era horrible, pero me sirvió porque pude irme de mi casa y volví cambiado totalmente. Vivía encerrado, me había puesto hiperobseso por la ansiedad oral y mi mamá me hizo hacer un tratamiento con anfetaminas, en esa época. Hizo lo que pudo mi mamá, pobrecita. Fue una buena madre que ojalá tuviese yo ahora. Me fui como un patito feo y volví hecho un pavo real. Un día lo cagué a trompadas a mi hermano y le dije que no me tocara más; me daba asco. Otras veces lo había enfrentado, y a los 15 años casi lo mato con un cuchillo, pero él siguió; los psicópatas son perversos y cuando me dejó a mí, siguió con su propio hijo. Vivía alerta las 24 horas.
—¿Te refugiaste entonces en tu mamá porque era con quien te sentías más protegido?
—Claro, me crie en el taller de costura de mi mamá. Además, mi papá no me daba un mango porque no nos hablábamos. Un día le pedí a mi mamá que me cortara una túnica en lienzo. Lo lavé, ella la cortó y yo la pinté, le hice un batic y se la vendí a mi cuñada, y con esa plata compré más tela hasta que le propuse a mi mamá hacer un desfile con sus amigas y las mías. Mi mamá se fascinó, y lo hicimos en nuestra casa que era divina, en Santa Fe, con un jardín que daba al río. Las amigas de mi mamá eran todas conchetas como ella y quedaron felices; me compraron todo. Y mi viejo bufaba, pero disimulaba. Mi papá era ingeniero electromecánico y trabajaba con multinacionales; en casa teníamos criadas, cocineras y me llamaban “señorito Roberto”. Después, cuando llegó Perón, mi papá se fundió y también mi hermano lo hizo fundir años después porque había embargado todo.
—¿Cuándo viniste a Buenos Aires?
—Cuando volví de la colimba me peleé a muerte con mi papá. Ya tenía 21 años y conocí a un médico que se llamaba Hugo, nos enamoramos y nos pusimos en pareja. Mi papá me echó de mi casa y Hugo me dijo que fuera a su departamento. Un día me dijo que se quería ir de Santa Fe porque tampoco se llevaba muy bien con su familia. Y nos vinimos, en 1982. Conocí a Beatriz Trento, que trabajaba en la sección de modas del diario Clarín y me conectó con Mirtha Legrand, Mora Furtado, Carmen Yazalde. Y su marido, también periodista, me escribía los textos. Creo mucho en el ángel que me cuida y en la Virgen, a quien le hablo todos los días, a la mañana y a la noche, le agradezco y le pido.
—Y tenés una colección…
—Sí, tengo una colección de vírgenes hermosas y una antigua que está en mi escritorio, y le enciendo una vela y le cuento lo que me pasa. Beatriz también me presentó a las mujeres de la Asociación Santafesina, todas de la Confederación Nacional de Beneficencia, que vivían en Buenos Aires, y ellas me vincularon con otras señoras e hicimos un desfile a beneficio de la Guerra de Malvinas, en el Teatro Colonial. Peinaba Roberto Giordano, me acuerdo. Y ahí conocí a Legrand, que me llamó al otro día para pedirme dos trajes que había pasado Tini de Bucourt, y me los compró. Me presentó a otra gente porque le gustaba mucho mi ropa. Y entablamos una relación como de madrina y ahijado, y me llamaba todos los días a la mañana y me decía qué tenía que hacer y qué no. A veces le hacía caso y otras no.
Amor eterno
—Cumplieron 25 años con Walter, tu marido. ¿Cómo nació esta historia de amor?
—Nos conocimos el 22 de abril de 2000 en un boliche, Sitges, que ya no está. Yo había ido con una amiga y él con un amigo. Enseguida me llamó la atención, nos acercamos casi al mismo tiempo a saludar a un amigo en común y Walter ni me miró. Me indigné [risas]. Lo miré toda la noche y él a mí; en un momento se fue y a los dos minutos volvió a entrar y me dijo no quería irse sin darme un beso y su teléfono. Me dio el beso en la comisura de los labios. Lo llamé inmediatamente, pero no tenía el celular encima… Lo llamé entonces al día siguiente, a la mañana, pero recién pudimos hablar a las dos de la tarde. Charlamos dos horas y seguimos charlando al día siguiente y al otro hasta que esa semana me fue buscar a Movete, el programa que yo estaba haciendo con Carmen Barbieri. Yo no sabía que Walter había sido famoso porque además de coreógrafo y bailarín fue cantante del grupo Peluche, de la movida tropical. Fuimos a comer, caminamos y pasaron 25 años. Conocíamos a la misma gente, íbamos a los mismos lugares, a los mismos shows, pero no recuerdo haberlo visto.
—¡Fue un flechazo!
—Total. Esa noche le dije que viniera a casa, no quería, porque trabajaba temprano, en Telefónica. Al final se quedó hasta el otro día y se fue directamente a trabajar. Después se vino a trabajar conmigo y al tiempo nos fuimos a vivir juntos.
—Trabajar y vivir juntos es toda una aventura, ¿tienen muchos roces? [Walter, que estuvo escuchando toda la entrevista desde su oficina, interviene].
Walter Vázquez: —Estamos juntos las 24 horas y los siete días de la semana. Tuvimos alguna pelea, pero duraban poco porque trabajábamos juntos. Las peleas fueron hasta 2007, la comezón del séptimo año, y ya no peleamos más porque nos conocemos mucho. Sabemos cuándo callarnos y evitamos pelear. Nos casamos cinco veces. Primero fue la Unión Civil en 2008, dos años después nos casamos gracias a la Ley del Matrimonio Igualitario; después en Malibú, en la casa de Cher, en la playa. También nos casamos en Madrid en la iglesia Mensajeros de la Paz, una iglesia inclusiva. Y hace un mes renovamos votos en el balneario Cienfuegos de Mar del Tuyú, que es de unos amigos. E hicimos la fiesta de las bodas de plata.
—El de ustedes es un amor eterno…
Vázquez: —Sí, muchas veces hablamos de la muerte y coincidimos en que ninguno de los dos quiere que el otro se muera primero, para no sufrir. Quizá tengamos la suerte de morir juntos para no quedarnos sin el otro. Tenemos muchos proyectos todavía.
Piazza: —Este año, por ejemplo, nos vamos a Madrid en septiembre para hacer desfiles. Estuvimos dos años viviendo ahí, pero yendo y viniendo porque nunca me fui, aunque algunos creen que sí. Tengo un showroom allá, y quiero hacer un tango fashion. La pandemia fue tremenda para mí y frenó muchas cosas. Yo me caí tres veces en el hielo y me rompí los tendones; quedé un año invalido. Después me agarró depresión, y un tiempo más tarde fibromialgia. Bajé 20 kilos, estaba mal, pero me recuperé y aprendí a vivir cada segundo. Quiero hacer algunos shows en Café La Humedad y siguen funcionando mis 20 escuelas de moda. Y quiero también poner un showroom en Brasilia, Brasil.