“Tuve tres corazones: el que tenía al nacer, el del primer trasplante y ahora el tercero”: la historia de Carlos Lirio y su lucha por seguir viviendo

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Hasta el 30 de mayo de 2025, en Argentina se realizaron un total de 1.613 trasplantes de órganos y córneas, según datos del Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (INCUCAI). De estos, 900 fueron trasplantes de órganos y 713 de córneas. Los procedimientos fueron posibles gracias a 787 procesos de donación, realizados en hospitales de todo el país. A pesar de estos avances, más de 10.000 personas permanecen en lista de espera, lo que subraya la importancia de continuar promoviendo la donación de órganos y tejidos.

“Me trasplantaron el corazón por primera vez a los 17 años y casi 30 años después necesité otro trasplante de corazón y de riñón, porque la función renal también empezó a fallar”, relató Carlos Lirio, un hombre de 47 años que vivió la experiencia extrema del trasplante múltiple. Su historia inició con el diagnóstico de una miocardiopatía dilatada en la adolescencia, pero luego de casi tres décadas de convivencia con un primer órgano trasplantado, debió afrontar una operación doble, de corazón y riñón, para seguir viviendo.

Los trasplantes

Los médicos lo atendieron en Junín de los Andes, ciudad de la que es oriundo. Llegó a la consulta tras sentir una fatiga intensa y dolor abdominal durante una clase de Educación Física. “Me detectaron ese día la miocardiopatía dilatada en un hospital en el 95”, recordó el entrevistado, quien hasta ese momento jamás había enfrentado problemas de salud y entrenaba todos los días, incluso en doble turno.

Ante la gravedad del cuadro y luego de sufrir dos paros cardíacos, su madre gestionó la derivación urgente a la Fundación Favaloro. Allí, tras cuatro días de exámenes y la confirmación de su estado crítico, recibió la noticia: solo un trasplante de corazón podía salvarle la vida. “La única manera de que sigas viviendo con un trasplante de corazón”, le explicó el médico y Lirio aceptó rápidamente.

“Me trasplantaron el corazón a los 17 años y casi treinta años después necesité otro trasplante de corazón y riñón”, relató Carlos Lirio

“En esa época un órgano trasplantado no te duraba 30 años, la sobrevida era aproximadamente de ocho años y a mí me duró casi 30”, analizó. A fuerza de disciplina y controles médicos, el paciente convivió casi tres décadas con ese corazón, hasta que la función cardíaca y renal se deterioraron.

“En septiembre del 2024 me tuve que re trasplantar de corazón y se sumó un trasplante de riñón porque la función renal había empezado a fallar”, detalló. Como consecuencia de los casi treinta años de inmunosupresores, la acumulación de medicamentos terminó por afectar gravemente sus riñones.

La Fundación Favaloro, nuevamente clave en su historia, fue el escenario de su segundo y complejo trasplante. En esa ocasión, Lirio recibió tanto un nuevo corazón como un riñón, ambos de un mismo donante joven de 21 años. “Me salvaron la vida a los 17 años y siempre quedé muy ligado a la institución. Entro ahí y me da mucha seguridad”, resumió Carlos.

Según explicó, más allá de las palabras, su forma de agradecer es tomar la medicación religiosamente, cuidar los órganos y seguir cada control médico

El proceso de espera, la recuperación y los desafíos

La vida de un trasplantado está marcada por la paciencia y la incertidumbre. Lirio relató que antes de su primer trasplante fue trasladado en avión sanitario y, en solo cuatro días, su estado se complicó tanto que sufrió dos paros cardíacos. “Los diez días que estuve en espera estaba consciente”, rememoró. Pero tenía que permanecer completamente inmovilizado y conectado a respiradores y sondas.

La espera por el órgano fue a contrarreloj y, tras ser puesto en emergencia nacional, la llegada del corazón fue inminente. El procedimiento, aunque era muy riesgoso, resultó exitoso. Pero la batalla no terminaba en el quirófano. “Tenés que tomar mucha medicación de por vida y hacerte muchos controles”, destacó el paciente.

