Guadalupe Michel Torino nació en Salta, en la cuna de los vinos, aunque suele decir que “de Michel Torino solo me quedó el apellido y algún gen recesivo del periodista don David Michel Torino y su diario El Intransigente, o al menos eso me gusta imaginar: siento que me susurra historias e ideas”.
La capital salteña fue testigo de su infancia y adolescencia, siempre rodeada de cuadernos, libretas y agendas, que coleccionaba con amor y en las que escribía incansablemente. Durante sus veintes, Guadalupe decidió traspasar las fronteras e irse lejos, muy lejos, para vivir en Rumania y escribir nuevas historias como voluntaria en OAJNU, la Organización Argentina de Jóvenes para las Naciones Unidas, una institución que trabaja en proyectos de participación ciudadana destinados a la juventud, donde se crean espacios donde ellos son protagonistas y tienen voz.

Luego regresó al continente y se instaló en Perú, donde realizó un intercambio universitario en la Universidad Santa María de Arequipa. En el extranjero, Guada cambió su percepción del mundo, sin embargo, ella extrañaba su refugio en Salta, enmarcado por los cerros: “Argentina es gloriosa, siempre llevé la bandera con mucho orgullo. La cultura que tenemos es única y destaca por sí sola, no hay nada que forzar. Hay algo en la calidez del argentino que no pasa desapercibido y traspasa fronteras. El argentino es un ciudadano global por naturaleza, que se diferencia por su generosidad, creatividad y su empatía”, asegura mientras rememora su historia.
Pero volver no fue fácil y significó un proceso de adaptación, que terminó de conquistar cuando finalmente formó una familia junto a Adolfo, con quien tuvo a sus hijos Alfonso, Rafael y Maitena: “Transitamos la mapaternidad como nos sale, pero siempre con amor y diálogo”, dice.

Los años pasaron, e involucrada en la docencia y como profesora de inglés, hasta el 2 de mayo de 2024, la vida de Guadalupe, una mujer de 35 años, fluyó, tal vez, como cualquier otra vida: con preocupaciones cotidianas, pero en apariencia, feliz. Sin embargo, un instante extraordinario en una vida ordinaria bastó para cambiar el rumbo de su historia.
2 de mayo de 2024: “Llegó sin aviso y me transformó completamente antes de que yo pudiera procesarlo”
Antes del 2 de mayo de 2024, Guadalupe ingresaba al aula con una misión: ejercitar su empatía y transmitir sus enseñanzas acorde a las necesidades comunicativas de quienes estaban frente ella, siempre a través de la creatividad. Su intención era buscar claridad y aprendizaje crítico, real para la vida de cada uno de sus alumnos.
Como maestra de grado en inglés en un colegio de doble jornada, los desafíos en su camino eran múltiples, pero se sentía rodeada de una comunidad con gran calidez humana. Así, entre malabares financieros y responsabilidades laborales y del hogar, transitaba su vida lo mejor que podía: “Cómo cualquier otro, en realidad”.

Pero ese 2 de mayo, durante su jornada laboral, un suceso impactante tocó sus fibras internas y nada volvió a ser como antes: Paulita, una mujer que era parte viva de la institución como personal de maestranza, falleció inesperadamente en sus brazos tras sufrir un ACV hemorrágico. Guadalupe intentó aplicar sus conocimientos de primeros auxilios, pero esa Pauli que iba y venía con su sonrisa y era tan querida por todos, se fue: “Me afectó enormemente. Me rompí. Llegó sin aviso y me transformó completamente antes de que yo pudiera procesarlo”.
Las miradas y la pregunta incontestable: “¿Cómo estás?”
En un mecanismo de disociación, Guadalupe continuó su vida a `modo máquina´. Con sesenta alumnos -hijos adoptivos, suele decir ella- decidió focalizarse en ellos, en el aquí y el ahora y la necesidad imperiosa de que su vida, ahora sumida en la oscuridad, tuviera sentido: “Recuerdo sentirme identificada con `Los ojos del perro siberiano´ de Antonio Santa Ana. Porque en sus miradas había inocencia y no existía más que un intercambio genuino de complicidad en el acto de aprender”, rememora.

Pero los pasillos eran otra cosa. Allí estaba los adultos, con sus ojos clavados en ella, y en Guadalupe emergían las sensaciones, la llovizna de ese día gris. Las miradas a su alrededor la llenaban de dudas, sentía que la analizaban, la seguían y la observaban con lástima: “O al menos eso sentía yo hasta con los pelos de la nuca”.
“La pregunta `¿Cómo estás?´ me generaba mucho rechazo e incomodidad, sentía que no podía responderla”, revela Guadalupe. “Más allá de las intenciones del que la hacía, yo no estaba. Había una Guada superpoderosa con su máscara mostrando que sí se podía, que ponía toda su energía en atravesar el día con una sonrisa. Me encomendaba cada mañana para lograrlo. Pero mi verdadera Guada no estaba y mi franqueza no me permitía decir nada falso como `bien, ¿y vos?´”.

