Tradición, lujo y desierto en la capital árabe que se abre al mundo

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Palmera datilera.

“¿Y? ¿Cómo es Arabia Saudita?”, me preguntó un amigo apenas regresé a Buenos Aires. “En términos de escala, Arabia Saudita es a los Emiratos Árabes Unidos o a Qatar lo que México representa para Guatemala”, fue lo primero que se me ocurrió. Comparten muchos rasgos, pero Arabia Saudita es infinitamente más grande y más compleja. Para empezar, es el país que custodia dos lugares sagrados para el islam: La Meca, en la región occidental, a unos 70 kilómetros al este del mar Rojo, donde nació su profeta Mahoma –sólo posible de visitar si se es musulmán–, y Medina, a unos 300 kilómetros más al norte, donde se le dio sepultura. También es el país más poblado del golfo pérsico (36 millones de habitantes). El descubrimiento del petróleo, en 1938, lo convirtió en el mayor exportador de ese hidrocarburo, y lo llevó a ser el único país árabe que forma parte del G20, el foro internacional compuesto por las principales economías del mundo.

Jóvenes un domingo de brunch en el Diplomatic Quarter.

El país más grande y más representativo del golfo es un enigma difícil de descifrar, plagado de significados y símbolos que van más allá del imaginario argentino: Aladino y su lámpara mágica, las arenas movedizas (que sí existen y que los saudíes respetan muchísimo), las versiones épicas de Lawrence de Arabia, encarnadas en Peter O’Toole y Omar Sharif, o el suceso más reciente: que nos ganaron el primer partido del último Mundial de Fútbol, que terminó coronando a la Argentina como campeón en Qatar 2022.

Riyadh en el presente: una ciudad que se transforma con visión de futuro

Viajé a Riyadh, su capital y la ciudad más grande de Arabia Saudita, en el marco de las primeras residencias artísticas para extranjeros que inauguró el instituto de Cultura saudí (MoC), en un claro gesto de apertura al mundo. Al aterrizar, me envolvió un calor seco y abrasador. Ya desde la ventana del avión se siente la inmensidad del desierto y su falta de humedad. Las temperaturas máximas en verano, entre julio y agosto, pueden alcanzar los 50 °C y las medias los 43 °C, que bajan a 28 °C por la noche. En invierno, por lo general en enero, algunas veces, descienden justo por debajo del punto de congelación. De lo contrario, oscilan entre los 21 °C y los -9 °C.

La moderna silueta de la Kingdom Centre Tower.

Riyadh desafía las percepciones de quien la visita. Situada estratégicamente en el corazón del vasto desierto saudita, centro de la península arábiga, en pocas décadas pasó de ser un asentamiento beduino a convertirse en una metrópoli moderna y sumamente vibrante. Con una población joven que permanece vinculada a los principios islámicos, al patrimonio y las tradiciones del país, también abraza el futuro del reino. Aunque muchos todavía la ven como una ciudad cerrada, lo cierto es que está en pleno proceso de apertura, gracias a las reformas impulsadas por el plan Visión 2030 –creado por el heredero al trono, el príncipe Mohammed bin Salman–, que busca diversificar la economía (léase: no depender más del petróleo) y hacer del país un destino turístico global como sus vecinos del golfo, con todo lo que esto implica en términos de apertura cultural. Un ejemplo es la hiperfuturista Neom (acrónimo de “Nuevo futuro”), una ciudad autosustentable en medio del desierto, diseñada en línea recta, atravesada por un tren silencioso, llena de vegetación y completamente ecológica.

Arabia Saudita es el país más grande y más representativo del golfo es un enigma difícil de descifrar.

Modernidad arquitectónica, vida urbana y hospitalidad saudita

Aunque el proyecto aún no está concluido, uno puede imaginarse su magnitud al observar el skyline de Riyadh hoy, uno de los más impresionantes del golfo. Entre los edificios más icónicos de la ciudad destaca el Kingdom Centre Tower, un rascacielos futurista de 302 metros de altura que, a partir de los 200 metros, se divide en dos brazos simétricos que forman una parábola invertida, similar a la letra U. Lo distintivo de la abertura es que ambos extremos se unen mediante un puente vidriado de 65 metros de largo, el Sky Bridge, que se ilumina por las noches y se convierte en una suerte de faro urbano.

