En el corazón del Chaco, donde la lluvia se mide en gotas y cada decisión cuenta, un productor decidió ir por otro camino. Terrazas que cuidan el suelo, colmenas que revelan el equilibrio del ambiente y un modelo de trabajo que piensa más allá del rinde inmediato. La historia de Juan Carlos “Teddy” Cotella (63) es la de alguien que entendió que producir también puede ser una forma de cuidar.
Los números hablan de un sistema sólido: 25 años como productor, 8500 hectáreas en producción agrícola, de las cuales 4194 están certificadas bajo rotaciones de soja (1019 ha) y maíz (3175 ha), además de trigo, garbanzo, colza, girasol y cultivos de cobertura. A eso se suman 550 hectáreas de reserva natural y 150 colmenas. Pero, detrás de cada cifra, hay una historia que empezó mucho antes.
De la empresa al campo propio
Ingeniero agrónomo de formación, Cotella transitó primero el mundo corporativo del agro. En 1989 se instaló en Salta para trabajar en una empresa del sector, donde permaneció hasta 1997. Sin embargo, hacia 2001, entre la crisis económica y decisiones empresariales que chocaban con sus valores, resolvió cambiar de rumbo. “Fue el momento de repensar mi vida personal y profesional”, recuerda.

Aquel año se abrió una oportunidad: comprar campos con financiamiento. Así nació su salto al campo propio. En 2003 creó Suriyaco SRL, una empresa que lleva el nombre de un arroyo cercano a Tucumán, “aguada de ñandúes” en lengua originaria. “Decidí dejar atrás las decisiones cortoplacistas y apostar a producir con otra mirada”, resume.
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La vocación, sin embargo, venía de familia. Don Juan, su padre, fue quien lo alentó a estudiar agronomía. Y su madre, Doña Elvira, una española que llegó desde La Coruña en 1950 para reconstruir su historia familiar, le legó la determinación que más tarde resultó crucial. “Esa fortaleza fue la que me sostuvo cuando hubo que tomar decisiones difíciles”, reconoce.
Cuando Suriyaco arrancó en 2003, lo hizo con 800 hectáreas de maíz. Dos décadas después, las 8500 hectáreas que hoy maneja entre Chaco y Santiago del Estero están bajo siembra directa. “En esta región, cada gota de agua cuenta. Dependemos exclusivamente de las lluvias, ya que el agua subterránea es escasa y salitrosa. Por eso todos los campos están diseñados con curvas de nivel y microterrazas que permiten utilizar de forma eficiente el recurso hídrico”, sintetiza Cotella.

La idea de construir terrazas surgió en 2018, tras una tormenta de 90 milímetros en pocas horas que dejó las semillas al desnudo. “Ese golpe me llevó a concretar lo que ya tenía en mente: invertir en terrazas y un canal central de escurrimiento. Hoy esa infraestructura asegura que el agua se distribuya, se infiltre y se aproveche al máximo”, explica.
“Fue aprender en el camino. Cuando arrancamos no había información climática de la zona. Las rotaciones y las prácticas las fuimos definiendo con prueba y error, siempre con la idea de cuidar el suelo y hacer un negocio viable”, admite.
El segundo gran punto de inflexión llegó también en 2018, cuando decidió certificar bajo la Mesa Redonda de Soja Responsable (RTRS). “En Suriyaco ya trabajábamos con buenas prácticas, pero sin tanto registro de la información que genera impacto, y la certificación RTRS no solo nos ordenó, sino que también nos permitió darle valor”, explica.
Hoy, la empresa cuenta con 4194 hectáreas certificadas entre soja y maíz. Durante la campaña 2024, auditada por Bureau Veritas, alcanzó 1689 toneladas de soja y 11.439 de maíz bajo estándar RTRS. Para 2025, proyecta 6000 toneladas de soja y 12.000 de maíz.
“Estoy convencido de que esta es la única forma de producir, respetando los cuatro pilares de la sostenibilidad: ambiental, productivo, social y de gobernanza. Es fundamental mejorar la calidad de vida de los empleados y de las comunidades donde trabajamos”, sostiene.

Esa convicción se traduce en acciones. “No voy a comprar un tractor sin cabina, porque quien lo maneja debe contar con condiciones dignas de trabajo”, ejemplifica. También en decisiones que apuntan a lo colectivo: “Durante años arreglaba los caminos rurales solo, y me enojaba porque nadie ayudaba. Pero en pandemia entendí que gracias a esos caminos podían pasar las ambulancias o las maestras rurales. Ahí comprendí que era un aporte a la comunidad de la que formo parte: Sachayoj”.
La relación con sus empleados refleja esa filosofía. Suriyaco impulsa programas para mejorar viviendas rurales, promueve capacitaciones desde RCP hasta manejo seguro de pulverizadoras y brinda talleres de educación financiera. Todos los campos cuentan con desfibriladores y el sello de “Campos Cardioprotegidos”, en alianza con la Fundación Cardiológica Argentina. “Me importa que los empleados, cuando comparten la cena con sus familias, se sientan orgullosos de trabajar en mi empresa”, afirma.
Las abejas como termómetro
En 2022, Teddy decidió incorporar colmenas. “Quería medir el impacto real de las prácticas agrícolas”, explica. Primero consultó al INTA, luego trabajó con apicultores y más tarde firmó un convenio con el Conicet. Hoy mantiene 150 colmenas y los resultados fueron alentadores: no se detectaron efectos nocivos de las pulverizaciones ni residuos en miel o polen.
Además, protege 550 hectáreas de bosque nativo bajo convenio con la Fundación ProYungas, a través del programa Paisaje Productivo Protegido (PPP). El esquema permite combinar áreas productivas con zonas de conservación. “Un Paisaje Productivo Protegido busca equilibrar producción y biodiversidad, integrando la protección ambiental en la gestión del productor”, explica Sebastián Malizia, director ejecutivo de ProYungas.

“Cada productor toma conciencia de lo que puede hacer por la naturaleza y comunicarlo. Las áreas de reserva pasan de ser un ‘pasivo productivo’ a un ‘activo ambiental’”, agrega. El programa ya reúne a 55 empresas en Argentina, Paraguay, Chile y Bolivia.
Para Cotella, certificar significó más que cumplir un protocolo. “Certificar es transmitir cultura en el saber hacer”, dice. “Cuando visitan mi campo y dicen ‘qué lindo, qué prolijo’, mis empleados se sienten gratificados. RTRS genera impacto en su día a día”.
Los créditos de sostenibilidad que obtiene Suriyaco se venden sin dificultad, pero Teddy pone el foco en lo que hay detrás. “La verdadera pregunta es: ¿quién compra y por qué lo compra? Porque detrás de cada crédito hay trabajo, compromiso y cambios reales en el campo”, enfatiza. “Usamos pulverizadoras selectivas que cuestan el doble que una convencional, lo cual implica un montón de mejoras e inversiones que el comprador de créditos ni siquiera imagina”.

“El propósito de mi empresa es mejorar la calidad de vida de las comunidades donde desarrollamos nuestra actividad. En mi caso, el medio es la agricultura. Si fabricara juguetes o tuviera una cancha de paddle, lo haría desde ahí. Pero me tocó la agricultura, y con ella quiero dejar huella”, concluye.
