Autores: Lucas Nine y Nancy Giampaolo. Director: Carlos Alberto Branca. Elenco: Diego Capusotto, Andrea Politti, Rafael Spregelburd, Juano Arana, Daniel Berbedes, Eva Capusotto y Galo Politti. Escenografía: María José Besozzi. Vestuario: Leticia Falcone. Iluminación: Carlos Alberto Branca y María José Besozzi. Sala: Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1343). Funciones: jueves y viernes a las 21:30, y sábados a las 22. Duración: 105 minutos. Nuestra Opinión: buena.
La obra marca el regreso de Diego Capusotto al teatro de texto y eso, desde ya, es para celebrar. Si bien el actor se hizo conocido por sus sketches televisivos en De la cabeza, Cha Cha Cha, Todo por dos pesos y Peter Capusotto y sus videos, se lo valora también por sus limitadas incursiones teatrales. Y no nos estamos refiriendo a sus espectáculos de stand up, con los que supo recorrer todo el país, sino a su participación en espectáculos con elenco y elaborada dramaturgia. Su debut, en ese sentido, fue en 2019, cuando participó de Tadey, la farsa dramática basada en un texto inconcluso de Osvaldo Lamborghini, que ocupó la sala mayor del Teatro Cervantes y resultó muy auspicioso para su carrera.
Ahora retoma ese tipo de teatro, pero en otro género: el de la comedia. Atípica por cierto, pero comedia al fin. Tirria es una comedia negra escrita por el historietista Lucas Nine y Nancy Giampaolo (la coequiper del capocómico en su último stand-up, El lado C) que cuenta la historia de los Sobrado Alvear, una familia patricia venida a menos, y la de su fiel criado Hilario. Todos los veranos, los Sobrado Alvear fingen viajar a Europa para vacacionar a lo grande. Excepto Hilario, nadie sabe su secreto: durante tres meses viven sobreviviendo a base de recuerdos, encerrados en su mansión, con las persianas bajas, escondidos en baúles y sin comunicación con el exterior. Durante el período de simulación, Hilario, “casi de la familia”, se ocupa de todo y hace lo imposible por mantener la farsa. El modus operandi se mantiene inmodificable año tras año. Hasta que sucede algo que trastoca el status quo y el clan familiar –integrado por un matrimonio con dos hijos, una abuela y un militar retirado del que se ignora el parentesco- entra en crisis.
Tirria abreva en el grotesco, pero es también un homenaje a las comedias de teléfono blanco de los años 40. El vestuario de época, el vocabulario y hasta la incidencia del artefacto en la trama así lo acreditan. Además es un juego de máscaras, un ejercicio de cine dentro del teatro (de hecho el espectáculo abre con una proyección fílmica con el logo de Argentina Sono Film) y un ejemplo de comedia disparatada que rescata el espíritu de una época en la que lo popular y la alta cultura no estaban (o al menos no parecían) enfrentadas. Tirria es sin dudas un ejercicio teatral complejo (incluso ideológicamente) e interesante. Pero al que le falta un mayor grado de locura y algo de ritmo y le sobran varios minutos y un segundo final demasiado pretencioso (en el que se aludiría al advenimiento del peronismo), que le resta efecto y causa perplejidad.
A Diego Capusotto el personaje del mayordomo le calza como un guante. Desde un comienzo su sola aparición sobre el escenario, vestido como tal, arranca risas generalizadas; y luego, con el devenir de las escenas y su batería de gestos faciales, las duplica. De todos modos su participación en la obra –aunque muy graciosa y destacable- es secundaria. Digamos que en Tirria la acción es impulsada fundamentalmente por Andrea Politti y Rafael Spregelburd, como la decidida Edelmira y el atildado Clorindo Sobrado Alvear, los padres de familia, que realizan muy buenas labores y llevan a buen puerto el espectáculo (pese a las objeciones apuntadas). Del resto se lucen Juano Arana, como Julián, el hijo culto, poeta y gay, y Daniel Berbedes, como El Coronel, el militar con vehementes y erráticas convicciones.