Solos en la multitud. Rodeados de personas, pero sintiéndonos invisibles

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Sentados en cafés, almorzando solos un día de semana cualquiera, de un mes cualquiera. El fenómeno es ya habitual. Muchas personas solas, mirando sus celulares y haciendo como si todo fuera genial, pero sintiendo una sensación de vacío y aislamiento enorme. La increíble paradoja de sentirse solo en medio de mucha gente.

Todos conocemos casos o lo experimentamos en primera persona.

Aunque los niveles de conectividad son cada vez mayores a nivel global, la soledad como forma de “dolor social” se ha convertido en uno de los problemas que definen a nuestras comunidades modernas. Filósofos como Byun-Chul Han vienen denunciado el tema hace años. Y, últimamente, una enorme cantidad de evidencia científica lo confirma.

Y si bien la investigación inicial refería estos temas a las poblaciones de edad avanzada y otros grupos específicos, hoy es un mal de la época, incluyendo a enorme cantidad de jóvenes, que, pandemia mediante, están cada vez más conectadas a través de la virtualidad, pero con una sensación de soledad cada vez mayor.

El mundo laboral tampoco colabora. En el pasado, aunque uno estuviera solo, acudir al trabajo y relacionarse con compañeros de oficina era un imperativo, que implicaba viajar, caminar por la ciudad y, al menos superficialmente, conectar con muchas personas. Hoy, desde la virtualidad esta realidad ha cambiado sustancialmente.

Y esta situación no solo afecta a las relaciones de amistad o laborales, sino a las parejas. Es que las Apps de citas, que se suponía venían a contribuir con los vínculos, solo están generando frustración a través de un escroleo constante, intercambios electrónicos esporádicos, la casi imposibilidad del encuentro personal y por lo tanto de intimidad, fomentando aún más la dificultad de conexión real.

Incluso para sortear la soledad y recibir apoyo sobre cómo salir de ella, muchas personas ya no acuden a psicólogos o grupos de ayuda, sino que consultan con aplicaciones o directamente con la IA, intercambian con ella, generando conversaciones en línea, que, aunque amables, no dejan de ser una interacción ilusoria e incluso potencialmente muy perjudicial debido a esta cuasi empatía que la IA ha desarrollado, que elimina la complejidad -y lo absolutamente valioso e irremplazable- de la comunicación humana cara a cara.

Hay distintos tipos de soledad. A la que nos referimos en esta nota es especialmente a la llamada “soledad no deseada”, diferente al concepto de aislamiento social, que se refiere a una situación objetiva, relacionada con la existencia de poco contacto social, mayormente vinculada a adultos mayores. La soledad no deseada es definida como un estado subjetivo y emocional que experimenta una persona cuando siente que su nivel de contacto social no cumple con sus necesidades y preferencias personales, lo que le genera angustia, tristeza y malestar. Vale distinguir entre dos términos en inglés que son difíciles de matizar en español: loneliness (la soledad en sí entendida como aislamiento) y solitude, que es más bien entendida como un estado positivo y de paz, que contribuye a la conexión con uno mismo, la introspección y la autorreflexión y que para muchas personas implica recargar energías y que puede ser un estado a buscar más que a evitar, al menos cada tanto.

Los datos globales son abrumadores, sobre todo en algunas culturas y sociedades: Casi una de cada cuatro personas en todo el mundo se siente sola o muy sola según una encuesta de octubre del 2023 realizada por Meta-Gallup en más de 140 países, aunque los autores aclaran que los números globales podrían ser mayores porque solo representan al 77% de la población adulta mundial y no incluye a China, el segundo país más poblado del mundo.

El aumento del hacinamiento, la densidad de población y la exclusión social, agravan el problema que, en algunas culturas es realmente de dimensiones epidémicas, al punto de que, países como Japón o Inglaterra han creado oficinas o ministerios de la soledad para atender el problema.

Algo bueno a mencionar es que en nuestros países latinoamericanos los datos son un poco más auspiciosos: es que parece que los dispositivos comunitarios siguen siendo fuertes, sobre todo de la mano de clubes barriales, bibliotecas públicas, espacios comunitarios y encuentros en las plazas y espacios verdes e incluso en las casas, algo que no ocurre en todas las culturas.

Ya sabemos sobre el impacto adverso que la soledad tiene en nuestra salud psicológica, mental y física y parece que se trata ahora, además de diagnosticar y entender el problema, de ser parte de la solución.

Y si bien las medidas de impacto siempre se relacionan con políticas públicas que contribuyan a la inclusión social, a mejorar el entorno urbano, a facilitar y promover el acceso a los espacios públicos naturales como plazas y parques, a promover eventos culturales de conexión y a generar más acceso a la salud mental pública, entre otras cosas, cada uno de nosotros puede aportar a su entorno generando iniciativas comunitarias, apoyando y promoviendo las que existen, generando espacios de conversación y encuentro como los famosos grupos de vecinos del Hospital Pirovano, y contribuyendo, en nuestro metro cuadrado a generar espacios donde se busque la intimidad y la conexión auténtica, que, aunque pueda dar un poco de miedo al inicio, es, siempre la mejor salida.

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