En su interior, alberga el lujoso hotel Four Seasons, donde Cristiano Ronaldo se alojó cuando fue contratado por el club de fútbol Al Nass hasta que su mansión estuviera lista; también un centro comercial, en el cual uno podría encontrarse con él y su familia caminando sin guardias presentes, al menos eso parecía.

Autos antiguos en el distrito de Olaya.

En el mismo barrio, en el distrito de Olaya, centro comercial y residencial de la ciudad, se encuentra otro de los hitos arquitectónicos: la torre Al Faisaliyah, el primer rascacielos de Arabia Saudita, con 267 metros de altura, de forma piramidal y diseñada por la reconocida firma de arquitectos británica Foster + Partners. En la parte superior de la torre, una esfera de vidrio dorado evoca la arquitectura clásica del golfo y alberga el exclusivo restaurante The Globe, dedicado a la cocina europea moderna, así como un bar con impresionantes vistas al desierto.

Estos dos gigantes arquitectónicos no sólo simbolizan la modernidad y la elegancia de la ciudad, sino también la aspiración de Riyadh de posicionarse como un destino internacional de lujo. Ese doble ritmo se percibe en las calles. Los locales lo ejercen con naturalidad. Así, una caminata de 15 minutos por cualquier barrio tradicional puede llevar dos o tres horas. Es probable que un transeúnte curioso se anime a preguntarle al viajero de dónde es e, inmediatamente, vaya a su casa a buscar un gahwa, el clásico café árabe, junto con sus mejores tazas y exquisitos dátiles para agasajarlo y hacerlo sentir bienvenido. Esta apertura del país al mundo también se refleja en el genuino interés de los saudíes por conocer otros territorios y otras maneras de ser. En cada café, restaurante o mercado que visité, conocí personas dispuestas a compartir historias, recomendar lugares o invitarme a sus casas si la conversación se extendía más de cinco minutos.

Las mujeres pueden manejar desde el 24 de junio de 2018.

La separación de hombres y mujeres en los espacios de socialización es una norma cultural; se considera inapropiado que las mujeres no usen el burka en presencia de otros, incluso en sus hogares con amigos cercanos. Por esta razón, es común que grupos de hombres, casados o no, alquilen un departamento para reunirse. Así fue como me invitaron una noche de semana a ver el clásico de fútbol local (Al Hilal vs. Al Nassr), mientras pedían comida a domicilio y fumábamos narguile (pipa de agua), disfrutando de risas y conversaciones. A pesar de la modernidad que inunda la ciudad, sus habitantes aún conservan la cálida hospitalidad beduina.

Ese doble ritmo que rige la vida aquí también te lleva por modernas autopistas que conectan prácticamente todos los barrios en sólo 20 minutos. Aunque es fácil moverse a pie por las distintas áreas, para trasladarse de una zona a otra, existen tanto Uber como su versión local, Careem.

Me aconsejaron usar esta aplicación y realmente valió la pena; los costos y el servicio son accesibles. Un viaje promedio de 20 minutos por cualquiera de las autopistas suele costar entre 3 y 5 dólares norteamericanos.

Dunas en Tummammah National Park.

Riyadh ancestral: arqueología, legado e identidad saudita

Para comprender la esencia histórica de Riyadh, es imprescindible visitar su casco antiguo, Diriyah, cuna de la dinastía saudita. Al llegar, el contraste con la ciudad moderna es abrumador; las estructuras de adobe, los caminos de tierra y las palmeras enmarcan un imaginario visual característico del golfo. Este sitio, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2010, es un recordatorio palpable de los orígenes del reino.Situada a orillas del oasis de Wadi Hanifa, Diriyah fue la capital original de Arabia Saudita desde 1744 hasta 1818, y Al Turaif, su centro de poder político y religioso. Sus ruinas evocan el esplendor de ese período. Si se visita por la tarde, cuando suele haber menos turismo –dos horas antes del cierre–, quizás se tenga la oportunidad de conversar con alguno de los arqueólogos que trabajan en el lugar día y noche y sentir cómo el pasado cobra vida ante nuestros ojos.

