Los apuntes autobiográficos, aforismos y “estela de recuerdos”, entradas de un diario de citas (de Píndaro, Alberto Girri, Marguerite Duras, Martin Heidegger, Paul Celan, Alfonso Reyes, Pascal Quignard, entre otros), crónicas de viajero (por París, San Pablo, La Cumbre o Lisboa) y dosis de alquimia retórica que conforman el nuevo libro de Santiago Kovadloff (Buenos Aires, 1942), fueron escritos entre 1985 y 2023 en un cuaderno que, cuenta el autor, ya no existe. “Destruí el original cuando terminé de componer La suma de los días (Emecé) -dice el filósofo y escritor a LA NACION-. Siempre al finalizar un libro destruyo los originales, las muchas versiones que preceden a la definitiva. En este caso era un solo cuaderno. Al sentir que me quedaba con lo esencial, no me dolió decirle adiós. O tal vez sí pero me esfuerzo en creer que no”.
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Su decisión encuentra una explicación en una de las entradas del volumen, fechada en mayo de 1988. “Adolfo Bioy Casares escribió una vez que a las visitas no se las debe recibir en la cocina. ¿Para qué dejar en la página huellas del esfuerzo laborioso? Los borradores deben desaparecer. La composición es tan privada, tan íntima como un encuentro amoroso. Asomarse a un manuscrito ajeno tiene algo de obsceno”.
Asomarse a los fragmentos de una vida de La suma de los días, en cambio, permite conocer las “inquietudes vivas” del pensador, algunas constantes de su obra ensayística (la ética, el pensamiento crítico, la identidad judía, el papel de la cultura en el combate contra las ideas estereotipadas, la condición humana) y de su oficio como poeta, en clave íntima. “Mi poesía es la de un relator -observa en una anotación de abril de 2014-. Yo cuento. Es al relatar que ese suelo llamado lo lírico absorbe lo que digo. La iluminación poética es algo que solo me alcanza en el trato con lo más obvio. En lo gris, la gota de luz”.
“El origen de muchos de mis ensayos, especialmente los que llamo ‘ensayos de intimidad’, se encuentra en notas como las que reúno en este libro -dice Kovadloff a LA NACION-. Sin embargo, no escribí ninguna de estas notas con la intención de desarrollarlas. Quise que fuera lo que son: textos generalmente breves, asertivos o conjeturales, que reflejaran mis vivencias de escritor, de flâneur, de lector o padre de mis hijos. Seguramente la modalidad que adopté debe mucho a la forma en que Pascal, el Adorno de Minima Moralia o Cioran adoptaron para decir lo suyo”.
Para el autor, su nuevo libro admite varias posibilidades de lectura. “A veces una de ellas se impone sobre las otras dos, pero todas se alternan en lo que escribí, cuando no se enhebran y complementan. Uno de los motivos por los que me decidí a publicarlo fue esa alternancia que se transforma en conjunción y viceversa. Me interesó ese vaivén, esa oscilación”, reconoce.
Aunque hay varios años “en blanco” -y algunos con unos pocos testimonios-, no se afecta el “hilo argumental” de los apuntes. “Posiblemente este libro aporte alguna información autobiográfica más que la que puede encontrarse ya en mis ensayos o en mis poemas -advierte Kovadloff, que en ocasiones se refiere a los padres, su esposa y sus hijos, el hermano (un año menor) y los amigos-. Pero no mucha más. Mi vida no es interesante; a lo sumo podría revestir algún interés lo que hice con ella escribiendo. No quise que en las notas la evocación, el autorretrato literalmente entendido pudieran más que lo exploratorio, que la emoción o la reflexión despertadas por un hallazgo repentino”.
“Sobre mis hijos ya no escribo: ahora los escucho”, dice Kovadloff que dejó fuera de la edición “todo lo que convencionalmente se agotaba en información autobiográfica sin relieve poético o ensayístico”.
“El ensayo que me importa no es el que practica la politología, la sociología o el libro de autoayuda -afirma el autor de Sentido y riesgo de la vida cotidiana-. Es, en cambio, el que cultiva un Bachelard en Francia o un Ramón Andrés en España; el que proviene y preserva las enseñanzas y el tono de un Montaigne. Este ensayo, a diferencia de los recién mencionados, roza lo lírico y lo filosófico y se hermana a la poesía. En tal sentido no es un ensayo demandado por el público mayoritario. No aporta novedades ni responde a los apremios de la actualidad”.
En una de las entradas, el autor plantea que la narrativa de ficción convoca en la actualidad a más lectores que la poesía o el ensayo. “La prosa de ficción sigue siendo un territorio de lectura más amplia y confortable para la mayoría de los lectores; permite identificaciones más rápidas y posiblemente más reconocibles que el ensayo de intimidad o la poesía del pensamiento como la que practican por ejemplo dos autores de la estatura de Rafael Felipe Oteriño o Santiago Sylvester”, observa.
Una nota de enero de 1997 (“[…] Trasímaco, el joven sofista que se enfrenta con Sócrates, no disimula su furia asesina, la brutal impaciencia que le produce la reflexión. La pintura que de él hace Platón es admirable. Nunca olvidé su ferocidad. Descubrí en él, aun antes de hacerlo plenamente consciente, al fanático de nuestro tiempo. De todos los tiempos. Al hombre que rehúye el espíritu crítico […]”) despierta la inquietud acerca de los Trasímaco del siglo XXI. “Son los voceros de la intolerancia política, los dogmáticos e hipócritas que han hecho de la corrupción del Estado su práctica diaria, los enemigos del diálogo y de la ley y todos aquellos que repudian a quienes no se subordinan a sus creencias en el orden que fuere”, responde el filósofo y académico que, asegura, no volverá a escribir un diario como el que dio origen a La suma de los días.
“Pero eso no significa que cerraré la puerta a ideas como las que en buena medida llenaron sus páginas -concluye-. Ojalá ideas como esas sigan buscándome. Las anotaré donde sea. Volveré a ellas cuando sea el momento. Como lo hago con mis apuntes para un poema o para un ensayo cuyo tema repentinamente me asalta y pide consideración”.