“Triste, pobre y sombrío”: el trasfondo del funeral de Belgrano y la historia del monumental mausoleo que alberga sus restos

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El legado de Manuel Belgrano: educación, independencia y sacrificio personal (fotos Nicolás Stulberg)

Hace 204 era sepultado con un mínimo cortejo, sin lapida (dado que se la podrían luego y sería un mármol de un mueble, a causa de la falta de fondos para costear una realizada para ese fin) en el corazón del barrio de Monserrat, en la esquina de Avenida Belgrano y Defensa y en el atrio de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario y Convento de Santo Domingo, quien fuera don Manuel Belgrano.

El espléndido mausoleo que hoy guardan sus restos fue inaugurado en 1903: no solo honra la memoria de un prócer, sino que también refleja su humildad, su fe y su profundo vínculo con la Orden de los Dominicos. La historia de Belgrano, su muerte en la pobreza, el olvido inicial de su figura, y la posterior reivindicación a través de este mausoleo, son capítulos esenciales de la narrativa nacional argentina.

Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació el 3 de junio de 1770 en Buenos Aires, a pocos metros del Convento de Santo Domingo, en una casa ubicada en lo que hoy es el solar del Edificio Calmer. Hijo de Domingo Belgrano y Pérez, un comerciante italiano, y María Josefa González Casero, una criolla de origen santiagueño, Manuel creció en una familia acomodada que le permitió acceder a una educación privilegiada. Estudió en el Real Colegio de San Carlos y, a los 16 años, viajó a España para formarse en derecho en las universidades de Salamanca y Valladolid, donde se graduó en 1793. Influenciado por las ideas de la Ilustración, regresó a Buenos Aires en 1794 como secretario del Real Consulado, abogando por el comercio libre y la educación popular.

El frente de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario y Convento de Santo Domingo de la ciudad de Buenos. El templo católico está ubicado en Defensa 422, sobre la esquina de la avenida Belgrano

Belgrano fue un protagonista clave de la Revolución de Mayo de 1810, integrante de la Primera Junta y comandante del Ejército del Norte, logrando victorias en las batallas de Tucumán (1812) y Salta (1813). Su contribución más icónica fue la creación de la bandera argentina, izada por primera vez el 27 de febrero de 1812 en Rosario. Sin embargo, su vida estuvo marcada por sacrificios: donó 40.000 pesos-oro recibidos por sus victorias para construir escuelas en Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero y Tarija, un gesto que refleja su compromiso con la educación.

La relación de Belgrano con el Convento de Santo Domingo fue profunda y multifacética. Desde niño, aprendió a leer y escribir en la escuela del convento, y su fe católica lo llevó a integrarse a la Tercera Orden de Santo Domingo, una rama laica de los dominicos que permitía a los seglares vivir según los principios de la orden sin profesar votos monásticos. Esta pertenencia no era meramente formal; Belgrano vivía su fe con autenticidad, asistiendo a misas y participando en actividades religiosas en el templo. Su hermano, Francisco Belgrano, era sacerdote dominico, y sus padres, junto con otros familiares, están sepultados cerca del altar mayor de la iglesia, un privilegio otorgado por sus generosas contribuciones al convento. Esta conexión familiar y espiritual explica por qué Belgrano eligió el atrio de Santo Domingo como su lugar de descanso final, un deseo que expresó en su testamento como un acto de humildad.

El Convento de Santo Domingo, fundado en 1606 por la Orden de los Dominicos, comenzó a construirse en su forma actual en 1751 bajo el diseño del arquitecto turinés Antonio Masella. Completado en 1805, el templo fue escenario de eventos históricos, como el Combate de Santo Domingo durante la segunda invasión inglesa de 1807, donde Belgrano participó en la defensa de la ciudad. Las marcas de metralla en la torre izquierda son un testimonio de aquellos enfrentamientos, y las banderas británicas capturadas, donadas por Santiago de Liniers, junto con banderas realistas entregadas por Belgrano tras sus campañas independentistas, se exhiben en el interior del templo.

La obra fue adjudicada al escultor italiano Ettore Ximenes, conocido por su trabajo en monumentos heroicos

Manuel Belgrano falleció el 20 de junio de 1820, a los 50 años, en la misma casa donde nació, sumido en la pobreza y aquejado por una enfermedad conocida en la época como hidropesía, hoy identificada como edema, una condición caracterizada por la retención de fluidos debido a insuficiencia cardíaca o renal. Sus años de campañas militares, las penurias económicas y la falta de recursos médicos adecuados agravaron su estado. En sus últimos días, carecía de dinero para pagar a su médico, el doctor Joseph Redhead, a quien regaló su único objeto de valor: un reloj de bolsillo de oro. La muerte de Belgrano ocurrió en un momento de caos político conocido como el “Día de los Tres Gobernadores”, un episodio de inestabilidad tras la batalla de Cepeda en 1820, que disolvió el gobierno central y dejó a Buenos Aires en una lucha de poder entre Ildefonso Ramos Mejía, Miguel Estanislao Soler y el Cabildo. Esta anarquía hizo que su fallecimiento pasara inadvertido; de los ocho periódicos de la ciudad, solo El Despertador Teofilantrópico, dirigido por el fraile Francisco de Paula Castañeda, anunció su muerte, describiendo un “triste funeral, pobre y sombrío” en la iglesia de Santo Domingo. La falta de cobertura reflejó no solo la crisis política, sino también el olvido inicial de un hombre que, a pesar de su riqueza familiar, murió en la miseria tras donar sus bienes a la causa independentista.

