El efecto dominó que se produce para que una vida cambie radicalmente puede iniciarse por los motivos más inusuales. En este caso, fue una cerda mini pig. Julieta Demarco (48) trabajaba en una oficina en pleno centro de Buenos Aires y vivía con sus dos hijos en el barrio de Saavedra, pero tras una ruptura amorosa, un amigo le llevó a Pochi, la mini pig, y algo se despertó en ella: un cariño irrefrenable por los animales. A seis años de ese encuentro, ahora vive en una zona rural y dirige un santuario, donde alberga a caballos, cabras, vacas, perros, gatos, patos y otros tantos animales que fueron abandonados.
Julieta y su familia “multiespecie” son furor en redes sociales en la cuenta @lapochivegana, donde muestra el día a día de sus animales. La interacción entre un cabrito amoroso y un perro revoltoso, por ejemplo, divierten a los más de 54 mil seguidores que tiene la cuenta. En julio le festejó el cumpleaños de seis años a Pochi con una fiesta, donde los visitantes del rancho pudieron jugar con las mascotas mientras la chancha se comió una enorme torta hecha de frutas.
No obstante, este presente no es el que imaginó Julieta hace unos años. “Siempre me gustaron los perros, los gatos, había trabajado en veterinarias, pero nunca me imaginé tener un chancho. Un día yo venía medio bajón por una ruptura amorosa y un amigo me dice: ´Yo tengo algo que vas a ver cómo te va a levantar de la cama´, y me la trajo a Pochi, que era del tamaño de un paquete de yerba”, rememoró en diálogo con LA NACION.
La tendencia de adoptar cerdos mini pig como mascotas creció en popularidad en las últimas décadas por su apariencia adorable, su inteligencia y su docilidad. Sin embargo, al crecer tanto el animal, mucha gente los abandona. “Mi amigo me dijo que iba a pesar 50 kilos y ahora está casi en 100, imaginate. Por eso es que hay tanta gente que los compra y después los quiere dar en adopción. Se les va de las manos”, aseguró Julieta.
Cómo es vivir con una cerda
Cuando Pochi entró a su familia, todo cambió para Julieta. “Llegó la gorda -como le dice cariñosamente- y se me dio vuelta la vida, realmente no sabes lo que es hasta que pasas por la experiencia”. Según relató, la demanda de estos animales es alta, ya que son muy inteligentes y curiosos, por lo que en un departamento tienen “mucho para romper”.
“Adapté mi casa a una chancha. Subí todo a un metro, como si tuviese un niño de dos años. Esa inteligencia también la utilizan para hacer macanas, te abren los cajones y puertas, te revisan todo. Me rompió vidrios y hasta se tomó un pack de cervezas”, recordó, entre risas. En ese entonces, Pochi era famosa en el barrio por los paseos en el Parque Saavedra, donde la gente se paraba a saludar a la simpática mascota. Sin embargo, la vida en el departamento era complicada.
Mudanza al campo y cambio de vida
Luego de Pochi llegó Cuba, otra mini pig, por lo que Julieta empezó a tener la idea de llevar a sus mascotas a lugares más abiertos. “Primero probé suerte en una cabañita que yo alquilaba y como me encantó ahí empezaron a llegar los bichos“, contó.
Finalmente, decidió dar el salto y dejar su vida en la ciudad para mudarse a una chacra en la localidad bonaerense de Francisco Álvarez y allí empezó a conformar su “familia multiespecie”, que hoy en día está integrada por un chancho criollo, un toro, cuatro cabras, tres ovejas, cuatro caballos petizos, dos caballos grandes, patos, gansos, pavo, gallina, gallo y ocho perros, entre otros. “Mi día a día gira en torno a ellos”, afirmó.
Ese cambio rotundo fue un “despertar” para esta amante de los animales, pero también tuvo sus costos personales. “Hay cosas buenas y cosas malas, a mí me abrió el corazón, soy otra persona y mi percepción sensible del mundo es totalmente diferente a la que tenía antes”, aseguró. “En el camino quedaron un montón de amistades, viajes, un montón de cosas, pero se sumaron otras. No sé si son mejor o peor. Es otro estilo de vida”, reconoció.
De esta manera, Julieta dejó de ser una secretaria que se arreglaba y se planchaba el pelo para ir a trabajar a una oficina para ser una mujer que dirige un santuario repleto de animales de distintas especies. “Yo ahora vivo embarrada y feliz”, aseveró.
Su misión en la comunidad
En el santuario recibe a grupos de visitantes los domingos y, de vez en cuando, los sábados. Con la entrada y los aportes voluntarios de sus seguidores puede mantener el lugar y la comida de los animales, mientras que Julieta vive con su pareja haciendo fletes y traslado de animales en esa zona rural. Recientemente, Julieta viajó hacia Neuquén y pidió a sus seguidores que la ayuden económicamente para ir a rescatar una cabrita llamada Azúcar que fue abandonada.
En las visitas abiertas, los asistentes no solo pueden interactuar con las diversas mascotas, sino que se monta una feria, donde se puede acceder a variados productos autogestivos y a comida vegana. Desde la llegada de Pochi, Julieta dejó de consumir derivados de animales y busca que más personas se empiecen a preguntar por ese tema.
“Muchas de las personas que vienen de visita se replantean un montón de cosas. Por supuesto que es una utopía pensar que todo el mundo deje de consumir animales, pero por ahí empezar un consumo más consciente. Me gusta que la gente conozca que puede haber otras comidas, que son ricas. Quizás con ese cambio le salvas la vida a un bicho. A veces uno se siente como que no cambias nada, pero es un granito de arena”, aseveró.
Por último, Julieta destacó la comunidad que se armó alrededor de sus animales en redes sociales. “La gente que se acerca es buena, no tienen problema con nada, siempre con una sonrisa para todo y siempre dispuestos. Hay mucha más conciencia sobre el cuidado de los animales y nos apoyan”, concluyó.