Con el segundo trasplante, la espera fue igual de dura. Sufría una insuficiencia cardíaca grave y apenas podía caminar unos pasos antes de sentir un profundo dolor abdominal. A esto se sumaba la dificultad emocional: ya no solo era él mismo, sino que también estaban presentes su esposa y sus tres hijos, incluida una niña de tres años a la que casi no podía alzar.

La recuperación implicó un enorme compromiso con los tratamientos. “Ahora debo estar tomando trece tipos de medicamentos y más de 20 pastillas”, detalló. Superar el proceso no fue solo físico sino también mental. “No es fácil llevar un trasplante adelante porque tenés que tener mucha responsabilidad”, enfatizó.

“Tuve tres corazones en mi cuerpo. Estar vivo es un milagro”, explicó Lirio

Agradecimiento y vínculo con las familias de los donantes

Para Lirio, el donante y su familia ocupan un lugar trascendental en la historia de su vida. En el primer trasplante, el corazón provino de una persona que, tras un robo y un disparo en la cabeza, falleció y fue donante múltiple. “Conocí a la mujer del donante y a los dos hijos, que en esa época tenían tres y siete años. La mujer tenía 30, actualmente seguimos en contacto”, compartió.

El agradecimiento hacia esa familia es profundo y duradero. “Donó todos los órganos y se salvaron siete vidas. A la familia del donante le agradecí toda la vida”, expresó.

La experiencia con el segundo trasplante fue diferente. Aunque sabe que el donante era un joven, decidió no contactar aún a su familia. “Hablé con mi familia, que hasta que yo no esté bien, me gustaría no saber quién era el donante”, explicó.

El acto de donar órganos significó para Carlos una segunda oportunidad. “Te devuelven la vida, literal”, afirmó y analizó que su forma de agradecer, más allá de las palabras, es “cuidando el órgano: tomando la medicación, haciendo mi vida, estudiando, trabajando”. “El agradecimiento es seguir tu vida y poder todos los días decirle al donante: ‘el corazón lo tengo gracias a vos, lo cuido, me hago todos los controles, tomo la medicación religiosamente’. En palabras, digas lo que digas, te queda chico”, admitió.

Carlos Lirio junto a su esposa, sus hijos y su mascota

La vida después de los trasplantes y el impacto personal

La experiencia de pasar por dos trasplantes de corazón y uno de riñón marcó una nueva perspectiva en la vida de Lirio. La recuperación le permitió volver a las rutinas simples pero fundamentales, como salir a caminar o a practicar tenis de mesa. “Había días que me sentía tan mal que no podía ni siquiera caminar. Para alguien que hizo deporte toda la vida es muy duro”, confesó.

Tras el trasplante, redescubrió el valor de lo cotidiano. “Qué lindo poder sentirme así, qué lindo poder volver a jugar”, señaló. Su caso es inusual inclusive para la medicina. “En Argentina no creo que sean más de diez personas que han tenido otro trasplante de corazón”, calculó. “Ya de por sí es un milagro que te puedas trasplantar de corazón una vez… re trasplantarte es muy muy poco común y además doble, porque fue corazón y riñón”, destacó.

Lirio remarcó la necesidad de no dar nada por sentado y disfrutar de cada momento de la vida. “A veces nos hacemos problemas por distintas cuestiones, pero poder respirar, caminar o subir una escalera, lo tenemos como que va a estar siempre y no es así”, advirtió. Hoy, entre la gratitud y el asombro, conserva una certeza inquebrantable: “Tenés que tener una suerte o estás tocado por alguien que no permite que te mueras”.

“Yo tuve tres corazones: con el que nací, el del primer trasplante y ahora el tercero”, contó, resumiendo en esa frase la dimensión de su recorrido y la importancia de la donación de órganos como una verdadera oportunidad de vida.

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