El olvido histórico de Belgrano en los años inmediatos a su muerte se debió a varios factores. La fragmentación política de las Provincias Unidas dificultó la construcción de una narrativa nacional unificada, y Buenos Aires, como epicentro de los acontecimientos revolucionarios, tendió a priorizar figuras locales. Además, Belgrano no buscó protagonismo ni honores, lo que contribuyó a su bajo perfil en vida. Sin embargo, su legado comenzó a ser revalorado en 1821, cuando el gobierno de Martín Rodríguez organizó honras fúnebres solemnes, y más tarde, con hitos como la estatua ecuestre en la Plaza de Mayo (1873), la biografía de Bartolomé Mitre (1887) y la declaración del 20 de junio como Día de la Bandera en 1938.

Belgrano expresó en su testamento su deseo de ser enterrado en el atrio de la Iglesia de Santo Domingo, un lugar público y accesible que contrastaba con el privilegio de reposar dentro del templo, como sus padres. Este acto de humildad reflejaba su carácter austero y su devoción religiosa. Fue amortajado con el hábito blanco de la Orden de los Dominicos, un derecho que le otorgaba su membresía en la Tercera Orden. Su ataúd, de pino cubierto con un paño negro, era sencillo, y su lápida inicial fue improvisada con el mármol de una cómoda perteneciente a su hermano Miguel Belgrano, grabada con las palabras: “Aquí yace el General Belgrano”. Esta losa, ubicada a la entrada de la iglesia, permaneció como única marca de su sepultura durante más de 80 años, un símbolo de su modestia y del olvido que marcó su muerte.

Las marcas de metralla en la torre izquierda son un testimonio de aquellos enfrentamientos en el marco de las invasiones inglesas

El reconocimiento de Belgrano como héroe nacional cobró fuerza a fines del siglo XIX, cuando Argentina buscaba consolidar su identidad mediante la exaltación de figuras patrióticas. En 1894, un artículo de Luis Duprat en la revista Buenos Aires Artes y Letras señaló la humilde sepultura de Belgrano en el atrio de Santo Domingo, generando un movimiento para honrarlo. En 1895, estudiantes de la Sección Sur del Colegio Nacional de Buenos Aires (hoy Colegio Nacional Bernardino Rivadavia) y de la Escuela Nacional de Comercio, liderados por Gabriel L. Souto, lanzaron la idea de construir un mausoleo monumental. Souto, durante una velada patriótica el 8 de julio de 1895, pronunció un discurso en la Plaza de Mayo, llamando a reparar el “olvido” de los restos de Belgrano y proponiendo una suscripción pública.

La iniciativa recaudó 107.725,25 pesos, una suma considerable para la época, gracias a aportes del Congreso Nacional, legislaturas provinciales, instituciones, comerciantes, escuelas y ciudadanos. Se organizó un concurso internacional de proyectos, asesorado por el arquitecto Juan Antonio Buschiazzo, el ingeniero Carlos Enrique Pellegrini y el artista Eduardo Schiaffino. Escultores argentinos, franceses e italianos presentaron propuestas, aunque el número exacto de proyectos no está documentado en las fuentes disponibles. Tras un proceso largo y complejo, la obra fue adjudicada al escultor italiano Ettore Ximenes, conocido por su trabajo en monumentos heroicos.

Ettore Ximenes (1855-1926), nacido en Palermo, fue un escultor y pintor de renombre, formado en la Academia de Bellas Artes de su ciudad natal. Su estilo, influenciado por el realismo y el simbolismo, lo llevó a realizar obras monumentales en Italia y América Latina. En Argentina, además del mausoleo de Belgrano, Ximenes creó el busto de la Patria en el Salón Blanco de la Casa Rosada. Su trabajo en el mausoleo de Belgrano, inaugurado el 20 de junio de 1903 bajo la presidencia de Julio Argentino Roca, refleja su habilidad para combinar lo grandioso con simbolismo patriótico. Ximenes también participó en la decoración escultórica del Vittoriano, el monumental Altar de la Patria en Roma, construido entre 1885 y 1935 para honrar a Vittorio Emanuele II, primer rey de la Italia unificada. Ambos monumentos comparten un lenguaje neoclásico y monumental, con énfasis en la glorificación de héroes nacionales, lo que establece una conexión estilística entre el trabajo de Ximenes en Buenos Aires y Roma.