Aquí también está ubicado el Bujairi Quarter, un barrio que funciona como puerta de entrada al casco antiguo; es un lugar significativo porque allí vivió el jeque Mohammed bin Abdulwahab, quien estableció las bases ideológicas y políticas para el primer estado saudita. Este barrio no sólo es un punto de interés; en los últimos años ha sido cuidadosamente restaurado y revitalizado para atraer a visitantes y locales, ofreciendo una mezcla de historia, cultura y modernidad.

Un camello en el desierto.

Además, encontramos el Palacio de Salwa, uno de los monumentos más importantes de la región, que fue sede del gobierno durante el primer estado saudí y residencia de la familia real.Diriyah no sólo es un lugar de gran relevancia histórica, sino también un vibrante centro cultural que alberga exposiciones, eventos y actividades que celebran la herencia saudita. Para profundizar en su pasado, el Museo Nacional es una parada obligada. Situado en el Centro Histórico Rey Abdulaziz, este museo representa la historia de la península arábiga, desde los primeros asentamientos hasta la formación del reino moderno. Las exhibiciones incluyen artefactos islámicos, esculturas antiguas, reconstrucciones de sitios clave y una impresionante maqueta de La Meca a escala monumental.

Comida, desierto y caballos: sentidos y símbolos sauditas

Otra forma de descubrir esta ciudad es a través de uno de sus sentidos más valorados: el gusto. La gastronomía saudita nos permite descubrir infinitas combinaciones de sabores y es motivo de gran orgullo para sus habitantes. La comida es un diálogo constante entre el pasado y el futuro, reflejado en la cantidad de restaurantes internacionales con estrellas Michelin (las cocinas india, japonesa y francesa son las más valoradas y trendy del momento), así como en sus tradicionales platos locales. Sentarse a comer en un restaurante como Najd Village forma parte de la experiencia saudí. Muchas de las mesas están dispuestas en pequeñas habitaciones privadas (majlis), decoradas con cojines y alfombras típicas. Degustar el jareesh, una especie de gachas de trigo con carne de cordero y especias, es una experiencia única.

Un almuerzo diferente y revelador fue disfrutar de un jugo y una ensalada como si fuera un brunch de domingo en el restaurante Little Riyadh, en el Diplomatic Quarter. Lugar de moda para quienes transitan sus 20: grupos de amigos en rollers, iPhone en mano, muchas selfies, DJ en vivo tocando música house con influencia árabe.

Mujer en la entrada del restaurante Little Riyadh, en el Di-plomatic Quarter.

Rumbo al desierto: paisajes extremos, espiritualidad y adrenalina

Luego de una semana en la ciudad, me pareció que era tiempo de adentrarme en los confines de este desierto en busca de las arenas movedizas. Existen varias excursiones, pero terminé eligiendo dos por razones bien distintas, luego de que mis amigos locales me advirtieran sobre cuáles eran más convenientes.Nuestro primer destino en una excursión de medio día fue las afueras de Riyadh, en pleno corazón del desierto.

The Edge of the World (Jebel Fihrayn), como su nombre sugiere, parece el fin del mundo. Desde el comienzo del recorrido por un camino de tierra que nos llevaría hasta el lugar, el paisaje se presentaba como una mezcla de lo inhóspito y lo majestuoso, con tierra árida, e innumerables dunas y formaciones rocosas. Viajamos en vehículos 4×4, saltando sobre rocas y atravesando vastas extensiones de desierto. El aire seco pero fresco gracias al atardecer que comenzaba a teñir el cielo de un naranja profundo.

En una hora llegamos a los acantilados que componen The Edge of the World.Al mirar hacia abajo al acercarnos al borde, la sensación es como si nos acercáramos a la nada: sólo un abismo hasta donde alcanzan los ojos. Ante nosotros, se extiende un valle inmenso, esculpido por milenios de erosión, que se pierde en el horizonte. Más allá, las tierras parecen fusionarse con el cielo. El silencio en este lugar es absoluto; recuerdo haber pensado que había una conexión entre ese silencio y los ciclos rítmicos de la música árabe, llamados iqa’at, que son patrones que se repiten en cada compás.

La dificultad en el acceso al agua dulce:
dos caras de la misma moneda. En la actualidad, el 50% del agua que se consume proviene de la desalinización.

