En 2022, Nicholas Rosen dejó atrás Los Ángeles, su ciudad natal, y se mudó a Phoenix. Lo hizo porque la empresa donde trabajaba trasladó sus oficinas y entonces pensó que se trataba de una oportunidad profesional única. Sin embargo, tiempo después descubrió que se había equivocado y regresó a California. La experiencia fallida le dejó una lección: “Aprendí a priorizar mis necesidades”.
De Los Ángeles a Phoenix, una mudanza motivada por la carrera laboral
En diálogo con Business Insider, Rosen explicó que en 2022, cuando la empresa donde trabajaba trasladó sus operaciones a Phoenix, se vio en una encrucijada. “Tuve que tomar una decisión determinante”, señaló. Así fue que armó sus maletas, abandonó la ciudad donde había crecido y se mudó a la capital de Arizona.
“Había trabajado en la empresa durante cinco años y sentía que había invertido demasiado tiempo y energía como para irme y empezar de nuevo”, explicó. Aunque muchos de sus compañeros permanecieron en Los Ángeles bajo una modalidad a distancia, su puesto requería presencia en la oficina. Por eso entendió que podría perder su empleo si no se mudaba.
Además, consideró que el cambio de sede le daba una posibilidad de crecer. “Era la tercera persona con mayor antigüedad en mi oficina, pensé que esta podría ser mi oportunidad de liderazgo y gestión”, comentó. Es que la nueva ubicación contaría con “empleados recién incorporados” a quienes él podría “guiar y capacitar”.
“Me sentí entusiasmado ante la perspectiva de mostrar mis conocimientos y habilidades, así que me arriesgué y elegí mudarme a Phoenix”, resumió.
Por qué no se adaptó a la vida en Phoenix: calor y soledad
Apenas llegó, se encontró con una realidad muy distinta a la que imaginaba. “Nunca había pasado más de unos pocos días seguidos en Phoenix”, recordó. Cuando se mudó definitivamente, era pleno verano de 2022. “El calor extremo era insoportable”, afirmó.
De inmediato, notó el contraste con su vida en Los Ángeles. En la ciudad californiana disfrutaba del aire libre, pero en Arizona el clima lo obligó a pasar gran parte del tiempo encerrado.
Intentó adaptarse con actividades culturales y deportivas, aunque sin éxito. “Visité los pocos museos y galerías de arte que me interesaban, pero me decepcionaron. No parecían vibrantes ni activos, y tenían muy pocos visitantes”, lamentó.
También se sumó a una liga de kickball, pero no logró hacer amistades. “Mudarse a los 35 años dificulta conocer gente nueva”, consideró.
El golpe profesional que cambió todo y lo empujó a regresar a Los Ángeles
Pese a esas dificultades, Rosen siguió convencido de que el esfuerzo valía la pena. “Estaba dispuesto a ignorar el mal tiempo y la soledad porque parecían sacrificios menores a cambio de la oportunidad de crecer en mi empresa», indicó.
Sin embargo, ocho meses después, esa ilusión se esfumó. “Cuando me descartaron para un ascenso que surgió después de mi traslado, me di cuenta de que había cometido un error”, reconoció.
El rechazo lo tomó por sorpresa. “Sentía que mi rendimiento en mi puesto era superior al promedio. Ayudaba a otros departamentos con personal junior. Asumía tareas adicionales que técnicamente no eran mi responsabilidad. Además de la reubicación, creía que me había ganado el ascenso”, agregó.
Entonces, al no conseguir el puesto deseado, su compromiso con la compañía se derrumbó. “Había desarraigado mi vida y me había comprometido con una empresa que ahora sentía que no tenía ningún interés continuo en desarrollar mis habilidades o trabajar por mi crecimiento profesional”, enfatizó.
Tras esa decepción, Nicholas optó por cerrar ese capítulo de su vida: “Presenté mi renuncia y comencé a planificar mi regreso a Los Ángeles para marzo”. Así fue que volvió a su ciudad con la certeza de que su estadía en Phoenix “no había aportado ningún logro ni crecimiento personal”.
De todos modos, aseguró que esta experiencia le dejó una enseñanza: “Aprendí a priorizar mis necesidades sobre las de la empresa donde trabajo”, dijo. A partir de entonces, busca un “mejor equilibrio” entre su vida laboral y personal.