Pocas veces un presidente argentino estuvo reunido con las 5 personas más poderosas de la principal potencia global. El martes, Milei, acompañado por su hermana; el canciller Gerardo Werthein; la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y dos de sus pilares en materia económica, Luis “Toto” Caputo y Santiago Bausili, compartió una mesa de trabajo con Donald Trump; su vicepresidente; J.D. Vance (principal precandidato a la sucesión por el GOP en 2028); el encumbrado secretario del Tesoro, Scott Bessent; el secretario de Estado y principal asesor en seguridad nacional Marco Rubio (ambos cargos en simultáneo, como Henry Kissinger, y potencial candidato a presidente), y el polémico Peter Hegseth, titular del Pentágono (recientemente rebautizado secretario de Guerra en vez de Defensa). Una cumbre de semejante calibre no puede estar sujeta al resultado de una elección ni suele ser fruto de la improvisación: se logró luego de una larga, compleja y exitosa negociación que, con el tiempo, será posible reconstruir con precisión. Hasta el momento, contiene una dimensión estratégica novedosa y constituye un esfuerzo encomiable y un ejercicio de previsión por parte del Gobierno, fundamentalmente del equipo económico, que se adelantó al esperable escenario de volatilidad preelectoral y aceleró los trámites con su contraparte en Washington.
Considerando la trascendencia histórica del respaldo obtenido, cuesta comprender lo mal que fue informado por ambas partes. De parte del Gobierno no sorprende: la comunicación es uno de sus déficits más notables y, hasta ahora, prefirió agredir e ignorar a los medios de prensa independientes. Esperemos que en la profunda revisión de métodos y narrativas a la que Milei se comprometió para luego de las elecciones, este ítem sea revisado como corresponde. Mucho para aprender del propio Trump, que históricamente confrontó con la prensa de su país, pero que se somete constantemente a su escrutinio e interactúa sin condicionantes y con maestría mediante entrevistas exigentes y conferencias de prensa profesionalmente desarrolladas, con preguntas agudas, imprevisibles y bien fundamentadas y repreguntas ante respuestas parciales o que pretenden desviar el foco del interrogante original.
Sí resulta difícil explicar cómo un hombre de los medios, como el presidente norteamericano, y su sofisticado equipo de comunicación no tuvieron en cuenta la necesidad de un mensaje claro y preciso, sobre todo frente a la hipersensibilidad de los mercados. Sus controversiales declaraciones, al condicionar la ayuda a un triunfo libertario, cayeron como un balde de agua fría y facilitaron el rechazo de una oposición ensoberbecida y precipitada, dispuesta a abrazarse a un nacionalismo populista decadente y anacrónico con tal de obtener alguna ventaja mínima en términos electorales. Fueron esas ideas y los infinitos desatinos en el manejo de la política económica los que llevaron a que el país se quedara sin moneda: a partir del Rodrigazo de 1975, hace ya medio siglo, la sociedad argentina acumuló una desconfianza irremontable en el peso y, en paralelo, se abrazó al dólar como reserva de valor y moneda de referencia. Nuestro país es, junto con Rusia, el que mayor cantidad de dólares líquidos atesora en el planeta en relación con su PBI. Más: como apuntó Fabián Calle, es uno de los países con mayor cantidad de visas turísticas per cápita para visitar Estados Unidos, donde residen unos 300.000 conciudadanos, lo que ha desplazado desde hace tiempo a Europa como destino aspiracional para el argentino promedio. Un dato que resalta sobre todo hoy, un nuevo 17 de octubre que pasará casi inadvertido: esta Argentina no tiene nada que ver con la de “Braden o Perón”. Para conmemorar el Día de la Lealtad, ayer la CGT prefirió una celebración moderada y con expresiones de la cultura popular. En rigor, “lealtad” y “peronismo”, en la práctica, conforman un oxímoron.
Parte de las inconsistencias y de la falta de precisiones por parte del gobierno estadounidense se explican por el hecho de que continúa la durísima confrontación con el Partido Demócrata, que obstaculizó la autorización de gastos por parte del Congreso, por lo que el gobierno federal está cerrado. La senadora Liz Warren y otros líderes de ese partido se convirtieron en férreos opositores a este paquete de ayuda y los principales medios alineados apuntan a la contradicción entre esta generosa colaboración y el principio de America first que siempre blandieron el trumpismo y su movimiento MAGA (Make America Great Again). Bessent argumentó en sus apariciones mediáticas que se trata de un acuerdo cooperativo que implicará ventajas significativas para ambos países. No obstante, la ausencia de detalles facilita interpretaciones sesgadas o maliciosas, como que el objetivo es ayudar a determinados fondos que compraron activos argentinos o conocen a algunos funcionarios, desconociendo las estrictas normas de compliance que rigen en el mercado financiero norteamericano, regulado por la Security and Exchange Commission (SEC). Ayer, el embajador argentino, Alec Oxenford, admitió haber firmado un acuerdo comercial cuyo contenido no podía revelar porque está sujeto a un compromiso de confidencialidad. Pocas cosas contribuyen menos a la transparencia y la publicidad de los actos de gobierno, al margen del parroquialismo y la superficialidad que a veces imperan en nuestro país.
“El apoyo de EE.UU. es increíblemente fuerte y real, el mercado no comprendió la importancia de la reunión ni las declaraciones de Trump… esto no depende de un resultado electoral, sino de que continúen los esfuerzos por implementar reformas promercado y de que el Gobierno amplíe su coalición de apoyo luego de las elecciones”, afirma una de las personas que más contribuyeron para que la Argentina obtenga esta ayuda. Otra fuente diplomática afirma que se trata de un cambio sin precedentes en el vínculo bilateral, “retomando el espíritu de aliado extra-OTAN de la década de 1990”, impulsado, vale la pena recordarlo, por un gobierno peronista y otro demócrata.
Diversas fuentes coinciden en que el acuerdo contempla varias dimensiones. Primero, un total respaldo para resolver la “crisis de liquidez” (en palabras de Milei) de corto plazo, tanto en el plano cambiario como despejando los vencimientos de deuda, para facilitar y acelerar el retorno a los mercados voluntarios de crédito. A su vez, se avanzó en un acuerdo comercial que modere el impacto negativo de la política arancelaria impuesta por la administración Trump y que podría involucrar otros capítulos trascendentes para productos argentinos con impacto en economías regionales (limones y miel, por ejemplo). Algunos observadores se preguntaban ayer si se contemplan cuestiones históricamente conflictivas, como medicamentos (patentes) y biodiésel. Asimismo, las partes sellaron un acuerdo en materia de inversiones para canalizar el interés norteamericano sobre todo en energía, minería (cobre, uranio, litio y tierras raras) y tecnología/economía del conocimiento (entre otros proyectos, data centers como el anunciado el viernes pasado por OpenAI). Dos fuentes indicaron que estas iniciativas podrían ser apoyadas por fondos soberanos de países “amigos”, como Qatar (la renovada apuesta de Mauricio Macri por Milei podría ayudar mucho en este caso). Y no debe descartarse el involucramiento de otras instituciones financieras y bancos de inversión, tanto norteamericanos como europeos. Finalmente, el capítulo trascendente es el de defensa y seguridad: el componente más relevante desde el punto de vista geopolítico y de lo que menos se sabe hasta ahora. En ese plano, no debe descartarse el envío de tropas argentinas como parte de una misión de paz a Gaza coordinada por la ONU.