Rita Cardeira
Madrid, 12 may (EFE).- Fue el 13 de mayo de 1995 cuando la británica Alison Hargreaves alcanzó la cima del Everest sin sherpa y sin oxígeno, con el viento nepalí como único testigo. Madre, alpinista y pionera, desafió no solo la altitud sino también los prejuicios. Tres décadas después, su gesta sigue resonando en las cumbres del Himalaya, como un eco eterno que el tiempo no ha logrado silenciar.
Inspirada por la japonesa Junko Tabei, la gran pionera del montañismo femenino que tocó veinte años antes la cima del Everest (17 de mayo de 1975), Hargreaves se convirtió en la primera mujer en alcanzar el techo del mundo en solitario, y en la segunda persona en hacerlo después del italiano Reinhold Messner.
Nació en Belper (Inglaterra) en 1962, donde las montañas apenas superan los mil metros. Pero aprendió pronto que la altura no lo es todo y allí, en el Peak District, una zona de montañas perteneciente a los Peninos, forjó su temple para, en los Alpes, escribir sus primeras gestas al encadenar en 1988 las caras norte más temidas de Europa.
Ya en esa época tenía ganada una buena reputación en el mundo del alpinismo, por su dilatada trayectoria en ascensiones difíciles y cumbres importantes, aunque alguno envuelto en la polémica. En 1989, subió al Eiger, de los Alpes berneses, embarazada de seis meses de su hijo mayor, Tom Ballard. Le llovieron críticas, pero Hargreaves, una vez más, respondió escalando.
Con 33 años, su ambición alcanzaba nuevas alturas, y se propuso hacer lo que más anhelaba: coronar en solitario las tres montañas más altas del mundo —Everest, K2 y Kangchenjunga. Tras un primer intento fallido, donde tuvo que retirarse a los 6.500 metros debido a las avalanchas, alcanzó la cima del Everest, a 8.848 metros.
La ascensión comenzó el 22 de abril de 1995 y culminó veinte días después. Apenas cuatro meses más tarde, ya estaba rumbo a Pakistán, a la temida K2, la montaña de las sombras.
Junto a ella, viajó una expedición internacional de alpinistas, entre ellos los españoles Javier Escartín (45 años), Javier Oliván (38) y la joven promesa del montañismo y la escalada Lorenzo Ortiz (24). Después de alcanzar la tan deseada cima, a 8.611 metros, parecía que la historia de Hargreaves estaba por escribirse con otro hito, sin embargo, la montaña, tan bella como mortal, tenía otros planes.
En el descenso, una tormenta se desató con la fuerza de un vendaval y arrasó la expedición. Pasadas doce horas de lo ocurrido dos supervivientes del grupo español, Pepe Garcés y Lorenzo Ortas, lograron descender hasta el campo base, donde denunciaron haber reconocido el anorak (un tipo de parka) ensangrentado de la británica.
La K2 se llevó a Hargreaves, y a los tres aragoneses, dejando atrás un eco que resonaría en los valles del Himalaya por siempre.
A pesar de ello, el legado de Alison Hargreaves no se apagó. Tom Ballard, aquel niño que había compartido las primeras montañas en el vientre de su madre, siguió sus pasos, y desafió sus propios límites, para entre 2014 y 2015 convertirse en el primer alpinista en lograr escalar en solitario las seis grandes caras norte de los Alpes durante un solo invierno.
Pero en el invierno de 2019, Tom desapareció en el monte Nanga Parbat (Pakistán), con apenas 30 años.
Tres décadas después, la hazaña de Alison Hargreaves sigue siendo un referente en la historia del alpinismo. Su legado, prolongado por la trayectoria de su hijo Tom Ballard, permanece como testimonio de una vida dedicada a la montaña y de un espíritu que, pese a la tragedia, no ha dejado de inspirar. EFE