Sueños y pesadillas mileístas

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Ni en sus mejores sueños Javier Milei hubiera imaginado el 7 de agosto de 2021, en su lanzamiento formal a la arena política, que solo cuatro años después iba a celebrar el aniversario con la foto que le regaló este jueves Pro, en la que varios de sus más conspicuos dirigentes escenificaron, vestidos de violeta, su rendición incondicional. Un verdadero traspaso de mando del cuadrante que va de la centroderecha a la derecha de la política nacional.

El viaje sin escalas de aquel acto casi marginal al centro del escenario no tiene precedentes en los últimos 42 años de historia política nacional. Del llano (o los estudios de TV y las redes sociales) a dos bancas de diputados, de un bloque hiperminoritario a la Casa Rosada y de ahí a la hegemonía de uno de los dos hemisferios político-ideológicos, en solo 48 meses. Nada que pueda explicarse sin los fracasos que llevaron al fin de ciclo de las dos fuerzas emergentes de la crisis de 2001, el hartazgo de una parte mayoritaria de la sociedad, tras más de una década de inflación y estancamiento, y una formidable capacidad para capturar y alimentar el descontento y la rabia.

Aunque tampoco ha sido ni es el del mileísmo un trayecto lineal y menos aún apacible o exento de riesgos y sobresaltos, sobre todo desde que llegó al poder hace ya 19 meses.

El sueño tiene su contracara en muchas pesadillas que sobresaltan al presidente libertario y los suyos a diario. Como sucedió anteayer en la Cámara de Diputados y como es altamente probable que le ocurra en los próximos meses y años. Tanto por demérito propio, por excesos y errores, como por acción de sus viejos rivales, que aún debilitados conservan poder de daño. También de nuevos adversarios que empiezan a emerger y a los que se busca anular antes de que puedan crecer.

La sesión de la Cámara baja de anteayer implicó en términos futbolísticos una inapelable goleada por 5 a 0 sufrida por el equipo oficialista. El abultado score se alcanzó con los goles opositores concretados al lograr, primero, el quorum para sesionar. Y, luego, con los dos proyectos aprobados que de sancionarse obligarán a Milei a vetarlos para evitar que afecten la joya del superávit fiscal, así como con la imposición del tratamiento de asuntos destinados a hacerle pagar costos en el proceso electoral y espantan a la Casa Rosada.

En este último punto se destaca la reactivación de la investigación parlamentaria del escándalo $LIBRA, del que no dejan de surgir novedades que salpican a los hermanos Milei.

Hasta ahora, el Gobierno había conseguido encapsular el caso en el Congreso y no había sufrido contratiempos en la “investigación” que la jueza federal María Servini delegó en el fiscal Eduardo Taiano, de coherente parsimonia en los casos que tocan a quienes tienen poder. Aunque eso marca un fuerte contraste con la causa que avanza en Estados Unidos y con las revelaciones periodísticas, entre las que sobresalen las expuestas por Hugo Alconada Mon.

Ahora eso podría tener una fuerte amplificación en el Congreso, en medio de la campaña electoral nacional que acaba de lanzarse de hecho.

Por eso, cobró más relevancia la concreción de la imagen proselitista para contrarrestar estas novedades, que ayer el equipo de prensa y propaganda mileístas compuso con candidatos y dirigentes libertarios y exmacristas bonaerenses vestidos y travestidos de furioso violeta.

El valor de la foto no radica solo en quienes la encarnan, en lo que representan ni en su uniformización, sino también en el mensaje que subraya la bandera que portan, destinada a clausurar toda disputa política en la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo.

“Kirchnerismo Nunca más”, reza la consigna graficada nada menos que con idéntica tipografía a la utilizada para titular el fundamental informe sobre el terrorismo de Estado de la última dictadura militar. En épocas de política explícita nada debe sugerirse. La representación llevada a cabo en el bastión kirchnerista de La Matanza fue un ejercicio de demonización del adversario, convertido en enemigo, aún a costa de banalizar la más grande de las tragedias de la historia política contemporánea argentina.

El acto de presentación del nuevo oficialismo ampliado apuntó, así, a restaurar la polarización extrema, obturar cualquier emergente que pueda surgir en el espacio centrista y confinar en el bando de los réprobos a aquellos que no adhieren irrestrictamente a todo lo que emane del liderazgo mileísta. Raúl Apold y Ernesto Laclau no habrían imaginado ese homenaje.

La formulación había sido explicitada la noche anterior, ante la derrota inexorable, por los diputados libertarios y por exmacristas ya convertidos en oficialistas sin remilgos. En la performance sobresalieron el titular del bloque Pro, Cristian Ritondo, convertido en albacea testamentario de Mauricio Macri, y la bullrichista Silvana Giudici, quienes adornaron con su expertise parlamentario y la fe de los conversos los discursos más rústicos de sus ahora socios libertarios.

El rechazo a los proyectos que aumentan asignaciones para la atención pediátrica y dan más recursos a las universidades nacionales fue sostenido con el argumento de la defensa del cuidado de las cuentas públicas y reforzado con la descalificación de kirchneristas o funcionales al kirchnerismo a todos los que votaron a favor de esas iniciativas. No importó que con varios de ellos hubieran compartido hasta hace menos de dos años la trinchera en la batalla contra el kirchnerismo, cuando el espacio creado por Néstor y Cristina Kirchner tenía mucho más poder que el que ahora a duras penas conserva. La dinámica de la historia y el poder tiene esas cosas.

