María José Lavandera creyó que su gran sueño quedaría para otra vida. En pareja con un hombre arraigado a su argentinidad, su deseo de volar hacia algún rincón del planeta diferente y explorar otra cultura parecía escabullirse entre sus dedos. Cierto día, sin embargo, ese amor llegó a su ocaso, y con aquel cambio brusco de dirección, otro vínculo renació de las cenizas: el que tenía con ella misma y sus sueños olvidados.
Con aquel renacimiento, María José comenzó a recordar sus días de ballet. Rememoró ese póster gigante de Paloma Herrera, una tapa que le habían hecho para la revista Time de Nueva York que colgaba en el estudio de danza de Olga Ferri, una imagen que quedó tatuada en su retina. Recordó que alguna vez había soñado asimismo con ser diplomática, recorrer el mundo para desentrañar sus culturas y complejidades.
También miró hacia un costado y observó a sus padres y a su hermano, el pianista Horacio Lavandera, siempre viajeros, y buscó en ellos la inspiración para deshacerse de su vida hasta entonces dominada por la quietud, y comenzó a moverse. Moverse tanto que nunca más pudo parar.
Soñar con Nueva York, no dormir y lograrlo: “No lo podía creer”
Licenciada en Comunicación y con el anhelo de expandir sus estudios, miró primero hacia España, coqueteó con México y depositó sus mayores fantasías en Estados Unidos. El póster de Paloma en la revista Time seguía en su retina y entonces comenzó a pensar en Nueva York, un lugar que percibió privilegiado para su profesión, el periodismo, con el foco puesto en la evolución digital, pero también le atrajo por ser un centro neurálgico de la danza: su bien no era bailarina, María José sí escribía sobre el tema en una revista digital que había creado en 2013 (revistarevol.com), y tenía esa ilusión de ver a los bailarines en la calle, tal como en la película Fama.
El proceso de estudiar para los exámenes de inglés, escribir las postulaciones, hacer las certificaciones, traducciones, apostillas y tanto más, demoró un año aproximadamente. Para la joven, implicó un gran esfuerzo, ya que tenía un trabajo a tiempo completo y llevaba adelante su revista, apenas sí dormía, pero sentía que era una apuesta que valía la pena.
Para su sorpresa, en febrero de 2016, María José supo que había sido admitida en los seis programas a los que se había postulado para una maestría. Eligió uno de Studio 20: Digital First, en la New York University (NYU), que le ofrecía una beca muy generosa: “No lo podía creer”, asegura hoy mientras rememora su historia. “En ella, durante año y medio se trabajaban los distintos impactos de las nuevas tecnologías en el mundo de los medios y la digitalización del contenido”.
Lanzar la moneda al aire: “Ay Dios mío”
Su abuela paterna, con quien tenía una relación muy estrecha, le obsequió un pequeño oso rosa con un papelito que decía que la quería, que la iba a extrañar, pero que esperaba que le vaya muy bien. Entonces cayó en la cuenta de la dimensión de su decisión, su corazón se estrujó y llegó a Ezeiza junto a sus padres embargada por dos emociones opuestas: la felicidad y la melancolía.
El año de ansiedad se descomprimió en ese avión que volaba hacia una nueva dimensión, En el viaje pudo sentir el aliento de sus amigas, tan unidas a ella y que la habían apoyado hasta el final. Y cuando bajó del avión y pasó por aduana, lanzó un `Ay Dios mío´ y comenzó a reírse.
De pronto, otra sensación extraña la invadió: “Como tirar una moneda al aire y ver qué sale, si se da o no se da. Siento que lo hice con ese espíritu, de anhelo pero también de juego de azar. ¿Me toca o no me toca?”, relata María José. “La beca, sin dudas, había sido clave, porque no tenía ni cerca monetariamente lo que hace falta para pagar una maestría en Estados Unidos”.
El plan de conocer y disfrutar se deshilacha: “Esto al lado mío era el auto de F1 de Max Verstappen”
Llegó a un departamento compartido con un amigo. Ya se había mensajeado con sus futuros compañeros de maestría, su emoción iba en ascenso y de pronto se sintió atrapada por una sensación de locura.
