Sudor y lágrimas: detrás de escena de un día con Marianela Núñez en el Teatro Colón

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Si esta historia fuera una ficción, correría el riesgo de parecer un cuento exagerado: que la chica de San Martín, que supo a los cinco años que quería ser bailarina, se prepare en un salón de barrio y entre en la escuela del Teatro Colón; que la jovencita, que miraba al otro lado del océano con ojos claros y grandes, cruce el ancho mar a los quince para unirse al Royal Ballet de Londres; que la bailarina internacional, que hizo una carrera de excepción, tras un cuarto de siglo de éxito reciba de manos del rey de Inglaterra la Orden del Imperio Británico por su aporte a la danza… ¡Y que ese día, incluso, ingrese al castillo de Windsor vestida de rosa de pies a cabeza! Así, todo junto, es digno de una novela soñadora. Pero esto no es una ficción, sino la vida real de una argentina que el mundo entero observa encantado y que, muchas veces, con sus premios, sus aplausos y sus críticas se anima a proclamar que es “la mejor”.

Marianela Núñez, 43 años, pura emoción y fibra, está de regreso en Buenos Aires una vez más para presentarse con el Ballet Estable del Teatro Colón. Es tiempo de vacaciones en el hemisferio norte y, por ende, momento de reencuentros en el sur. Trae a este escenario majestuoso, que cuando abre su telón corta la respiración hasta al artista más experimentado, un rol que no solamente oficia de puente infalible con el público –Don Quijote, la comedia popular que palpita en el corazón del ballet de repertorio– sino que es medular en su trayectoria. No podría contar exactamente cuántas veces se puso en la piel de Kitri, una mujer que se le parece en varios sentidos. Sin ir más lejos, fue el papel con el que debutó como primera bailarina en Covent Garden y lo había transitado ya desde antes, en fragmentos y célebres pas de deux cuando era una adolescente.

Preparativos, a primera hora de la mañana en la mítica Sala Rotonda del Teatro Colón

Esta versión, sin embargo, es una novedad para ella como para su partenaire, el cubano Patricio Revé, y aunque bien podría sacar pasaporte de estrella y permitirse licencias a la medida de la coreografía que usualmente baila, se pone a estudiar los pasos que marcan Silvia Bazilis y Raúl Candal, dos leyendas de la casa a cargo del montaje. Es la manera de “encender el motorcito” que la lleva en la búsqueda de una capa más para la carnadura alegre, ingeniosa y perseverante de esta española de volados y voladas vivaces.

La noche del jueves, en la primera de sus dos funciones con el Ballet Estable que dirige Julio Bocca, Núñez confirmó no solo su nivel artístico sino una a una las razones por las que mantiene esa magnética relación con sus seguidores: decenas de jóvenes y familias la esperaron en la vereda de la calle Cerrito, en la salida de artistas, hasta cerca de la medianoche. Sobre una improvisada tarima (mesa con rueditas, para dos), ella avivó los cantos que coreaban su nombre y agradeció el cariño y el apoyo de sus fans. “Del otro lado del océano –les dijo– se siente todo este amor”.

Afrontar el día con una clase y una sonrisa, el abecé para alinear el equilibrio físico, mental y emocional

Ese fervor popular ya se había hecho notar adentro de la magnífica sala, colmada de espectadores que agotaron entradas el mismo día que salieron a la venta. A cada aparición, los aplausos, y al final del acto, una ovación: cuando un equilibrio cortaba el aire hasta por diez segundos, si un salto la elevaba con el efecto de una explosión y, por supuesto, en reconocimiento al eje de ese giro imparable y preciso, cuya velocidad pareciera regular a su antojo. Pero más allá del sabido virtuosismo que se apoya en una técnica de oro, lo que conecta a ella con su pareja, con los solistas y con todo el cuerpo de baile –que, hay que decirlo, se vio formidable e inspirado– es la interpretación carismática de una historia como esta, por la que cualquiera se dejaría guiar con la sorpresa, la risa y el disfrute de un chico al que le cuentan un cuento de aventuras. Transmite cada línea del argumento y encuentra a su alrededor infalibles cómplices para hacerlo: desde el extravagante Camacho de Emanuel Abruzzo, que ni por todo el dinero del mundo logrará conquistarla, hasta el dúo de gitanos de Rocío Agüero y Jiva Velázquez, pasando por el chispeante cupido de Yoshino Horita; Quijote y Panza, dríades y toreros, cada uno en su rol, le hizo honor al lugar que ocupan en esta compañía que está celebrando un siglo de vida.

