En el otoño de su vida, encontramos al Libertador en una ciudad al norte de Francia: Boulogne-sur-Mer. Localidad costera, tranquila y discreta, con un aire marino que seguramente le recordaría a su niñez en Málaga, aunque con un clima más fresco.
Esta ciudad portuaria frente al paso de Calais se definía por su fortaleza de raíces romanas. Ya desde esos tiempos se caracterizaba por la buena gastronomía basada en pescados y mariscos, con la soupe de poisson (sopa de pescado) como uno de los platos más típicos.
En París se vivían momentos difíciles, resultado de una combinación de crisis política, social y económica que llevaron a la abdicación del rey Luis Felipe en favor de su nieto, el conde de París, el 24 de febrero de 1848. Sin embargo, el pueblo exigió el fin de la monarquía, lo que daría lugar a la proclamación de la Segunda República dos días más tarde. Por eso el Libertador, preocupado por la seguridad de su familia, a mediados de 1848 resuelve partir a esta pequeña ciudad ubicada en los Hauts-de-France (Alta Francia). Boulogne-sur-Mer reunía facilidades de transporte importantes, tanto como para un rápido cruce a Inglaterra como el ferrocarril a París, en solo 7 horas, que facilitaba el traslado de su yerno Mariano Balcarce, que tenía actividad diplomática en la capital.
El mar sumado a la historia militar de la localidad donde Napoleón había reunido un ejército, la Grande Armée, de más de 600.000 hombres para la frustrada invasión a Inglaterra, alimentaban el espíritu de soldado del General. La parte alta de la ciudad es la más antigua con su ciudadela amurallada, calles adoquinadas, casas antiguas, pequeños comercios y restaurantes tradicionales. Fue construida en los siglos XIII y XIV para protegerse de los ataques del norte. En el interior de la ciudadela se encuentra la basílica Notre-Dame, donde reposará el Libertador de 1850 a 1861.
El Padre de la Patria se adaptó muy rápido a la ciudad, se encontraba muy a gusto, disfrutaba los paseos frecuentes con sus nietas adolescentes, a pie o en carruajes. Era un abuelo presente. Reinaba la paz en una ciudad pequeña, de no más de treinta mil habitantes. Boulogne-sur-Mer pasará a ser histórica para el pueblo argentino. Desde allí, el 17 de agosto de 1850, partió el Padre de la Patria a la inmortalidad. Inicialmente, la familia San Martín-Balcarce se alojó en un hotel, para luego alquilar el segundo piso de una hermosa casa que pertenecía a un destacado vecino, Adolphe Gérard, ubicada en la calle principal a pocos metros de la ciudadela, donde el abuelo José solía concurrir a almorzar o tomar el té en familia, especialmente con sus amadas nietas.
Con el inicio de agosto de 1850 y a pesar del verano, su salud se veía delicada a tal punto que requirió la asistencia del doctor Joseph Jardon, médico de la ciudad. Los últimos días, la vida del General se limitaba a concurrir a la habitación de su hija, contigua a la suya, a comentar las noticias de los diarios y pasar tiempo conversando con sus nietas. El sábado 17de agosto se despertó bien, después de higienizarse y vestirse fue a la habitación de su hija, le leyeron los diarios y tomó pocos alimentos, fundamentalmente líquidos. Por ser sábado, era normal recibir visitas, por eso le encargó a Mercedes que armara su tabaquera para ofrecer a sus visitas. Estaba perfectamente lúcido y sentía una mejoría.
A la mañana llegó Francisco Javier Rosales, encargado de negocios de Chile en Francia, quien había viajado en tren desde París para visitar a San Martín durante el fin de semana. Al mediodía almorzó liviano, conversando amenamente con quienes lo acompañaban. Más tarde sintió frío en las piernas y Mercedes le sugirió que reposara en su cama. Lo tapó parcialmente con una fina colcha. Pasadas las 14.45 comenzó con algunas molestias y dolores de estómago, sintiéndose muy cansado. Su hija lo abrazó, y él le dijo: “Mercedes, esta es la fatiga de la muerte”.
Unos minutos después, casi sin fuerzas para hablar, le dijo a Balcarce: “Mariano, a mi cuarto”. Fueron sus últimas palabras. Luego de una ligera convulsión, expiró el Padre de la Patria. Eran exactamente las tres de la tarde. Estaban a su lado las personas que él amaba, a quienes se sumaron el doctor Jardon y Javier Rosales. Un silencio profundo se apoderó de la habitación. Mercedes abrazó a sus hijas y a su esposo. Inmediatamente después, colocó un crucifijo en las manos de su padre. Balcarce llamó a Gérard y su familia, quienes se unieron a las plegarias. Pocos minutos después, armaron en su cuarto la sala velatorio y oraron por su eterno descanso. Mercedes, a pesar del dolor, sentía mucha paz, ya que su padre no había sufrido. Las nietas, desconsoladas, vivían la primera muerte de un ser tan querido y amado.
Mientras tanto el General partía escoltado por sus soldados formados en su código de honor y forjados en los campos de batalla de la América. Marcharon sus granaderos en escolta celestial, desfilando por la cima de los Andes y el Perú, camino a la eternidad.
Hoy como en el ayer la Argentina necesita hombres insignia, de valores y principios sanmartinianos, para que —con la unión que tanto pregonó San Martín— logremos construir definitivamente un país libre y donde la justicia impere para todos los argentinos de bien.
“El estudio de lo pasado enseña cómo debe manejarse el hombre en lo presente y por venir” (Manuel Belgrano).
General (R.); académico del Instituto Sanmartiniano