El vecino del 7ºA se queja porque ya pocos lo acompañan con su voto. El del 5º H se agranda como tortuga con patines porque está cooptando a los que hacían migas con el del 7º A. El señor de PB está feliz con su magra cosecha de adhesiones que no mueve el amperímetro y el resto de los propietarios e inquilinos ni siquiera asiste a la reunión de consorcio donde se renuevan autoridades porque se hartaron de la perorata del del 7º A, de la ínfulas del del 5º H y del conformismo inservible y provocador del de PB. Hay otros en el grupo de los asistentes, pero están tan en minoría que no suman ni restan.
Si en esta descripción, querido lector, usted ve reflejados a Macri, Milei y Rodríguez Larreta tras los últimos comicios en la ciudad de Buenos Aires en los que votó la mitad del padrón, está bien. Si le hizo recordar la escena de El Eternauta donde un grupo de consorcistas casi se matan hasta que sucede lo impensado, está muy bien. Y si se vio reflejado usted mismo en un encuentro de ese tipo en el edifico donde vive, maravilloso. Un consorcio es la vida social misma hecha miniatura. Como bien relató el colega Jesús Allende en una nota sobre los conflictos de vecinos que se potencian en los tiempos modernos, “todos nos odiamos” (perdón, Jesús, que te robe el título, pero soy cristiana y sé que Jesús perdona).
Sigamos con la alegoría del consorcio. Todo consorcio que se precie de tal tiene un grupo de WA, como el de las mamis y los papis del colegio, en el que alguien publica algo y, de diez respuestas, apenas una va al grano, cuatro se dispersan llevando al grupo temas que no estaban en agenda o no interesan a nadie o son para pelear, y cinco no participan porque se hastiaron del resto. Si está pensando en el Congreso, no lo culpo. Ahí es todavía más grave porque cobran sueldo.
Se cayó la red X y los “cloaqueros” no tuvieron dónde depositar los desechos
En el consorcio general de la política pasa algo parecido. Hay varios WA según el color identitario y algunos integrantes participan de más de un grupo llevando y trayendo confabulaciones y comidillas. Algunos se borran porque decidieron cambiar de administrador (se borocotizan), a otros los expulsan, otros se refundan –o se refunden– y muchos juegan a varias puntas, ya que mientras en un grupo se rasgan las vestiduras por una declaración, un hecho, una fake news o un video burdo, van al del que lo viraliza para aplaudir como focas que hacen gracias porque saben que al final les van a dar un premio.
Abro un paréntesis para retener a los que no viven en edificio y están a punto de abandonarme con la lectura de esta miscelánea: no se vaya, amigo lector: piense en un almuerzo familiar, en la cena de Nochebuena, en un encuentro laboral obligatorio, en una reunión en el club o en una charla de vecinos en el barrio o en lo que se le ocurra donde participen más de dos personas y haya que tomar decisiones. Difícil ponerse de acuerdo. Debe ser por eso que cada vez más gente le pide ayuda a la inteligencia artificial, la única que por ahora no discute y que, siguiendo nuestro propio sesgo algorítmico, hará lo posible por darnos la razón, aunque no sea verdad.
Constantemente estamos “bombardeados por sensaciones casi cósmicas, a la velocidad de la luz”, como dice el personaje de la novela Un burgués pequeño pequeño, de Vincenzo Cerami, donde se describen con maestría los claroscuros de la pequeña burguesía a través de un tan ignoto como bestial ciudadano del montón que llega a convertirse en una bestia en procura de su supervivencia. Una obra de 1976 que podría haber sido escrita ayer mismo.
Pareciera que de eso se trata la cosa: de sobrevivir como sea a la maroma de estímulos que propone la vida y que intensifica la política, ganada en buena parte por la modernidad líquida de las redes sociales y mensajerías móviles donde todos se odian al igual que los vecinos de cualquier consorcio. Hasta que un día se corta la luz como en El Eternauta y como ya pasó en España, Portugal y parte de Francia; se mueren los teléfonos fijos, como ocurrió hace poco en los tribunales federales de Comodoro Py, o se cae la red X, como sucedió hace una semana y los “cloaqueros” no tuvieron dónde depositar sus desechos por una hora que les pareció el fin del mundo.
¿Llegará el día, entonces, en que no quede otra que vernos las caras para arrancar de cero y a conciencia en esta lucha por sobrevivir donde no será fácil desentendernos del bien común, sin nickname tras el cual esconderse ni tilde que nos alimente el ego ni nada parecido a la fantasía de creernos alguien importante en medio de una multitud indiferente? ¿Llegará el momento en que se imponga dialogar sin caretas ni escapismos? “Nadie se salva solo” deja El Eternauta como lema.
“Voy a tener más trabajo que un plomero del Titanic”, se le oyó decir a Cristian Ritondo, quien busca armar una alianza bonaerense entre Pro y La Libertad Avanza frente a Diego Santilli, que otra vez prefiere la garrocha acotando el interés de Macri al bridge y a la hechicera.
Ritondo no está solo en el Titanic bonaerense. Kicillof y el kirchnerismo revuelven la misma caja de herramientas en busca de la masilla que obture el boquete por donde podrían escapárseles los votos. Las elecciones de septiembre están muy cerca y, hasta ahora, más que plomeros están actuando como los músicos del Titanic, que siguieron tocando hasta el último minuto en el barco al que muchos consideraban que ni Dios podía hundir. Y se fue a pique.