Hay química: con su partenaire Patricio Revé y con el Ballet Estable del Teatro Colón, en un ensayo antes del estreno

Volviendo a Marianela Núñez, ella es vigorosa en el primer acto, delicada en la aparición del sueño del caballero andante, sensual en el bello dúo de amor que abre el segundo acto con este Basilio también admirable. Hay química entre los dos: la argentina encontró en Revé un compañero con el que parece haber bailado siempre, aunque no, este es el debut de ambos como tándem. Tanto que para cuando llega la famosa coda, los dos reparten la cosecha de una velada de puntos altos, plagada de emociones.

La antidiva que todos admiran

Para que esto ocurra por la noche, el día había comenzado a las 10 AM en la mítica Rotonda del Teatro Colón. La clase que presencia LA NACION para una mitad del Ballet Estable –la otra parte se entrena en simultáneo, en otra sala de ensayo, la 9 de Julio, ubicada en el tercer subsuelo– la dicta con dinamismo Edgardo Trabalón. “Es el abecé de todos los días, porque a esta hora todavía lo que tenemos que afrontar es un montón, como decimos acá, no solo en lo físico, sino en lo mental y emocional”, reconoce Nela, Marian, Marini o Señora Núñez, depende de quién la llame. Todo es muy “en serio”, pero la risa está, más que habilitada, instalada en cada uno de los que transpira agarrado de la barra. A un lado, Marianela termina de encintarse los dedos de los pies y enseguida pasa al centro con una primera tanda; salta, cae como pluma y extiende el cuello desde la tapa de la cabeza como si un hilo imaginario la elevara. El maestro suelta con su gracia habitual: “¡Perfecto, Marianelova!”, y la rebautiza en ruso.

Abrazos, miradas y soporte de dos hombres clave de la danza argentina: Julio Bocca y Raúl Candal

Un rápido alto antes del ensayo matinal en el escenario da la pauta de lo antidiva que esta estrella puede llegar a ser. “¿Qué pasa dentro del camarín de una primera bailarina? ¡De todo! Acá obviamente estoy por un tiempito, no es mi camarín de 27 años allá, en el Royal, una especie de minidepartamento que por suerte no tengo que compartir con nadie. Tengo coronita, sí, lo voy a admitir. Ese lugar es mi refugio, hubo muchas celebraciones ahí adentro y también mucho llanto, no solo en lo profesional. Es donde me descargo, donde suelto todo”. Acá, mientras se cambia, se la oye cantar el tema de la serie Envidiosa, el que dice “Me estás rompiendo el corazón” (y arremete con el estribillo: “Decime que sí, que sí me querés…”). Cuando sale al pasillo, terminándose todavía de acomodar el vestido de Kitri que trajo del Royal Ballet, le da un mordisco a la segunda banana de la jornada (“allá en Londres me las dan frozen, las de acá son mejores”) y avisa entusiasmada: “Griselda viene el domingo. ¡Adoro todo lo que hace Siciliani! Hay escenas que las veo en loop”.

Espontánea, divertida, carismática: Núñez, una antidiva en el backstage

Quien la mire desde coulisses, entre bastidores, la sorprenderá en más de una ocasión guiñándole un ojo a su Basilio cubano. “Lo tengo por contrato: hacer dos funciones, con guiños”, bromea. Ladea una sonrisa para la derecha, otra a la izquierda, golpea el abanico haciendo “puchero” y le da sentido a cada movimiento con gestos que buscará proyectar –sin parodiar– hasta allá arriba, para el último espectador que esté en el paraíso. De pronto, se da vuelta para transmitir el quid de la comedia: su padre quiere casarla con el ridículo Camacho, aunque ella busca darle rienda suelta a su amor con Basilio, hijo del tabernero. “¡Y claro, si este no tiene un peso!”, señala a su enamorado, y lo dice con todas las letras. El público no la oirá, pero esa línea de texto es suficiente para que con la mímica cualquiera sepa qué es lo que está contando la historia.

De carne y hueso, en definitiva, cuando completa una diagonal de giros interminables se para a tomar aire. Pero no pasan dos segundos que está de vuelta proponiéndole a Candal: “¿podemos hacerlo de nuevo?” Quiere ajustar distancias, medir el escenario mientras los toreros agitan sus capas. La segunda pasada de esa variación la deja más conforme. “El acento yo lo hago abajo, maestro”, comenta al director de la orquesta. En otro momento del ensayo, pedirá al pianista que vaya más lento en el adagio. Para que “se lea” el desarrollo de sus movimientos, Marianela usa toda la música. Podría ser como una traducción.