María José conocía la ciudad, entendía algo de sus ritmos, que a simple vista no le parecían tan distintos a Buenos Aires. Tan solo procuró acomodarse y entregarse a la experiencia que había soñado toda una vida. `Ahora que lo lograste, disfrutalo´, se dijo como una orden, sin embargo, en los siguientes días ese disfrute comenzó a ser una palabra extraña para el diccionario neoyorquino.
“Empecé paulatinamente a experimentar en la universidad un nivel de competitividad que me era desconocido a ese nivel. Mis compañeros, algunos estadounidenses, otros de los países más variados – India, Kenia, Nepal, Australia – ya venían super concentrados en lograr una trayectoria profesional de súper alto nivel, tipo dos días de maestría y ellos ya estaban listos para postularse al New York Times. Me sorprendió eso”, revela.
“Yo iba con la parsimonia de alguien que va a disfrutar, conocer y ver `cómo hacen las cosas acá´. Tenía mis aspiraciones, obviamente que yo también tenía ganas de lograr algo así, pero no imaginaba que todo tenía que pasar tan rápido. Me sentí bastante abrumada con eso al comienzo. Me costó adaptarme a ese ambiente la verdad. Mucho dramatismo, mucho el `es ahora o nunca´, y eso todo venía también con un tipo de socialización que estaba teñido por esas cuestiones, poco compañerismo por momentos, muchos celos de esto o aquello. Para darte idea, yo siempre fui ambiciosa, me saqué 10 en la tesis de grado, tuve ganas siempre de mejorar mis puestos laborales, pero esto al lado mío era el auto de F1 de Max Verstappen”.
Mind your own business: “Todos van en la suya, con café en una mano, teléfono en la otra”
Abrumada por el entorno, María José despertó una mañana con una revelación: había perdido su centro. Desequilibrada y atrapada por el miedo al fracaso, no sabía dónde pararse, hasta que finalmente halló la solución: lo iba a hacer a su manera; ella estaba para aprender, disfrutar y experimentar. Ese había sido siempre su norte desde chica. Y entonces, tuvo otra revelación: la Gran Manzana se lo permitía.
“Nueva York es furiosa, intempestiva, competitiva, pero también es lo que vos quieras que sea en un punto. Te invita a reconstruirte, pero cuando vas buceando más allá de la superficie y del remolino inicial, te das cuenta que podés armarte a tu medida también”, asegura.
“Sin embargo, creo que lo que aún me impacta es la capacidad de la gente de hacer su vida, como dirían en inglés, `mind your own business´. Se siente fuerte el individualismo casi que como prerrogativa de la ciudad, nadie se detiene demasiado en nada, todos van en la suya, con café en una mano, teléfono en la otra, auriculares, caminando rápido, y tratando de tener la menor interacción posible con la gente de alrededor. También se siente una ciudad de paso por momentos -te llevaste bien con alguien y al año se va porque consiguió un trabajo en otro lado, porque solo vino un tiempo a estudiar algo, etc.-, ambas cosas muy chocantes para una argentina casi que típica, acostumbrada a ver a las amigas cinco de siete días de la semana”.
“Y, en consonancia con eso, se siente que la gente llega acá a trabajar fundamentalmente. De hecho vas a una cena de cualquier cosa, tipo un cumpleaños, y cuando empezás a prestar atención a las conversaciones, la mayoría son relacionadas a sueldos, empresas, puestos, aumentos. Todo es `networking´, lo cual a mí me resultaba, y siempre resultó, muy cansador. Siempre tenés que estar `listo´ para contar de qué trabajás, para qué empresa, etc. Es súper importante tener un discurso sobre vos mismo bien aceitado en cualquier situación, es como tu carta de presentación, incluso para hacer amigos. No se da puntada sin hilo. Sí, acá todos trabajan mucho, a menos que seas multimillonario (y aun así creo que también). Salís a pasear un domingo, y parece un lunes. Hasta hay gente de traje con maletín por la calle, que vos decís, dale, ¡es domingo! No para”.
“Me arriesgo a decir que quienes en buena ley `disfrutan´ la ciudad son los turistas. Los que la viven, la trabajan fundamentalmente”, agrega María José.
