Según los neurólogos, que una persona tenga mal carácter se debe a la ausencia de ciertas sustancias en su cerebro, lo cual hace que no logre experimentar placer. Y, en nuestra vida cotidiana, somos testigos de cómo aquellos que siempre están de mal humor “contaminan” cualquier ambiente en el que se encuentren. ¿La razón? Para la ciencia es porque no saben cómo generarse sensaciones placenteras, y eso los conduce a estar permanentemente irritados, a la defensiva y listos para atacar.
¿Conocés a alguien así? Seguramente sí. Es la gente que parecería estar siempre a punto de estallar. Cuando te cruces con alguien así, en lugar de unirte a su juego, te desafío a tomarte unos minutos para considerar que, tal vez, esa persona ha vivido una situación difícil que jamás consiguió dejar atrás; o que quizás ahora mismo está pasando por un sufrimiento que no puede poner en palabras ni compartir con nadie.
Cuando nuestro corazón está tranquilo, podemos transmitirle esa paz a todo nuestro organismo. En cambio, cuando está bajo nerviosismo o angustia o ira, le contagiamos esas mismas emociones a todo nuestro ser y, como mencionamos, a nuestro entorno. Por supuesto, no hablo de permitir que alguien nos haga daño con su mal humor, sino más bien de comprender qué se esconde detrás de este.
Cuando elegimos desarrollar el hábito de entrenar nuestro mundo emocional, tal como entrenamos nuestro físico, empezamos a sentir emociones que nos nutren a nosotros mismos y a los demás. Y la consecuencia de ello es que tanto nuestra mente como nuestro cuerpo se vuelven más saludables. Un corazón no entrenado acaba por endurecerse y cerrarse, lo cual, con el tiempo, llega a afectar la salud de la persona.
Hoy en día, mucho se habla del tema salud mental, fundamental para disfrutar de una buena calidad de vida; pero, al mismo tiempo, el cultivo de ciertas virtudes, como el esfuerzo, la paciencia, la sabiduría y la resiliencia, parece haber pasado de moda. Lo cierto es que necesitamos, en estos tiempos que corren, trabajar en nosotros mismos para forjarnos un carácter capaz de enfrentar y manejar cualquier situación.
Nuestras historias se encuentran aún en proceso de construcción. Procuremos, entonces, construirnos un buen carácter enriquecido con características nutritivas. Si es preciso, busquemos la ayuda adecuada. Pero no nos resignemos a un mundo interior pobre y deslucido. Después de todo, es nuestro mayor capital.