Contra la mayoría de los pronósticos, la matriz del fenómeno que catapultó a Milei al poder en 2023 se repitió ayer en las elecciones legislativas. El miedo a un retorno del peronismo, que hace dos años hizo que las peculiaridades menos virtuosas de Milei quedaran soslayas o desatendidas -como el discurso radicalizado, la falta de experiencia en el manejo del Estado, la escasez de equipos-, ese miedo ahora volvió a funcionar como factor de sostenimiento de un presidente que, curiosamente, no se hallaba en su mejor momento. Venía acechado por problemas políticos y económicos de variada índole, incluida una importante caída en la calidad de la gestión debida a feroces internas oficialistas.
Como presidente Milei ya no es aquella promesa sin rodamiento de 2023 sino un salvador que gasta kilómetros en el terreno, jactancioso, aguerrido, implacable, cuya falibilidad quedó a la intemperie hace relativamente poco de la mano, entre otras cosas, de la caída de la actividad económica. Y aun así ganó las elecciones de medio término de manera arrolladora.
En este siglo sólo habían conseguido ganarlas Néstor Kirchner en 2005 y Mauricio Macri en 2017. Cristina Kirchner las perdió en 2009 y en 2013, y Alberto Fernández, en 2021. Macri, a su vez, fue el primer presidente no peronista que las ganó desde la victoria de Raúl Alfonsín de 1985. Quizás lo extraordinario de ayer no fue la contundencia del triunfo (realzada por la sorpresa) a lo largo y a lo ancho de gran parte del país, sino el hecho de que el Gobierno venía fallando, más o menos como un motor de cuatro cilindros que empieza a andar en tres.
¿Sólo fue el tan mentado miedo a la vuelta del peronismo blandido por Milei? Por supuesto que incidieron otros factores. Por lo menos dos, el factor Trump -ese anormal salvataje económico que el presidente de Estados Unidos condicionó a un triunfo oficialista en las urnas- y ciertas imperfecciones de la unidad peronista como los brazos caídos de los intendentes, cuyo activismo fue determinante hace un mes y medio para el triunfo de Kiciloff en las elecciones bonaerenses.
El peronismo unido solía ser invencible y a esa máxima o regla empírica se abrazaron este año, quizás con excesiva fe, Sergio Massa y Juan Grabois, Axel Kicillof y Cristina Kirchner. Lo hicieron al punto de menospreciar la necesidad de ofrecerle al electorado un proyecto, una idea superadora del propio fracaso, algo más que la meta enarbolada en la campaña de acabar con Milei. Una falla doble: por la unidad ficticia que cualquiera podía percibir y por la flaqueza argumental. ¿Y después de pararlo a Milei, qué?
Un tercer factor para explicar el sorprendente resultado de ayer quizás sea, paradójicamente, el rotundo triunfo provincial del peronismo del 7 de septiembre. Esas elecciones habrían funcionado como la verificación real de la amenaza del retorno, que dejaba así de ser una mera advertencia retórica del gobierno nacional. Ahora habrá que estudiar el comportamiento de los votantes en una y otra elección y el de los ausentes. ¿Quiénes construyeron este record de ausentismo para una elección legislativa?
Sería un error, tal vez, minimizar el 67,85 por ciento de presentismo en las urnas sobre la base de que la anterior legislativa ya había descendido al 70 por ciento, porque eso fue en 2021, cuando mucha gente dejó de ir a votar por la pandemia.
Un cuarto factor: el anuncio de que después de las elecciones Milei cambiaría y su gobierno y forma de gobernar también. Lo normal es que eso se lo anuncie a la luz del resultado electoral, no antes. Pero Milei hasta hizo un inusual anticipo de cambio de gabinete, dejó de insultar y prometió hacer acuerdos con fuerzas políticas afines, en atención a uno de los principales reproches que recibía su forma de conducciómn.
Anoche, en un discurso leído, con tono moderado ratificó esa línea e invitó a “la mayoría de los gobernadores a discutir acuerdos”. Tambien dijo que podrán “encontrar acuerdos básicos” con diputados de otros partidos y habló de “dejar de lado intereses partidarios”.
Si Milei conserva esa línea habrá interpretado fielmente al electorado que lo volvió a apoyar de manera no incondicional. De los triunfos y de las derrotas, sobre todo cuando son tan fuertes, lo que importa es el procesamiento.
Recuérdese que cuando Alberto Fernández perdió las legislativas hizo un acto en Plaza de Mayo (el 17 de noviembre de 2021) para anunciar el inicio de la “segunda etapa” de su gobierno, buscó proyectar una imagen de continuidad y dictó cátedra: “el triunfo no es vencer sino nunca darse por vencido”.
Es de esperar que al triunfo verdadero Milei lo desglose con mayor puntería. La gran pregunta se refiere a la personalidad del Presidente, cuya propensión a la intransigencia acuerdista de los dos primeros años muchos encuentran relacionada con un modo estructural de entender la política. ¿Existe un Milei negociador tan eficaz como el líder determinado que jura no claudicar?
La primea cuestión que Milei deberá resolver en la nueva etapa es la recomposición de su gobierno y en particular el destino que tendrá el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, acuerdista político de gran talento que se distingue más debido a su soledad. La segunda, el destino de Santiago Caputo, cuyo preanunciado ingreso al Gabinete avivó conflictos.
Milei siempre habla con comparaciones extremas. Anoche dijo que el próximo Congreso será el más reformista de la historia. Y también explicó que para eso buscará hacer acuerdos, reconociendo así que con 101 diputados y 20 senadores no le alcanzará. Está muchísimo mejor que antes pero igual deberá lidiar con un peronismo también robusto.
