Tierras perdidas (In The Lost Lands, EE.UU./2025). Dirección: Paul W.S. Anderson. Guion: Anderson y Constantin Werner, basado en un cuento de George R.R. Martin. Fotografía: Glen MacPherson. Montaje: Niven Howie. Música: Paul Haslinger. Elenco: Milla Jovovich, Dave Bautista, Arly Joven. Duración: 101 minutos. Calificación: apta mayores de 13 años. Nuestra opinión: regular.
El realizador británico Paul W. S. Anderson (sin vínculo con su homónimo norteamericano Paul Thomas Anderson) hizo buena parte de su carrera con adaptaciones al cine de videojuegos. Ya su segunda película fue una versión de Mortal Kombat y luego, en compañía de su esposa y musa Milla Jovovich, produjo toda la serie de films basados en la franquicia Resident Evil. Alguna anomalía inspirada como su debut, un guion original filmado con bajo presupuesto titulado Shopping, y su mejor film, Event Horizont (aquí titulada “La nave de la muerte”), no alcanzaron para romper un derrotero de productos derivativos y unánimemente lapidados por la crítica. El público fue más benévolo, probablemente por devoción a los videojuegos antes que al cine, y el realizador pudo filmar con regularidad, siempre proyectos similares ubicables en las góndolas de la ciencia ficción, la fantasía y el terror.
Su último film, Tierras perdidas, es la adaptación de un relato publicado en 1982 por George R. R. Martin, el creador de Juego de tronos. La historia es simple: una bruja, llamada Gray Alys (Jovovich), que no puede rechazar ninguna petición por la que reciba un pago, debe viajar a las “tierras perdidas” del título para cazar a un hombre lobo y robarle su poder. Este es el innegable pedido que ordena la reina consorte de un monarca moribundo, quien desea la experiencia de convertirse en licántropo. Al mismo tiempo, la bruja recibe el encargo de fallar en su misión por parte de los enemigos del monarca, que forman una suerte de orden religiosa con ecos medievales en este futuro posindustrial en el que la magia reemplazo a la tecnología. Debido a su naturaleza, Alys debe hallar el modo de complacer a ambos. Este tipo de complejidades, que se suman a varias vueltas de tuerca (paternidades inesperadas, la verdadera identidad del hombre lobo), delatan el origen literario de la historia al tiempo que hacen evidentes los problemas de la adaptación.
El relato siempre se siente episódico, inconexo, como si no encontrara una verdadera causa para las cosas que suceden, que parece inmotivadas. Este tipo de inconsistencias se manifiesta en sucesos cruciales como la innecesaria y central asociación entre Alys y el guerrero Boyce (Dave Bautista) o el clímax, que puede ser llamado el accidente ferroviario más evitable de la historia. Las escenas de acción, en las que humanos y monstruos terminan incinerados, empalados o eviscerados, resultan técnicamente logradas, aunque son incapaces de hacer avanzar el relato: toda información nueva es manifestada exclusivamente por los diálogos. Anderson no logra convocar a través de la narración audiovisual las volutas del relato de Martin.
Todos los escenarios del film son creaciones digitales (con Unreal Engine, un software para hacer gráficos generalmente utilizado en videojuegos) de un mundo sombrío y en ruinas, que jamás tiene la densidad o la solidez de un lugar existente fuera del reino digital. Más bien parecen paisajes salidos de la tapa de un disco de death metal, fondos inertes por los que deambulan los personajes centrales. Mucho más que un suburbio del rico mundo de fantasía oscura creado por el autor norteamericano, la película parece un compilado de las escenas incluidas como interludios narrativos en un “first person shooter”. Incluso cuando Anderson no adapta un videojuego, parece como si lo hiciera. Los viejos hábitos no mueren.