Existen productos, programas, comidas, eventos y más que, en el imaginario social, gatillan la nostalgia y la evocación de épocas pasadas que, para muchos, fueron mejores. También hay personas que contribuyen a crear este sentimiento. Nicolás Ulivi es una de ellas.

Emprendedor y fabricante de objetos que coparon la Argentina y las infancias, introdujo en el país una serie de juguetes que se volvieron protagonistas de los recreos y los encuentros de los jóvenes desde principios de los 70 en adelante. Y siempre se mantuvo al margen del ojo público. Tiene una razón que remarca: “Tuve muchos éxitos, pero también muchos fracasos”. Por eso mantiene el perfil bajo, pese a que esos éxitos se instalaron en la memoria colectiva y se agarraron a ella con fuerza.
“Durante 40 años hice una cantidad enorme de juguetes, y ahora, como vi que los chicos están más con ‘iphones’, me centré en las golosinas”, empieza a contar. Se refiere a su actividad actual con la empresa Confitel, que hoy produce la marca Bluper.
Nicolás nació en California, Estados Unidos. Su mamá era norteamericana, pero vino a vivir de chiquito a la Argentina con su familia. Volvió a aquel país para estudiar Ingeniería y cuando terminó se asentó de nuevo acá y empezó a trabajar. Se puede decir que tiene sangre emprendedora: su papá fue el creador de la marca Plasticola.
En 1971 era dueño de una línea de productos de limpieza, cuando su hermano, que estaba en Estados Unidos, le envió un Clackers y le dijo que estaba siendo furor allá. Le sugirió que hiciera lo mismo en la Argentina. Le gustó la idea, era un diseño simple: dos bolitas de plástico duro que colgaban atadas a sogas y se unían a una especie de lengüeta. Los jugadores tenían que hacerlas chocar entre ellas, buscar el envión. Arriba y abajo, arriba y abajo, y cada vez más rápido. Se trataba del precedente al Tiki-Taka. “Vi el juguete y me pareció interesante. Me puse a pensar cómo replicarlo”, comenta.

No hubo muchas diferencias entre uno y otro: el primero tenía bolitas de plástico translúcido, como vidrio. “No sabíamos cómo hacer para lograr ese formato. Alguien me aconsejó que volcara resina dentro de bolitas de vidrio, las que se usan en el arbolito de Navidad. Así que compramos varias. Volcábamos el líquido, que se endurecía a los 30 minutos. Después rompíamos los vidrios y quedaba la bolita perfecta. Pero todas venían de distintas medidas, y necesitábamos que fueran del mismo tamaño porque, sino, no golpeaban. Así que las teníamos que clasificar. Yo me imaginé que así era como lo hacían allá”, detalla. Un trabajo manual.
Boom publicitario
Había logrado imitar el diseño que le mandó su hermano. Faltaba la parte esencial: que entrara al mercado. Esto implicaba hacer publicidad, popularizarlo. Pasó poco tiempo, casi tres meses desde que empezó a intentarlo, cuando se cruzó con un conocido que lo podía contactar con tres personajes claves en la televisión de los 70: Gaby, Fofó y Miliki, que venían a grabar desde España a Canal 13.

Lo acompañó a los estudios, lo presentó con la autoridad y llegaron a un acuerdo. Tuvo que dar un anticipo de plata y, a cambio, los payasos iban a usar el juguete en el programa. “En pocos días tuvimos una demanda enorme —cuenta—. Lo que hicimos fue preparar a un empleado, que jugó durante un mes al Tiki-Taka: con una mano, con la otra, con la boca. Y lo mandamos con Gaby, Fofó y Miliki. Fue un éxito bárbaro».