Pedir ayuda, pero no hallar la salida: “Es muy difícil de sobrellevar y cuando uno realmente espera con todo el corazón algo y ese algo no llega es frustrante”
Pero a pesar del estoicismo y el cumplimiento de un gran año laboral, las emociones pujaban por salir, en especial cuando Guadalupe llegaba a casa. Comenzó a experimentar ataques de pánico y ansiedad, que se repitieron cada tarde, con replicas por las noches, donde dormir no era una opción.
El insomnio, entonces, trajo su efecto dominó, como los llantos sin razón mientras lavaba los platos o preparaba la cena. Guadalupe buscó ayuda, pero le costó encontrarla. En su casa sentía que podía ser ella misma, pero dentro de un yo diferente, ajeno, y le atormentaba no poder responder a las necesidades de sus hijos, por lo que la poca energía que emanaba era para ellos.
“Dejé de verme con amigos y familiares, sentía que yo pertenecía a otra dimensión en esos encuentros. Dejé de contestar mensajes. Dejé de contestar el ¿Cómo estás?”, confiesa. “Probé terapias, personas vitamina, limpiezas energéticas, incurrir en lo holístico, reiki, baño de gong y siempre, con todas mis fuerzas, me encomendé a la Divina Providencia. Estaba desesperada por encontrar algo en algún lado. Pero los tiempos, en estos casos, se vuelven tan relativos que es difícil, muy difícil de sobrellevar y cuando uno realmente espera con todo el corazón algo y ese algo no llega es frustrante”.

“Nada se resuelve de un día para el otro. Las terapias me dejaban totalmente extenuada. Durante meses cada sesión semanal (o más de una) era una tomografía computada que revivía cada detalle del hecho que me tocó vivir. Literalmente me dejaba de cama, mientras mis hijos solo acompañaban a una mamá que `le dolía la panza´, respetaban sus rutinas y seguían siendo niños alrededor, gracias a Dios y a mi marido. Pero la alarma sonaba a las 5.30 de la mañana y todo el día volvía a comenzar una y otra vez”.
Cuando el colapso prende una lamparita: “Y en esta crisis tuve una idea…”
El pico llegó durante las vacaciones. Guadalupe siguió con acompañamiento, pero los síntomas eran cada vez más dolorosos, en especial la contractura visceral que se presentaba sin avisar y la dejaba sin aire. Dolía fuerte, como un calambre generalizado persistente que le comprimía los órganos.
Por otro lado, la calidad de vida apretaba. El sueldo de docente, junto al de su marido, no les permitía llegar a fin de mes. Con sus tratamientos, tres hijos -uno de ellos con un diagnóstico de TEA-, más las necesidades básicas, cuando llegó abril de 2025, Guadalupe experimentó el colapso.
“Tenía a mis acompañantes: Bobbie -Roberta Scheffel- la psicóloga que me sacó del abismo, y Samuel, el abrazo incondicional de mi marido, la preocupación de mis padres y hermanos, las palabras que resonaban como un pequeño eco de mis amigos y colegas, la ternura de mis alumnos y de mis hijos y por supuesto de otros tantos más, aunque me costaba verlo”, cuenta Guadalupe.
“Pero la luz llegó en una madrugada de esas que se toman su tiempo para amanecer del todo, me vi en una situación insostenible de deudas mientras analizaba mi agenda. Eso era real y las llamadas y mensajes de los bancos, que no respetan las complejas historias personales ni la buena voluntad, también lo eran. De más está decir que durante este tiempo se sucedieron incontables eventos desafortunados: caños rotos, heladera que no enfriaba o un horno que explotó…Y en esta crisis tuve una idea. Emprender. Mi agenda fue la inspiración”.

Una luz al final del túnel: “Yo también necesitaba un milagro”
Guadalupe siempre había sido autodidacta en temas de diseño, tanto el mundo del papel como el digital. Con su pasión que traía desde su infancia por el papel y las agendas en mente, su marido, Adolfo, se sumó a sus ideas para aclarar el cielo y, como solía hacer en cada ocasión, la apoyó. Ante todo, necesitaban salir del modo crisis, y para ello, a Guada se le ocurrió diseñar y crear con sus propias manos un organizador especial para sortearlo. En el proceso de creación descubrió que le faltaba aprender algo fundamental: la encuadernación. Buscó un curso online y encontró uno en la Fundación Gutemberg de Buenos Aires. Luego compartió la rifa por Whatsapp y recibió mucho apoyo, el suficiente para costear los primeros insumos: “Además, el curso me dio seguridad y técnica para trabajar”.