El viento suave en contacto con las rocas creaba ese mismo patrón, y una sensación profunda, casi espiritual, me invadió al observar el vacío. Mientras el sol caía lentamente, todo el paisaje cambiaba. Las sombras se alargaron hasta cubrir el desierto con tonos dorados y rojizos. En esos momentos uno se da cuenta de lo hermosa y, a la vez, desafiante que puede ser la naturaleza.

Luego de esta excursión de carácter espiritual y en busca de sensaciones más mundanas, mi amigo Abdulah quiso agasajarme llevándome al Thumamah National Park, un lugar donde los fines de semana se reúnen amigos y familias para hacer picnics, pero, sobre todo, para andar en camello, caballo y alquilar cuatriciclos.

Aunque esta área del desierto, con sus intensas dunas anaranjadas, está algo descuidada, el camino –una autopista futurista a unos 40 minutos del centro de Riyadh– atraviesa las montañas desérticas y hace que todo el viaje valga la pena. Al llegar, nos encontramos con un montón de puestos para alquilar cuatriciclos, donde es recomendable negociar de antemano. Para quienes disfrutan del regateo, es un placer ir de puesto en puesto buscando el mejor precio. Andar en cuatriciclo por las dunas es una diversión garantizada, y si uno se anima a subir lo suficiente, podrá acceder a vistas panorámicas increíbles de las dunas moldeadas por el viento.

Trabajadores de la construcción afganos esperan un Uber que los traslade hacia su casa, en las afueras de Riyadh.

Caballos árabes, identidad y herencia viva del desierto

En este mismo paisaje donde el desierto se funde con el horizonte, hay una presencia que se siente tan antigua como las mismas dunas: el caballo árabe. Para el saudí, los caballos no son sólo animales; son compañeros de vida, símbolos de orgullo y testigos de una historia que se remonta a milenios. Desde el momento en que uno pisa esta tierra, ya sea en el aeropuerto o en la ciudad, se siente una conexión casi sagrada entre el saudí y sus caballos. Conocidos por su resistencia y belleza refinada, sus cuerpos estilizados y elegantes, sus ojos grandes y brillantes, y su carácter noble pero firme, han sido celebrados en poesía y en arte durante siglos.El hipódromo de Janadriyah es uno de los lugares donde se manifiesta esta devoción por los caballos, con carreras que ocurren los fines de semana entre las 14 y las 19.

La cetrería es una práctica muy arraigada
en la cultura saudí tradicional.

Sin embargo, la verdadera devoción por los caballos se vive fuera de los eventos públicos, en la intimidad de los criadores. En los ranchos, la gran mayoría en las afueras de Riyadh, familias enteras cuidan y crían sus ejemplares con devoción. Se habla de ellos como si fueran parte de la familia, tratándolos como herencias vivientes que deben ser preservadas y mejoradas generación tras generación.

Abdullah lo sintetizó así: “Los caballos son, desde tiempos inmemoriales, aliados en la supervivencia del desierto. Ellos representan la libertad y la resistencia, y reflejan la gracia en medio de la dureza de nuestro paisaje. Son nuestro principal emblema de la nobleza y el honor”.

Souq Al-Zal: aromas, historia y vida cotidiana en Riyadh

Quien quiera sumergirse aún más en la vida cotidiana de la ciudad no debería perderse Souq Al-Zal, el mercado más antiguo de Riyadh. A diferencia de los modernos centros comerciales, este mercado es un laberinto de callejones donde se pueden encontrar todo tipo de productos: desde alfombras hechas a mano y joyas beduinas, hasta especias que llenan el aire con sus aromas intensos. Aquí también hay baratijas made in China, como figuritas de beduinos montados en camellos electrónicos, además de puestos con diarios y fotografías antiguas, donde podrías encontrar billetes históricos de Saddam Hussein, el icónico presidente y dictador saudí.

En el zócalo, el regateo es parte fundamental de la experiencia; aunque no seas un experto, los saudíes te esperan con una sonrisa mientras te vas metiendo en este intercambio. Una de las mejores compras que hice fue un frasco de “oud”, una resina aromática utilizada en perfumes tradicionales. El vendedor me explicó que es uno de los productos más preciados en Arabia Saudita, y cuando lo encendí esa noche en mi habitación, comprendí por qué: el aroma ahumado y dulce llenó el espacio, transportándome de vuelta a las historias del desierto que había vivido los días anteriores.

Demostración con caballos árabes en las afueras de Riyadh.

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