Tal vez porque no le gustan las tragedias ni las sopranos que lo pierden todo, a María se le dio por el animé. Por el arte de las ceremonias y tradiciones japonesas, la moda del kimono, las mesas de té, la lengua, la caligrafía, la tinta y hasta el sintoísmo, la religión animista de miles de años nacida en Japón. Por la fantasía del manga, la música y las historias exuberantes de ninjas y samuráis. Una curiosidad el recorrido de aquella heroína mozartiana con rostro de porcelana que se presentaba ante el mundo como “la voz más bella”, cuando en 2005, siendo la participante más joven, se consagraba ganadora del concurso internacional de canto Neue Stimmen y obtenía con el triunfo de ese premio alemán el pasaporte para una carrera en Francia. Doce años en la Ópera de París. Hasta que un día, a Marc Minkowski —el famoso director francés especialista en el Barroco— se le ocurrió invitarla junto a Les Musiciens du Louvre a integrar una primera gira por Japón. Y quedó deslumbrada María con el país de las geishas que hoy, años más tarde, con viajes y largas estadías en el medio, considera su patria adoptiva.
Susurros del Japón fue el título de un programa exquisito que anteayer presentó acompañada por el pianista español Raúl Canosa, en una suerte de estreno para el Teatro Colón. Un encanto la selección de canciones populares y tonadas antiguas, creaciones clásicas y músicas de películas con que el arte nipón se vistió de gala —un furisode de seda bordado a mano con todos los rituales del atuendo—, en la voz radiante de María Virginia Savastano.
De entre las historias que cantó, la fábula de la grulla. Leyenda que fue tomada por un dramaturgo para convertirla en cuento, que fue tomada por un compositor para convertirlo en ópera. La primera del Japón de la que tengo noticias gracias a María, intérprete única para este repertorio en la Argentina. Yuzuru. La Grulla del Crepúsculo, ópera de Ikuma Dan escrita en 1949 que representa, en la historia de un ave que por gratitud se convierte en mujer y esposa, la codicia del hombre y la crueldad humana.
No solo una muestra de la ópera en japonés —una versión oriental de este género que nos es grato y conocido— y del prolífico compositor tokiota. Escuché también las canciones de animé en una voz lírica, entre ellas la de un tal “Hijo del demonio”, ¡preciosa igual la melodía! Y me enteré, sobre todo, de la existencia de una cantante fabulosa que no existe (valga la retórica de la contradicción en este mundo de apariencias), una estrella del pop que lidera rankings y desborda estadios. Una persona virtual que comparte escenario con personas humanas tocando en vivo con una creación de lo más complejo y alucinante de la inteligencia artificial. La gran diva del Japón. Un fenómeno de popularidad y surrealismo llamado Hatsune Miku. Un vocaloide, un holograma, un avatar. Una voz sintética nacida de un programa digital de voces artificiales con un repertorio de más de 100 mil canciones de entre las cuales, a María Savastano, le escuché Los mil pétalos del cerezo, pieza emblemática de la “cultura vocaloid”, según explica ella que es experta en el tema, con un mensaje nacionalista-militar bastante controvertido a los fines de esta columna.
Hatsune Miku significa “el primer sonido del futuro”. Nombre inquietante el de esta muñeca de 16 años, de enormes ojos azules y cabello turquesa que viste minifalda y es eternamente niña. Una niña fetiche de aspecto adorable, silueta menuda y estatura escasa, que alimenta la adicción al cómic y a un “movimiento ficto-sexual” entre hombres reales y personajes femeninos ficticios replicados en hologramas tridimensionales que habitan en cápsulas. “Quiero ser la princesa que vas a amar por siempre”, canta Miku en ese tremendo mundo suyo donde, de tan perfecto, ni siquiera deseos quedan por cumplir.
Delicias del país del sol naciente que descubrimos una tarde preciosa en el Salón Dorado del Teatro Colón.