Durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, un espía polaco escuchó varias versiones sobre lo que ocurría puertas adentro de Auschwitz. Sin embargo, ni él ni su equipo llegaron a conocer con certeza qué sucedía, lo que lo motivó a realizar uno de los actos de valentía más importantes durante el conflicto armado.
Witold Pilecki tomó la decisión de infiltrarse en uno de los campos de concentración más grandes de la Alemania Nazi. Según detallan los documentos del Centro Shoa, impulsado por los rumores de crímenes que circulaban en Varsovia, en septiembre de 1940, con 39 años, se expuso deliberadamente a una redada, buscando ser arrestado.
De este modo, fue enviado al centro de detención donde pudo obtener pruebas directas de las atrocidades que, hasta entonces, ni la resistencia polaca ni los Aliados conocían. “Me despedí de todo lo que había conocido hasta entonces en esta tierra y entré en algo que aparentemente ya no existía”, escribiría más tarde, describiendo el momento en que cruzó las puertas. Su objetivo era documentar y denunciar los horrores del campo de concentración desde dentro.
Torturas y ejecuciones públicas
El ingreso de Pilecki a Auschwitz marcó el inicio de una experiencia extrema. Desde el primer día, la brutalidad del sistema nazi se hizo evidente. Junto a un centenar de prisioneros, fue sometido a humillaciones y violencia física. Apenas ingresado le cortaron el cabello, lo rociaron con agua fría y recibió un golpe en la mandíbula que le hizo perder dos dientes. “Desde ese momento nos convertimos en simples números: yo llevaba el número 4859”, relató en sus informe, según reseña The Guardian.
Los polacos representaban una parte muy grande de la población del campo y eran víctimas de asesinatos públicos con una crueldad extrema. Al espía polaco le asignaron trabajos forzados, como cargar piedras, materiales que probablemente se utilizaron en la construcción de cámaras de gas y crematorios.
Calculó que las raciones de comida permitían vivir solo seis semanas, y quienes lograban sobrevivir más tiempo lo hacían robando alimentos, lo que era castigado con la pena muerte. Durante 947 días, soportó palizas, desnutrición y jornadas extenuantes, en un entorno donde la esperanza de vida para los prisioneros era de apenas 42 días.
Sin embargo, debilitado y con la sospecha de no poder llegar a dar un primer informe, organizó una red de prisioneros que colaboró con la misión de la resistencia polaca. A través de una planificación que contó con racionar los alimentos y esconder correspondencia en la ropa, lograron enviar mensajes encubiertos.
A pesar de las condiciones letales, la red clandestina de Pilecki llegó a contar con más de 500 miembros para 1942. Sin embargo, los informes que enviaba resultaban tan extremos que el ejército clandestino polaco dudaba de su veracidad, creyendo que exageraba la magnitud de los crímenes nazis.
Su fuga y posterior captura
Tras casi tres años de recolección y transmisión de información, el soldado encubierto concluyó que su utilidad sería mayor fuera del campo. En abril de 1943, aprovechó un descuido en la vigilancia de la cocina donde trabajaba y logró escapar junto a otros prisioneros.
“Se oyeron disparos detrás de nosotros. Es difícil describir la velocidad a la que corríamos. Destruíamos el aire con rápidos movimientos de las manos”, escribió en uno de sus informes. A pesar del trabajo al que se sometió dentro de Auschwitz, pensó que todo había sido en vano.
Al regresar a Varsovia en agosto de 1943, descubrió que el oficial que conocía y lideraba misión había sido arrestado y que la nueva dirección de la resistencia no tenía interés en desmantelar el campo desde dentro. Así, su labor pionera quedó sin reconocimiento inmediato y solo décadas después se valoró en su justa medida.
La vida de Pilecki tras su fuga continuó marcada por el riesgo y el compromiso. En agosto de 1944, participó activamente en el Levantamiento de Varsovia, defendiendo la principal vía este-oeste de la ciudad. Tras la derrota, fue capturado y enviado a un campo alemán, del que fue liberado por Estados Unidos en abril de 1945.
Posteriormente, se unió al Cuerpo Polaco en Italia, donde fue asignado a una unidad de inteligencia y comenzó a redactar su informe más completo sobre Auschwitz, que luego fue publicado como “El voluntario de Auschwitz”. De regreso en Varsovia, operó de forma encubierta, recopilando información sobre la consolidación del poder comunista en Polonia.
El arresto y la ejecución de Witold Pilecki
En 1947, autoridades comunistas lo arrestaron acusado de revelar secretos de Estado y ordenar el asesinato de soldados soviéticos, versiones que posteriormente se reconocieron como falsas. Durante el interrogatorio, fue sometido a torturas que incluyeron la extracción de uñas y fracturas en la nariz y las costillas. A pesar de mantener su postura, declarando que cumplió su deber, la sentencia de muerte ya estaba decidida.
El último testimonio sobre Pilecki proviene del padre Jan Stepien, capellán del ejército y compañero de prisión, quien describió sus últimos momentos: “Tenía la boca con una venda blanca. Dos guardias lo sujetaban por los brazos. Apenas podía tocar el suelo con los pies. No sé si estaba consciente en ese momento. Parecía completamente desmayado”.
Su esposa, María, y sus dos hijos sobrevivieron. Durante varios años, desconocieron la magnitud de sus actividades por motivos de seguridad. Décadas después de su ejecución, su historia recibió el reconocimiento que merecía. Su nombre hoy identifica calles, escuelas y espacios públicos en Polonia, como símbolo de la memoria y el coraje.