Igual de enfático, pero más elocuente, fue el discurso contra los proyectos que rechazaban el uso de facultades delegadas al Poder Ejecutivo en la Ley Bases, de Ritondo. El diputado no desaprovecha oportunidades de demostrar que es un agradecido, como lo hace con Milei, quien, a diferencia de Macri, salió en su defensa apenas se publicó su vinculación con propiedades y cuentas en el exterior no declaradas.

Su llamado a la coherencia a quienes habían votado a favor de la Ley Bases fue tanto un señalamiento a quienes cambiaran de posición como una admisión de que sus propias filas están en proceso de desarme. Ya lo había comprobado con los votos de media docena de diputados a favor de los proyectos que el oficialismo rechaza, al igual que con las abstenciones y ausencias que elevan el número de los disconformes a más de un tercio de la bancada.

El cierre de la alianza porteña con los libertarios alcanzado el día anterior había terminado por implosionar el partido que fundó Macri. Las voces de María Eugenia Vidal, Silvia Lospennato y Waldo Wolff fueron las más resonantes, pero no las únicas que escuchó el ingeniero, sin poder convencerlos de que se trataba de un repliegue estratégico y no de una claudicación poco honrosa.

Macri sabe, además, que las dos fieles diputadas expresan a muchas otras expresiones de su partido, con el agravante de que él mismo comparte en buena medida argumentos de quienes se resistieron al acuerdo. Tanto que no ha logrado en las últimas 48 horas articular una explicación sólida para saldar el bache lógico que media entre la aceptación de las condiciones impuestas por Karina Milei y su queja de pocas horas antes, porque LLA pretendía “una posición totalmente dominante”, que relegaba a Pro.

“En Capital ni foto pudieron hacer. Y en varias provincias, como Santa Fe, San Juan, Chubut y Neuquén, Pro va a enfrentar a LLA. Para peor, en la Legislatura porteña no tienen asegurado el respaldo a Jorge”, señaló uno de los referentes golpeados por la conversión al violeta. El dirigente ponía así un dedo en la herida más abierta del macrismo, que es la gobernabilidad porteña, uno de los argumentos con lo que se buscó justificar el cierre.

La elección de postulantes amigables al paladar de Karina Milei, como catadora de candidatos confiables, para ocupar los puestos quinto y sexto de la boleta de la ciudad de Buenos Aires, es la tarea en la que se encuentran. Dejar trascender los nombres de Jimena de la Torre, Fernando de Andreis y de Hernán Iglesias Illia se asemejó a una prueba de tolerancia.

En ese contexto, cobra significación el interrogante abierto a futuro por los heridos que quedaron en lo que fue el universo cambiemita. Las dudas remiten menos a la próxima elección que a los últimos dos años de mandato. El triunfo nacional que descuenta el oficialismo y con el que alimentan sus sueños las encuestas les permite imaginar un horizonte más despejado para la etapa decisiva de su gobierno. Tanto por los legisladores que sumará (aunque seguirá siendo minoría), como por el efecto que podrá tener el resultado sobre el resto.

El fin del macrismo y el ocaso kirchnerista, aun cuando pueda salir airoso de los comicios bonaerenses, sumado a la recuperación del pragmatismo por parte de los gobernadores tras las elecciones, ilusionan al Gobierno.

Sin embargo, la reconfiguración del mapa político, que profundizó la absorción del macrismo, no ofrece tantas certezas. Lo ocurrido en Diputados lleva a revisar números. No todos los que hoy integran los bloques de Pro y seguirán en sus bancas han hecho votos de fidelidad al flamante enlace. Los propios primos Macri nunca han sido afectos a compromisos tan rígidos.

A eso se suma que algunos conspicuos integrantes de la exalianza cambiemita, como los gobernadores de Santa Fe, Maximiliano Pullaro (UCR), y de Chubut, Ignacio Pullaro (Pro), ya iniciaron su propio emprendimiento, con sus pares de Córdoba, Martín Llaryora, de Jujuy, Carlos Sadir (UCR) y de Santa Cruz, Claudio Vidal.

A pesar de que el quinteto fundador insiste en acotar la formación a un armado interprovincial, la elección del nombre revela ambiciones más amplias. La integración de un interbloque en el Congreso asoma como un objetivo para hacer valer su posiciones ante al Gobierno.

“Provincias Unidas nos representa y está menos gastado que cualquier nombre que lleve por el adjetivo federal. Además, tiene historia: de las Provincias Unidas nació la Argentina”, señala uno de los mandatarios para darle épica a la iniciativas, mientras intenta no sacar la cabeza de sus provincias antes de tiempo. Lo que no aclara es si los impulsores tienen en cuenta que la organización nacional a la que remiten demoró medio siglo.

Los sueños que lo alimentan así como las pesadillas que lo asaltan a cada paso son una dualidad a la que está atado el oficialismo. Pero no solo él.

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