Trabajo, calidad de vida y la condición de inmigrante: “Un discurso muy políticamente correcto”
Para María José, `a su manera´significó graduarse disfrutando del proceso, mientras trabajaba brindando clases a los más chicos y más tarde como coordinadora de comunicación en uno de los institutos de la facultad: “Recuerdo que fue la primera vez que sentí que había logrado algo en esta ciudad. Fui por todos los institutos de la universidad dejando mi currículum en persona, y consultando si había algún puesto abierto. Fue mucho de insistencia y perseverancia”.
Luego, la joven argentina decidió posar su mirada sobre un mundo que le resultara atractivo. En su caso, el periodismo dedicado al público latino en Estados Unidos, un ambiente que descubrió muy desarrollado.
Sin desatender las bondades del networking, buscó los caminos para relacionarse con personas del ambiente y, finalmente, conoció a Iván Adaime, en su momento director en Impremedia, una compañía de medios en español en el país. Él le brindó su primera oportunidad laboral y hasta el día de hoy es su mentor: “Alguien a quien le estoy profundamente agradecida”, cuenta.
A partir de entonces, María José pudo sostenerse en lo económico y crecer profesionalmente: “En ese sentido, me siento super afortunada. A muchos chicos de mi clase les costó mucho más, y sufrieron mucho más esto de la informalidad de las oportunidades”, continúa María José.
“En cuanto a calidad de vida en particular, es polémico. No creo que Nueva York prometa calidad de vida per se. Todo depende de tu situación financiera, y como es una ciudad tan cara, la verdad que lograr cierta tranquilidad económica cuesta mucho, más si sos extranjero. Lo que te promete es posibilidades, aventura, cambio, eso todo sí, y tenés que estar abierto, pero como recién llegado – y sos recién llegado por diez años más o menos – no creo que se pueda lograr calidad de vida per se”.
“Muchos estadounidenses que llegan no aguantan, y se van al poco tiempo. Oportunidades laborales hay, es un mercado muy grande, pero es súper competitivo, ahora en pospandemia más que antes. La economía también cambió mucho, y algunas cosas se sienten más difíciles que antes en la búsqueda laboral. También hay un detalle que no es menor, que es mi condición de inmigrante. Ahora tengo ya la ciudadanía, pero tenés que saber cómo moverte alrededor de esa faceta de tu identidad también. No siempre es bienvenido ese aspecto, por más que obviamente siempre vaya a haber un discurso muy políticamente correcto para rodear la cuestión. En general, lo digo”.
Amar a un bailarín principal en el American Ballet Theatre: “Podés dar la función de tu vida un día, y al otro tenés que volver a empezar como si nada”
A Herman Cornejo, bailarín principal en el American Ballet Theatre en Nueva York, lo conocía del entorno de la danza. A ambos argentinos en busca de sus sueños, la Gran Manzana los acercó y en el año 2018, finalmente, formalizaron su relación. En el 2019 se casaron y tiempo después llegó su hijo al mundo. Tal como dijo alguna vez Paul Auster en relación a su mujer, Siri Hustvedt, cierto día ellos comenzaron una única conversación que dura hasta el presente: “Nos gusta charlar por horas”, suele decir María José.
Fue gracias a los extensos intercambios, que ella logró descifrar varios de los misterios de Nueva York. Con un talento fuera de serie, María José creyó en un comienzo que con ello a Herman le había bastado. Sin embargo, él le enseñó a través del ejemplo, que siempre hay que estar a la orden del día y saber mostrar el propio trabajo.
“Él nunca lo da `por sentado´, ni su capacidad ni su puesto. Siempre vi cómo para cada función se prepara muchísimo, casi como si le estuvieran dando una oportunidad por primera vez. Y es uno de los mejores del mundo en su profesión. Nueva York hace eso también: podés haber dado la función de tu vida un día, y al otro tenés que volver a empezar como si nada. Es algo que compartimos siempre en nuestras charlas. Tuvo que trabajar mucho para lograr el puesto en el que está ahora, encontrar las maneras de mostrarlo, y hoy en día seguir demostrando por qué está ahí. Nada era `obvio´, por así decirlo”.