Tras una rifa exitosa, llegaron algún que otro pedido personalizado y el nacimiento de HolaDía.arg, el nombre de su emprendimiento, donde, con mucho amor y papel, Guadalupe comenzó a dedicar sus horas libres al armado de cuadernos y diarios únicos, artesanales, con diferentes técnicas de costura, con sentido y por encargo.
Luego llegó su accidente laboral, con un esguince de rodilla que requirió de fisioterapia, a unas cuadras de la Catedral Basílica de Salta: “Desde la entronización de las imágenes, hasta el inicio de la novena en su honor, instituciones y grupos de Salta son invitados a participar de una misa a sus pies. Y es así como tuve la idea del Diario del Milagro, viendo pequeños grupos de fieles caminar con alegría. Observando tanta vitalidad de la linda y escuchando sus cantos mientras iba y venía a las sesiones de mi rehabilitación. En la camilla, con el celular en mano empecé a desarrollar la idea. La idea de sentir un milagro diferente, de vivirlo y acompañarlo con experiencias y reflexiones. Yo también necesitaba un milagro”, cuenta conmovida.

Guadalupe investigó y creó un prototipo artesanal, lo sintió diferente y, de pronto, este propósito en su vida tuvo un efecto inequívoco: la iluminó. Al principio las personas no entendían bien si era un libro, agenda o diario, pero la voz comenzó a correr y en diez días cumplió con 150 pedidos, a los que se sumaron 100 que fueron obsequiados a quienes la habían acompañado en su camino de sanación. Logró lo que parecía imposible: una tirada de 250 diarios, totalmente artesanales.
“Fue muy difícil cumplir con las responsabilidades del colegio, la casa, los chicos. Pero cada Diario del Milagro llegó a quien tenía que llegar. No sé cómo hice, todavía no me entra en la cabeza como atravesé ese tiempo. Me levantaba a la madrugada, imprimía, plegaba, cosía… todo iba alternándose en cualquier momento libre que existiese. Mi marido estuvo siempre ahí… cuando las manos temblaron y haciendo la logística para cada entrega y así llegó a diferentes provincias y a distintas localidades de Salta. También acompañó a peregrinos en su andar desde las montañas”.

Tener propósito, el tiempo relativo y un agradecimiento profundo: “Pude renacer”
El 2 de mayo de 2024 se siente tan lejos y tan cerca. Aquel día, Guadalupe miró a la muerte a los ojos y, en ese acto, la quebró. Sin embargo, algo más profundo sucedió: la consciencia de la fragilidad de la vida fue una invitación a despertarse y encontrar propósito. Para la mujer salteña ese fue su milagro: descubrir que podía transformar su experiencia a partir de una pasión por el papel que traía desde niña; a través de sus creaciones, acompañar desde la reflexión y la conexión con lo profundo, ayudar de alguna forma a quienes tienen algo que sanar y agradecer. Y ayudarse, porque trabajar con sus manos y creatividad, despierta sus sentidos y la calman.
“Los testimonios y comentarios de quienes lo hicieron me dieron una alegría inexplicable, sentí gozo y me sentí extasiada de agradecimiento por todo. Me sentí yo de nuevo. Me sentí viva”, asegura Guadalupe, quien en noviembre creó el Diario de Adviento, para acompañar el camino a una Navidad llena de alegría, en una versión para adultos y para niños.
“La salud mental es importante, no se habla de esto lo suficiente. El cuerpo, el alma y la mente son uno y es importante encarar la salud desde una mirada interdisciplinaria y mirarla a los ojos con determinación y paciencia”, reflexiona. “Las crisis y la necesidad llevan la creatividad a niveles inesperados, toda idea puede transformarse y concretarse si hay corazón en el proceso”.

“Con mi experiencia comprendí que el tiempo no se contabiliza en días u horas sino en momentos con diferentes grados de intensidad. La oscuridad se transmuta en luz incandescente cuando menos lo esperamos, hay que confiar y tener fe aunque a veces parezca que no hay salida. Ese halo está ahí, cada uno debe adecuar su vista con los recursos necesarios para divisarlo”.
“Siento que mi camino recién comienza, tengo muchos proyectos en mente a futuro y espero poder concretarlos. siempre desde el amor y la entrega, por supuesto muchos plasmados en papel. `Dios obra de maneras misteriosas´. Hoy agradezco lo que significó Paulita en mi vida. Gracias a ella pude renacer”, concluye.