El mausoleo de Belgrano, epicentro de ceremonias patrióticas y símbolo de identidad argentina

El 4 de noviembre de 1902, los restos de Belgrano fueron exhumados del atrio de Santo Domingo en una ceremonia que atrajo la atención pública, pero también un episodio curioso: los ministros Joaquín V. González y Pablo Ricchieri intentaron llevarse dientes del prócer como reliquias, lo que generó un escándalo. Por orden del presidente Roca, los dientes fueron devueltos al féretro. La exhumación confirmó la ubicación de los restos bajo la losa original, y el 20 de junio de 1903, en una solemne ceremonia presidida por Roca, los restos fueron trasladados al nuevo mausoleo. La procesión cívica, con participación de autoridades, militares y estudiantes, marcó el inicio de la revalorización de Belgrano como símbolo nacional.

En el atrio, junto al mausoleo, se instaló una lámpara votiva, un elemento simbólico que representa la memoria perpetua del héroe. Esta lámpara, rodeada por una reja de hierro forjado de estilo colonial español, fue restaurada como parte del Plan Integral Casco Histórico y reencendida el 20 de junio de 2020, durante una ceremonia encabezada por el general Néstor D’Ambra y el Instituto Nacional Belgraniano, en conmemoración del bicentenario de la muerte de Belgrano. La lámpara, ubicada entre el mausoleo y la entrada principal de la basílica, ilumina el atrio junto a un mástil con la bandera argentina, reforzando el carácter sagrado del espacio.

El mausoleo es una obra maestra de nueve metros de altura que combina mármol de Carrara, granito de Baveno y bronce. Y posee tres niveles, cada uno cargado de simbolismo: basamento, pedestal y coronamiento.

Mausoleo de Manuel Belgrano en el Convento de Santo Domingo. Desde 1903 sus restos descansan allí (Fotografía Revista Caras y Caretas)

Basamento: Construido en mármol de Carrara y granito de Baveno, presenta dos relieves de bronce que representan momentos clave de la vida de Belgrano: el juramento a la bandera en Rosario y las batallas de Tucumán y Salta. Estos relieves, de gran detalle, capturan la solemnidad de los eventos.

Pedestal: Flanqueado por dos figuras alegóricas de bronce, “El Pensador” y “La Acción”, que simbolizan la dualidad del intelecto y el coraje de Belgrano. Cuatro ángeles cariátides sostienen el sarcófago de aluminio, cada uno con un atributo: una espada (justicia y vida militar), un engranaje (industria y comercio), una hoja de palma hacia abajo (victoria con humildad) y una cinta con la inscripción en latín Studis Provehendis (“Proveedor de Estudios”), en alusión a su donación para escuelas.

Coronamiento: El sarcófago está rematado por un yelmo, un águila y flores de bronce, símbolos de victoria y eternidad. La estructura se eleva sobre una escalinata adornada con placas conmemorativas de instituciones que homenajearon a Belgrano a lo largo del tiempo. El mausoleo está rodeado por una reja de hierro forjado, trabajada con motivos coloniales, que delimita el atrio y realza su carácter monumental. La restauración de 2020 incluyó la limpieza de la piedra, la recuperación de superficies erosionadas, la reconstrucción de ornamentaciones perdidas y la conservación de los bronces, devolviendo al monumento su esplendor original. El proyecto también abarcó la renovación de 280 metros cuadrados del entorno, con nuevas veredas, iluminación LED y vegetación autóctona.

El mausoleo de Belgrano no es solo un monumento funerario, sino un símbolo de la lucha por la independencia y la humildad de un hombre que priorizó el bien común sobre los honores personales. La Basílica de Santo Domingo, declarada Monumento Histórico Nacional en 1942, custodia no solo los restos de Belgrano, sino también los de sus padres, los generales Antonio González Balcarce, Hilarión de la Quintana, José Matías Zapiola y Juan de Lezica y Torrezuri, así como una placa en memoria de Martín de Álzaga. Las banderas británicas y realistas exhibidas en el interior, junto con la imagen de la Virgen del Rosario de la Reconquista, refuerzan el carácter histórico del templo.

Cada 20 de junio, el atrio se convierte en escenario de ceremonias patrióticas. La lámpara votiva, reencendida en esa fecha, simboliza la permanencia de la memoria de Belgrano, mientras el mausoleo, con sus ángeles y relieves, invita a los visitantes a reflexionar sobre su legado: un hombre que, en palabras de un fraile dominico, quiso ser enterrado en la entrada para que “más personas rezaran por él”. El mausoleo de Belgrano es un recordatorio de que los héroes no siempre son reconocidos en vida, pero su impacto trasciende generaciones. En el cruce de Belgrano y Defensa, donde convergen la fe, la historia y el patriotismo, este monumento sigue siendo un faro de inspiración para los argentinos, un lugar donde la humildad y el sacrificio se encuentran con la grandeza de un ideal.

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