“El desafío mayor es tramitar emocionalmente la exigencia a la que está expuesto”, continúa María José, en relación a Herman Cornejo. “Él la sortea porque tiene una capacidad de trabajo inmensa, y una resiliencia enorme también, entonces se pone y hace lo que tenga que hacer. `He gets the job done´, como dicen acá. Pero no es fácil, siempre hay mucha charla, mucho mate, mucho de compartir y discutir también. Hay un desgaste psicológico, también físico lógico, y el mundo del ballet y la danza tiene ciertas particularidades en sí mismo”.
“Y creo que su forma de `combatir´ esa competencia que hay en Nueva York es la excelencia constante, es estar a tu tope todo el tiempo, y como su compañera de vida, también te toca estar un poco a ese mismo tope, y responder a esa exigencia”, reflexiona María José.
Volver siempre al centro y los aprendizajes de Nueva York: “En Buenos Aires mi casilla social y cultural era clarísima, acá no”
2016, el año en que María José tiró la moneda al aire, quedó lejos. En el transcurso de casi una década, la mujer argentina trabajó por un sueño que alguna vez creyó imposible. Tanto en su pasado argentino como en Nueva York, hubo ocasiones en las que se olvidó de su centro y le costó hallar su propio camino. Sin embargo, en cada oportunidad supo decir `lo haré a mí manera´, y logró trazarse una vida que agradece.
Argentina, mientras tanto, es su hogar siempre. Incluso para su marido, Herman, quien ya lleva casi 30 años en Estados Unidos: “Nunca dejó de sentirse profundamente argentino en su identidad. Creo que eso nos unió también bastante”, afirma María José.
“Los regresos son difíciles, porque cada vez que voy a volver tengo miedo de qué me voy a encontrar. Mi papá falleció en 2020, y también volver a su ausencia me cuesta mucho. Con Herman fantaseamos regresar. No sabemos cómo ni cuándo, pero está en nuestro horizonte para algún momento”.
“En mi caso, Argentina es el lugar de la calidez y la amistad. Lo que comprobé viviendo tanto afuera, y en una ciudad tan admirada y anhelada, es que yo no siento que justamente mi calidad de vida haya cambiado tan radicalmente de mi vida en Buenos Aires, donde viví hasta mis 32 años. Acá construí mi pareja, tuve un niño, hicimos juntos un hogar, y eso marca un poco la diferencia, pero sí extraño la sensación de estar `acompañada´ por tu comunidad, por entender los códigos, por la identidad cultural que te une a otro aunque no lo conozcas”.
“Sin embargo, algo que logré transformar acá es la costumbre de los horarios”, sonríe. “Al principio me resultaba rarísimo que alguien me dijera `have a good evening´ a las cinco de la tarde. Y en la universidad en las clases de la tarde, a las seis pm nos daban tiempo de ir a comprar la cena. La clase terminaba a las nueve pm. Ahora no me puedo imaginar cenando a las nueve de la noche, mucho menos a las once”.
“Lo que comprobé estando en Nueva York es que lejos, lejísimos está del ideal que quizás una gran parte de los argentinos tienen o creen. Pasa de todo, miles de contratiempos que te pasan por principiante, y cosas que pasan simplemente porque es un sistema colapsado de una complejidad magnánima y hay cosas que simplemente fallan, y le pasan a todo el mundo”.
“En Nueva York aprendí a ser adulta. Acá fue un baño de realidad en todos los aspectos posibles: uno, nadie tiene comprado nada, la vaca atada no la tiene nadie; dos, a respirar, juntar el mazo y dar de nuevo… cuantas veces sea necesario”, dice pensativa. “Y la gran cuestión para mí fue darme cuenta de que a la par que desarrollé una piel más gruesa para levantarme después de mil intentos, también desarrollé una mayor sensibilidad en cuanto al otro, mucha más empatía en cómo me paro frente a quien yo considero `un otro´, básicamente porque acá me tuve que construir en parte de nuevo: ahora yo soy `el otro´… En Buenos Aires mi casilla social y cultural era clarísima, acá no. Acá de pronto era una chica latina que hablaba en español como primer idioma, lo cual lo cambiaba todo. Gané una nueva claridad en cuanto a ese desplazamiento personal. Y fue muy enriquecedor al tiempo que intensamente transformador”, concluye.