Rosalía: ¿cómo colgar una canción en la pared?

admin

¿Cómo se hace para colgar una canción en la pared de mi cuarto? La pregunta aparece en un escroleo sinfín por los comentarios de una usuaria de X que celebra la salida de Barghain, el nuevo simple de Rosalía, como “el arte que salva a este mundo” o algo así. Pero entre la hipérbole y el juicio sumario a la pretensión artística de la joven estrella catalana que puso a la rumba flamenca en el mapa del pop en la era del streaming (actualizando a Lola Flores, Antonio Gades, Los Chunguitos y Paco de Lucía de un disparo) es esa pregunta la que sobresale y establece el núcleo de la ¿polémica? sobre el anticipo del próximo álbum llamado Lux. Lo que vendría a ser controversial es que la “motomami” en lugar de desbloquear un nuevo nivel de explicit lyrics o erotismo para consumo de las pantallas irrumpió esta semana con un collage de impronta posromántica (en relación al período del siglo XIX), arreglos de cuerdas a cargo de la London Symphony Orchestra, referencias al Quatroccento en el video y la colaboración (o feat) de la vanguardista popular Björk y el artista de hip hop Yves Tumor. La pregunta que abre este texto y que sobresale en la orgía hermenéutica que se pronuncia a favor y en contra de una canción pop que renueva el cheek to cheek entre la cultura de elite y la plebeya tiene la lucidez de ser ambigua. A un tiempo en la acción de “colgar”, Barghain sería un óleo, una obra calidad museo, pero a la vez, en esa misma condición, la lúcida internauta revela que no se puede escuchar o que la catalana ha sido fatalmente abducida por el círculo rojo.

Del meme al análisis cuadro por cuadro de su video (las coincidencias con la Blancanieves de Disney), el vestuario de Alexander Mc Queen o los desatinos del clickbait (“¿Quién es Björk, la cantante que le pegó a un fotógrafo y es invitada en el nuevo tema de Rosalía?”, se lee un portal) hay que encontrar el problema de la música pop asumiéndose seria, tan atrás como cuando Nick Cohn, un referente de la escritura de rock que daría luego con la historia de Saturday Night Fever, reprobaba la salida del Sargent Pepper’s como un acto de retaguardia frente a los primeros, frescos, teddy boys, Beatles del período 1962-1965.

El esfuerzo de Rosalía en Barghain es titánico. Ha pasado del cante jondo al canto lírico en alemán arrastrando en su vendaval a una orquesta custodio de la tradición musical europea; la voz de la islandesa que zurció cuerdas y electrónica y es una suerte de marca IRAM de la vanguardia popular y, al fin, el toque ominoso de Yves Tumor en contrapunto trepidante con un violín. Contra las denuncias de grandilocuencia y despilfarro (falta que le midan la huella de carbono nomás), Barghain dura 3 minutos con veintidós segundos y reproduce con herramientas clásicas y contemporáneas el vértigo del espectador. La ópera sigue siendo un caja de distinción, pompa y poder (quedó claro con la gala de la delegación del J.P. Morgan), pero el track y el video de Nicolás Mendez se consumieron, sobre todo, en los smartphones a partir de las alertas de las plataformas ante la inminencia del lanzamiento.

Hace un par de años, el crítico cultural español Jordi Carrión acuñó el acrónimo OCNI (Objeto Cultural No Identificado) en su pedido de que el periodismo cultural revisara su objeto de estudio. No solo libros y artes visuales sino también la producción digital anónima, la escritura de código y “las canciones de Rosalía”. Para quienes no hacemos distinción entre lo alto y lo bajo (por decirlo de alguna manera) aquella reflexión revelaba cierto desconocimiento de las mecánicas del pop. Rosalía ya podía ser identificada con canciones tan despojadas como “Catalina” como objeto cultural. Ni las cuerdas tensadas en un ostinato dramático ni el madrinazgo de Björk (que supo clavarle visto a Madonna cuando le pidió que produjera su Bedtime stories) convierten a la Rosalía en el próximo rostro de la National Gallery. Pero sí revelan su pulsión de aventura y de agitar la discusión en años donde las plataformas son la estrella y la estandarización sonora trae el lacrimoso perfume de las calas a lo que todavía (a falta de un nuevo nombre) seguimos llamando pop.

Facebook Comments Box

Deja un comentario

Next Post

No se necesita un dictador para acabar con una democracia

La presidenta Dina Boluarte se convirtió este mes en la tercera persona en cinco años en ser destituida de la presidencia en Perú. Con un índice de aprobación que apenas llegaba al 3 por ciento, se había convertido, según algunos cálculos, en una de las jefas de Estado más odiadas […]
No se necesita un dictador para acabar con una democracia
error: Content is protected !!