El vestido de boda de Toni Cilberti descansa hoy en la galería de artefactos raros e icónicos del Museo Nacional de la Segunda Guerra Mundial en Nueva Orleans. Se trata de una prenda confeccionada con un paracaídas de nailon que su esposo trajo de la guerra. Durante décadas, ella lo guardó en la repisa más alta de su armario, símbolo tangible de una historia de amor marcada por la resiliencia y la transformación. “Mi querido esposo siempre está en mi mente. Tuvimos una relación hermosa. Era un bailarín tremendo, elegante”, relató Toni Cilberti en una entrevista con Newsweek, al recordar la vida compartida con Nicholas Cilberti, quien falleció en 1992.
La historia de Toni y Nick Cilberti se remonta a la infancia, aunque sus primeros encuentros distaban mucho de la cordialidad. “Era la persona que menos quería cerca”, confesó Toni Cilberti sobre el hermano de su mejor amiga, Carmel. Las bromas y travesuras de Nick la incomodaban, hasta el punto de evitarlo en la esquina del barrio cuando regresaba de la escuela. Sin embargo, la distancia impuesta por la guerra y la mediación de Carmel, quien comenzó a salir con el hermano de Toni, alteraron el rumbo de esa relación.
Ante la amenaza de que Carmel dejaría de escribirle a su hermano si ella no hacía lo propio con Nick, Toni accedió a intercambiar cartas, aunque puso como condición que él enviara la primera misiva. Aquella correspondencia, descrita por Toni como “las cartas más bonitas que uno podría recibir”, marcó un punto de inflexión. Eran mensajes llenos de amabilidad y humor, sin excesos sentimentales.
Tras varios meses, Nick anunció que regresaría a casa durante un permiso y expresó su deseo de invitarla a salir. La transición de la escritura al encuentro presencial generó dudas en Toni, pero finalmente aceptó. “Antes era el terror adolescente, pero ahora era un caballero en el servicio. Debió de aprender mucho porque fue un perfecto caballero. Me divertí tanto que no lo podía creer”, recordó. Desde entonces, la relación fluyó con naturalidad y las salidas a bailar se convirtieron en su actividad favorita, ya que Nick era, según ella, “un excelente bailarín”.
La guerra, sin embargo, imponía sus propias reglas. Nick Cilberti debió reincorporarse al servicio y la pareja mantuvo el contacto a través de cartas. “Me contaba sus pensamientos mientras estaba lejos de su familia y su hogar. Compartía algunas de sus experiencias durante la guerra, aunque parte de la información estaba censurada”, explicó Toni a Newsweek.
Según Kimberly Guise, curadora principal del Museo Nacional de la Segunda Guerra Mundial, la carta fue el principal testimonio de las relaciones de pareja durante el conflicto: “La evidencia más concreta de estas relaciones está en las cartas. La mayoría hablaba de la añoranza, del deseo de estar juntos y de la espera por el reencuentro”.
La vida cotidiana en el hogar tampoco escapaba a la influencia de la guerra. Toni Cilberti asistía con frecuencia al cine, donde los noticieros proyectaban las últimas novedades del frente. La comunidad entera parecía volcada al esfuerzo bélico, y la ausencia de compañeros varones en su baile de recepción evidenciaba el impacto del reclutamiento. “No recuerdo haber conocido a nadie que no fuera consciente de la guerra y que no intentara aportar al esfuerzo común. Todos parecíamos unirnos y trabajar juntos”, relató.
Un día, las cartas de Nick dejaron de llegar. La explicación vino después: durante su decimosexta misión, pilotando un B-29 sobre Tokio, su avión fue gravemente dañado. El grupo intentó regresar a la formación, pero la pérdida de varios motores los obligó a aterrizar de emergencia en una isla desconocida del archipiélago filipino.
“Hacía un calor sofocante. No tenían nada para comer salvo algo de frutas”, relató Toni. La desconfianza hacia el agua los llevó a observar a un mono bebé tomar antes de atreverse ellos mismos. En la isla, se toparon con soldados japoneses y debieron enfrentarse en combate cuerpo a cuerpo. Finalmente, habitantes locales los auxiliaron, les ayudaron a construir una canoa y los enviaron a la siguiente isla. Tras 29 días, lograron regresar a su base. “Si hubieran tardado un día más, los habrían declarado desaparecidos en combate”, explicó Toni Cilberti.
La recuperación de Nick fue lenta. Hospitalizado por disentería y otras enfermedades propias del clima tropical, rechazó la oferta militar de regresar en avión a Estados Unidos y esperó varios meses hasta que un barco lo llevó de vuelta. Fue dado de baja en 1946. Entre sus pertenencias, conservó el paracaídas de nailon que había sido crucial para su supervivencia. “Ese paracaídas fascinaba a toda la familia, así que lo guardaron”, relató Toni.
El reencuentro consolidó la relación. Las visitas y las salidas se volvieron frecuentes, hasta que ambos decidieron formalizar su noviazgo. Un año después, se casaron. La escasez de seda japonesa, consecuencia directa de la guerra, llevó a la madre de Nick, costurera de oficio, a proponer la reutilización del paracaídas para confeccionar el vestido de boda. “Nos sentamos en círculo en la sala, abrimos el paracaídas y, con descosedores, cada uno fue separando los paneles, puntada a puntada. Ella lo ensambló y creó un vestido hermoso”, recordó Toni.
El 5 de octubre de 1947, Toni Cilberti caminó hacia el altar del brazo de su padre, vestida con la prenda que simbolizaba no solo la unión con Nick, sino también la superación de la adversidad. “Estaba tan orgullosa. Recuerdo el día, caminando por el pasillo, tomada del brazo de mi padre. Estaba rebosante de alegría porque llevaba el vestido de novia hecho con el paracaídas de nailon”, afirmó en diálogo con Newsweek.
La vida en común transcurrió entre bailes, viajes a lugares como Cape Cod y la formación de una familia siete años después del matrimonio. Tuvieron dos hijas y se establecieron en Glenville, en la región capital de Nueva York. Nick Cilberti se integró a la comunidad como bombero voluntario y desarrolló una carrera en la industria de la galvanoplastia, mientras que Toni se dedicó al voluntariado.
Tras la muerte de Nick a los 69 años, Toni Cilberti continuó activa en su entorno, participando en actividades como el baile y el voluntariado en un hospital infantil local. En 2025 celebró su centenario, manteniendo vivo el recuerdo de una relación forjada en tiempos de guerra y simbolizada por un vestido que hoy forma parte del patrimonio histórico del Museo Nacional de la Segunda Guerra Mundial.