Las ruinas de los Baños de Caracalla, en la ciudad de Roma, evocan un pasado en el que estos espacios eran el corazón de la vida social, física y cultural del Imperio romano.
Hace más de mil ochocientos años, este complejo, que hoy alberga representaciones de ópera, fue uno de los centros termales más grandes y concurridos de la capital imperial. Según The Conversation, los baños públicos reflejan una mentalidad que concebía el acto de bañarse como un derecho colectivo y una fuente de placer.
Termas en cada rincón de Roma
Durante una estancia prolongada en Roma, una autora de The Conversation destacó cómo los restos de antiguas thermae —el término en latín para baños públicos— se encuentran diseminados por toda la ciudad. Esta abundancia no fue aleatoria: casi todos los emperadores ordenaron su construcción, y hacia el siglo IV existían 952 complejos públicos en la capital. Entre ellos destacaba el de Diocleciano, emperador entre 284 y 305, que abarcaba 13 hectáreas y podía recibir hasta 3.000 personas por día.
El circuito térmico seguía un orden: el caldarium, con agua caliente y suelos y paredes calentados por aire; el tepidarium, sala de baños romana con agua tibia; y el frigidarium, con piscinas frías. El complejo de Caracalla incluía además una piscina exterior de 4.000 metros cuadrados.
Centros de cultura y esparcimiento
Las termas eran espacios multifuncionales. Contaban con gimnasios, bibliotecas, restaurantes y patios de ejercicio, lo que las convertía en auténticos centros comunitarios. El filósofo Lucio Anneo Séneca, consejero de Nerón, vivía sobre uno de estos recintos hacia el año 50. En sus escritos, describía un ambiente sonoro intenso: jadeos de atletas, chapoteos, vendedores pregonando comida y cantos espontáneos.
The Conversation también menciona que, en el siglo IV, algunos aristócratas acudían con hasta cincuenta sirvientes, ocupaban áreas exclusivas y lucían ropas lujosas y joyas.
Aunque existían termas privadas, la mayoría eran públicas y accesibles. Durante festivales o campañas políticas, el acceso podía ser gratuito, permitiendo que todas las clases sociales disfrutaran del servicio. La segregación por género era habitual: hombres y mujeres acudían en horarios distintos o usaban sectores separados.
El médico Sorano de Éfeso, autor de un tratado ginecológico del siglo II, recomendaba a las mujeres visitar las termas como preparación para el parto.
Placer y esclavitud
En una ciudad densamente poblada y contaminada, las termas ofrecían un refugio sensorial: agua caliente, aromas de ungüentos, masajes y un ambiente apacible. “Baños, vino y sexo hacen que la vida valga la pena”, decía un proverbio popular que reflejaba la importancia del hedonismo en la cultura romana.
Sin embargo, el funcionamiento de las termas dependía del trabajo de esclavos, encargados de limpiar cenizas, vaciar letrinas y desatascar conductos. Acompañaban a sus amos, aplicándoles aceites y raspando su piel con estrígiles. Accedían por entradas separadas y no compartían los mismos espacios.
Termas en todo el Imperio
El fenómeno termal se extendió por todo el Imperio romano. En Aquae Sulis (hoy Bath, Inglaterra), se erigió un santuario en torno a una fuente termal dedicada a la diosa Minerva. En Baden-Baden, Alemania, se conservan vestigios bien preservados, y en Toledo, España, se descubrió un complejo de 4.000 metros cuadrados.
Incluso los campamentos militares contaban con termas. En el Muro de Adriano, en Gran Bretaña, los arqueólogos encontraron salas calientes, frías y una sudatoria, similar a una sauna.
Aunque los griegos ya conocían los baños públicos, los romanos los convirtieron en parte esencial de su identidad cultural. Tras la caída del Imperio, la costumbre sobrevivió bajo el dominio islámico y en el Imperio otomano. Los actuales hammams turcos, herederos de las termas romanas, siguen activos: en Estambul funcionan alrededor de 60.
La sofisticación de la ingeniería y arquitectura termal fue notable, pero su impacto social fue aún mayor. Como destaca The Conversation, los 952 baños públicos en la Roma del siglo IV evidencian su función como espacios de encuentro, bienestar y pertenencia. El eco sobre los Baños de Caracalla no remite solo a ruinas, sino a una civilización que convirtió el baño en arte de vivir.