Define a la vorágine de los chicos que corrieron a comprar el juguete como una locura que duró solo seis semanas: “Yo no estaba acostumbrado a una cosa así. De repente, todos los chicos querían jugar. Trabajamos a full durante ese tiempo”. No alcanzaban a suplir la demanda. Entonces tuvo lo que creyó un golpe de suerte: llovió torrencialmente por tres días, las ventas se frenaron, y él aprovechó para hacerse de un stock. Compró mucha resina, muchas bolitas de vidrio, y se puso a trabajar sin descanso para adelantarse a lo que, en vistas de lo que venía pasando, supuso que iba a perdurar. “Al cuarto día dejó de llover. Y nosotros no vendimos ni uno más. Se cortó completamente. Estos juguetes son un furor y, después de cinco o seis semanas, los chicos se cansan”, argumenta.
Se quedó con mucho material sobrante y perdió parte de lo que había ganado con el boom inicial. El Tiki-Taka dejó de fabricarse.
El renacimiento
Pasaron 10 años. Era 1981 y el juguete “había quedado en el olvido”. Hacía tiempo que había rematado lo que le sobró tras la tormenta. Y una década después, mientras buscaba programas para ver en la tele, dio con una nota en el diario donde contaban que los payasos estaban de vuelta en el país. Esa vez iban a presentarse en ATC y se iba a llamar El show de Gaby, Fofito, Miliki y Milikito, ya que se habían incorporado los hijos de los personajes originales, tras el fallecimiento de Fofó, es decir, de Alfonso Aragón.
Nicolás se acercó al canal con la idea de repetir sus pasos anteriores, relanzar el producto y recurrir, una vez más, a ese tipo de publicidad que lo había catapultado al éxito efímero que tuvo en el 71. Pero no encontró a los payasos, y cuando se estaba yendo, la casualidad —“de esas que te pasan una vez en la vida”— jugó a su favor: se cruzó con el mismo hombre que le había hecho el contacto con Canal 13. Este le pidió un porcentaje de ganancia y le consiguió un nuevo acuerdo. Empezaron a grabar, hicieron entre cuatro y cinco programas por día.
En total fueron cerca de 30 programas que salieron al aire. Pero pasó una semana, y nada. Pasaron dos semanas, y nada. Tres semanas, y nada. El Tiki-Taka, esta vez, no se vendía. “¿Qué está pasando?“, se preguntaba. Llamó a una agencia publicitaria para entender, y le contaron que el espacio solo tenía un 1% de audiencia, ”no lo estaba viendo casi nadie».
Pensó que había desperdiciado la inversión. Pero a la cuarta semana, un lunes, los teléfonos empezaron a sonar: “En una semana ya no dábamos abasto, explotó de golpe. Se ve que empezó a haber un ‘contagio’ de chicos en los colegios. Pero yo ya tenía la experiencia del 71 y sabía que se iba a cortar en seis semanas. Efectivamente, trabajamos muy bien ese tiempo, y al mes y medio se cortó el producto”.
El tridente de los 90
El Tiki-Taka tuvo otro renacer en 1996. Ese año compartió el éxito con otros dos productos infantiles que rápidamente empezaron a figurar en los patios de las escuelas. Él fue el fabricante de todos ellos.
Primero, entre abril y agosto de ese año, produjo el Yo-Yo junto a la marca Magic, y llegaron a vender 1.500.000 unidades. En agosto volvió a largar el Tiki-Taka. Fue el año que tuvo más movimiento: en el 71, la primera vez que lo hizo, vendió 220.000, en el 81, casi la misma cantidad, y en el 96, el número ascendió a 700.000. Los promocionó de otra forma: entrenó a “campeones” para que aprendieran trucos y presentaran los juguetes en parques y colegios.
A la vez, tuvo una experiencia similar a esa que lo acercó a los Clackers en un principio, esta vez, con la tercera pata del tridente que conformaban los principales juguetes a mediados de los 90: el Diábolo Bronco. También para moverlo usó la técnica de los “campeones”.
“Me lo había traído una amiga desde España, me dijo que estaba siendo furor allá. Yo lo miré y dije: ‘Esto es dificilísimo para jugar, no lo voy a sacar’. Y lo guardé. A los meses, en verano, fui a Chile y me encontré con que todos los chicos estaban jugando con eso. Me dije: ‘Ah, la pucha’. Entonces vine a Buenos Aires y hablé con la gente de Magic. Hicimos el Diábolo”, comenta.
Otros clásicos
En 2001 llegó el Miki-Moco, el padre del slime, que venía en un vaso de plástico verde y contenía un ojo. El Miki-MOco fue, de todos, el que más le llamó la atención, porque se mantuvo en el mercado por dos años, en Perú, Argentina, Chile y Uruguay.
Además, en 2006 hizo un acuerdo con Telefé para fabricar los muñequitos del programa 100% Lucha. Iban a salir en el programa los domingos. La primera vez que se publicitó fue un spot cortito, y pensó que “no iba a caminar”. A los dos días, después de un viaje a La Plata, volvió a la fábrica, y le dijeron que se sentara: “Nos están bombardeando con pedidos de luchadores”, escuchó con sorpresa. Una vez más, había hecho un producto que explotó de golpe al poco tiempo de promocionarlo. Vendieron más de 1.500.000 también.

Pero volviendo al Tiki-Taka, 1996 fue el último año que lo fabricó. Aunque quizás hoy se encuentran a la venta en algunos sitios web, son adaptaciones del producto que Nicolás supo imitar. Nunca más intentó retomarlo, por el cambio del contexto: “Yo en esa época usaba mucho los programas en vivo, estaban Carlitos Balá, Capitán Piluso… El programa en vivo es muy distinto cuando ponés un aviso de 20 segundos, con un personaje que lo muestra. Pero ya no hay más eso. Además, los chicos no ven más cable. Entonces, es difícil que este tipo de juguetes vuelva”, explica.

Hoy sigue con la marca de golosinas Bluper, de la que se encargan, sobre todo, su hija y su hijo. Tienen muchos productos conocidos también en ese rubro: los chicles Rollo Loco, las Mamaderas con chicles de colores, los bolones con diseño de sandías y muchos más. Y aunque dejó de hacer juguetes clásicos, la actividad que desarrolló durante 40 años lo convirtió, sin dudas, en el emprendedor que dejó una marca imborrable en los argentinos.