La semana que concluye celebrábamos que la ONG Módulo Sanitario dedicara esfuerzos a construir baños para los más de seis millones de argentinos que no disponen de ellos, sin imaginar que pocos días después estaríamos abordando el mismo tema desde otra arista, pero insistiendo también en que el acceso a servicios sanitarios hace a la dignidad de las personas.
Ocho legisladores de Unión por la Patria elevaron el 16 del corriente mes una particular misiva a la vicepresidenta del Senado, Victoria Villarruel. Le pidieron que no se permita a policías y gendarmes que trabajan en el Congreso utilizar los baños de la Cámara alta. Suscribieron la solicitud Oscar Parrilli, Silvia Sapag, Antonio Rodas, Cristina López, Carlos Linares, Sergio Leavy, María Eugenia Duré y Gerardo Montenegro.
Al difundirse una nota de carácter interno, que de no ser por su cariz probablemente no habría trascendido, supimos que estos senadores pidieron que se adopten las medidas necesarias “para ordenar y regular la presencia de las distintas fuerzas de seguridad en el ámbito del Honorable Senado (…) asegurando que el uso de los espacios se limite a lo estrictamente necesario…”. Aclararon en la solicitud que se referían a “la presencia de los efectivos de la Policía Federal, Prefectura Naval, Gendarmería Nacional y Policía de Seguridad Aeroportuaria”, que “se intensifica de manera exponencial los días de operativos masivos ordenados por autoridades nacionales, que son quienes deben garantizarles condiciones básicas a los efectivos en cuestión”.
El kirchnerismo, que ha brindado masivo apoyo a las protestas de los miércoles por parte de jubilados y de grupos políticos que no dudan en provocar destrozos en la vía pública y los propios edificios del Congreso, ha expresado también sus duros cuestionamientos a los operativos antipiquete y suma ahora esta otra “incomodidad”. Que no todos los despachos tienen baño privado es una realidad. Que eso no debería ser un problema es otra. Está claro que los ocho legisladores kirchneristas encontraron otra forma de expresar su alergia al orden y al respeto que imponen los uniformados y se oponen con fiereza a tener que convivir con ellos en un Congreso que perciben poco menos que militarizado en días especiales, como si no fuera también para su propia tranquilidad y protección.
La ministra de Seguridad Nacional, Patricia Bullrich, puso en palabras el pensamiento de muchos al afirmar: “Insólito pero real. El kirchnerismo pidió que las fuerzas de seguridad no usen los baños del Senado. Ya sabíamos que no los querían… pero ni para ir al baño los dejan. Un poco de respeto y sentido común. Son los que nos cuidan todos los días”.
No es legal que un bar o un restaurante exhiba un cartel que diga “baños para uso exclusivo de clientes”. Así como la ley establece que las instalaciones sanitarias son de uso libre, en un edificio público como el Congreso prima indiscutiblemente la misma lógica, máxime cuando quienes necesitan utilizarlas están prestando un valioso servicio, precisamente, a quienes pretenden prohibirles el acceso.
Las abultadas dietas y la sumatoria de prerrogativas a las que acceden nuestros legisladores, con poco registro de que llegaron por voluntad popular y para servir al soberano, tienden a confundirlos. Muchos de ellos han perdido toda humildad al punto de creerse seres superiores, con nutridos consejos de asesores, choferes y custodia, aferrados a sus bancas, resistiéndose a volver al llano. Y ahora, además, como en el caso que nos ocupa, pretendiendo plantarse como dueños de los baños del Palacio del Congreso, en una metáfora explícita de nuestra decadencia. Con estos reclamos, muestran también su costado más inhumano, insistiendo así en devolverle al ciudadano la peor imagen de sí mismos. Todo esto, sumado a un tan cuestionado como vergonzoso cierre de listas registrado recientemente en la provincia de Buenos Aires, parte de nuestra dirigencia logra que cada día los votantes estemos más convencidos de que un futuro mejor se asocia a una renovación de la clase política, perimida y encerrada en su propia burbuja para retener el poder a como dé lugar.