“Por más que el ensayo salga bien, si ella siente alguna ‘molestia’, si algo no resulta como quiere, va a necesitar hacerlo dos veces más, siempre, es una especie de confirmación; como guardar y volver a guardar”, confían en su círculo íntimo. Analía Domizzi conoce a Marianela como solo una amiga cercana puede hacerlo y a la vez tiene el ojo experto de la bailarina y la maestra que es. Desde hace años, acompaña a la artista en sus proyectos, como las galas solidarias que hasta la pandemia hizo en San Martín. Busca una respuesta a la “vigencia” con la que Núñez sigue en el escenario a los 43 años. “Desde que la conozco, sigo, estudio, aprendo de esa curva que hace su trayectoria y que continúa ascendente: creo en el método, en esa profilaxis que tiene su carrera, de cuidarla, de disfrutarla, de vivir para ella, y estar en cada cosa que no tiene que ver con el brillo sino con la búsqueda, con cómo va y viene, cómo deshace para seguir haciendo. Es sorprendente, no creo tener la respuesta”.

Ajustes para el acto blanco, cuando Kitri se transforma en Dulcinea en el sueño del caballero andante

Continúa la acción: hay fiesta en la taberna. El cuerpo de baile bate las palmas, marca el ritmo, es oxígeno que aviva el fuego. Esto no es nuevo para ellos, la “invitada” viene de Inglaterra una vez al año y siempre es un “incentivo”, una “inspiración”, un “estímulo” tenerla cerca. Coinciden en esto varias bailarinas de la compañía, que en el backstage no le pierden pisada mientras intercambian tips, cintas rosadas, pares de zapatillas. Hay camaradería. Algunas, la siguen a través de la pantalla de sus teléfonos celulares, donde graban los videos que más tarde correrán como reguero de pólvora en las redes. Entre ellas está María Celeste Losa, la solista argentina de la Scala de Milán, también invitada para el protagónico de Don Quijote: es su primer ballet completo en el Teatro Colón, un merecido acontecimiento.

Amigas, por los pasillos del subsuelo, Marianela Núñez y Analía Domizzi (arriba); en la platea, antes de la función, Norberto y Elena, los orgullosos padres de la bailarina

Una “mina” de oro

El mediodía nos encuentra de charla en un palco, una conversación restrospectiva, que va y viene en el tiempo, y conmueve a Marianela hasta las lágrimas. No teme mostrarse vulnerable ni decir que tiene inseguridades que enfrentar (“vienen a la superficie de todos los ángulos y hay que abrazarlas”); también por su transparencia y sensibilidad el público la quiere tanto.

“Es súper especial recibir la invitación para venir a hacer Don Quijote en el Teatro Colón nada más y nada menos que de Julio Bocca, que ha sido un ídolo para tantas generaciones, además de la persona que aquí en la Argentina popularizó la danza”, observa sobre la coincidencia entre ambos que le pone un carácter diferencial a esta venida suya. De pronto, se unen dos capítulos de la historia reciente de la danza, y a su vez la siguen escribiendo.

En el camarín, durante un entreacto de la función del jueves: vestuario, tocado y un momento de

Minutos antes, Bocca había señalado a LA NACION tres razones que hacen a ella tan excepcional: “Es una persona disciplinada, que sabe lo que quiere, ama lo que hace, y busca más siempre. Tiene una musicalidad increíble y una técnica que quien conoce un poco de ballet sabe a lo que me refiero. Y, finalmente, es una mina que es compañera, y eso es muy importante: cuando se sube al escenario con una compañía, se trabaja con todos, y es muy lindo también para la gente con la que viene a interactuar. Marca una diferencia enorme tener a Marianela”.

Explosiva, una fiesta: primeros bailarines, solistas y el cuerpo de baile hicieron honor al lugar que ocupan en el Ballet Estable, una compañía que está celebrando un siglo de vida

Inesperadamente, una pregunta “cantada” sobre la condecoración que este año le otorgó el rey Carlos III, la moviliza desde lo más hondo: “Me emociono por lo que significa recibir un reconocimiento en el lugar en donde yo desarrollé toda mi carrera artística, pero también mi vida, como digo siempre: la forma en que me han abierto las puertas, cómo me han ayudado; el Royal Ballet estuvo trabajando para que todo esto me sucediera. Están muy pendientes de cómo estoy, atajándome constantemente; se enorgullecen y hacen lo posible para que estos reconocimientos lleguen hasta a mí. Me emociono porque me ven no solo artísticamente sino como persona. Hacer una carrera artística y llevarte toda esta parte humana es realmente impresionante”.

Marianela Núñez, en el teatro Colón:

El pasado 1° de abril, Marianela llegó al castillo de Windsor con Elena Clavijo y Norberto Núñez, sus padres, y Fanny Boselli, su mejor amiga y madrina de sus gatos (los “cathijos”), todos elegantísimos para la ocasión. Los nervios por el protocolo se aflojaron cuando, subiendo las escalinatas, escucharon a la banda real tocar el tango “Por una cabeza”. A ellos dos también se les pianta un lagrimón ahora que, en diálogo con LA NACION, revisan cómo fue haberle abierto las puertas de la casa familiar a la menor y única mujer de sus cuatro hijos para que a los quince años saliera al mundo. Y acompañarla hasta hoy cada vez que suena el teléfono a once mil kilómetros de distancia y les dice: “Mamá, papá, los quiero acá conmigo”.

Como espectadores, sufren instintivamente en la butaca igual que hace dos décadas y cada función la atraviesan en tres tiempos: nervios, disfrute y alegría. Son los fans número uno dentro de una legión que no para de crecer. Elena goza del inédito privilegio de haberla visto interpretar todos sus roles al menos una vez y en el partido bonaerense de San Martín conserva el cuarto con los peluches y las cosas de ballet como en los ‘90. “Marianela nos enorgullece y jamás nos trajo un problema –se quiebra Norberto–. Recién este año, que estuve 70 días allá con ella, me di cuenta de todo lo que desconozco de mi hija, cómo es el minuto a minuto, cosas que no pasan cuando viajamos por menos tiempo. Su trabajo lo maneja absolutamente sola, tiene gente cercana que la asesora, pero no tiene secretaria, nadie le maneja las redes, su capacidad es tan alta que no deja cuestiones por el camino. ¿¡Cómo hace?! Temas privados, las relaciones de familia, las amistades. Tiene esa capacidad”.

La noche que

¿Alguien dijo capacidad? “Marianela tiene un poder interpretativo que hace que uno se crea a todos sus personajes”, dice Adriana Stork, su maestra de los 7 años, la que descubrió su talento antes de que iniciara los estudios en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. “Como dice ella, la danza es el aire que respira y se nota en cada momento: cuando actúa, habla o hace una reflexión. En eso la determinación y dedicación a su carrera la tuvo desde muy temprana edad y siempre se fue confirmando. Hoy la veo con la madurez de los 43 años y lo que eso implica para una bailarina sólida, reconocida en el mundo entero. En un sentido, parece que el tiempo no le hubiera pasado, cada vez está mejor, lejos de pensar que puede haber una pendiente. Es sumamente disciplinada y lo está más que nunca, porque eso la lleva a que su carrera pueda estirarse aún más. Ese es su gran objetivo. Ama estar en el escenario y todo lo que hace es en pos de esto”.

Nelamanía: el jueves a la noche, en la salida de artistas de la calle Cerrito, los fans esperaron a Núñez, que salió a saludar con su partenaire Patricio Revé:

Si le preguntan a esa niña que fue, poco de todo esto se hubiera imaginado. “Lo más bello es que se construyó desde un lugar honesto, que viene del más puro amor. No tengo cómo explicarlo”.

Para agendar

Don Quijote. Hoy, a las 18, es la última función de este título clásico con Marianela Núñez y el Ballet Estable del Teatro Colón, con dirección de Julio Bocca, y la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires.

Gala de Ballet. Con motivo de celebrarse el centenario del Ballet Estable del Teatro Colón, el próximo jueves habrá un espectáculo que contará con varias figuras argentinas invitadas, que bailan en el exterior, como Marianela Núñez, Ludmila Pagliero, Herman Cornejo. Wilma Giglio, María Celeste Losa, Daniel Proietto, entre otras.

Charla abierta a la comunidad. El viernes 8, a las 19, Marianela Núñez regresa a San Martín para conversar con alumnos de escuelas de danza y público en general, en el Complejo Cultural Plaza, Int. Campos 2089. Las entradas son gratuitas y se entregan a partir de las 17, hasta agotar la capacidad de la sala.

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