Un fenómeno en debate: más profesionales se vuelcan a las redes sociales y redefinen sus perfiles como “influencers”

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Con la explosión de las redes sociales se abrió un nuevo panorama en el que pareciera que pararse frente a una cámara permite llegar a miles de potenciales clientes. De hecho, entre la extensa lista de “influencers” irrumpen profesionales, que se vuelcan a Instagram o a TikTok.

El tiempo que insume no es menor, sobre todo para aquellos que publican contenidos a diario. Hay casos de profesionales que decidieron dedicarse full time a las redes y otros que, si bien continúan su rutina de oficina o consultorio, complementan su trabajo con una presencia fuerte en redes. “No te podés quedar afuera”. Esa es la premisa.

Ante este escenario surgen varios interrogantes. ¿Hoy vale más más hablarle a una cámara que hacer una carrera, incluso con la posibilidad de ganar más dinero? ¿Influye esta tendencia en la formación de las nuevas generaciones? ¿Es un trabajo crear contenidos y viralizarlos? ¿Cómo impacta esto en las profesiones?

“Un posteo tiene mucho trabajo detrás”

Evangelina Boleggi tiene 53 años y después de llevar adelante una carrera como contadora en grandes empresas decidió dedicarse de lleno al mundo de la moda en sus cuentas de Instagram y de TikTok. Se alejó del trabajo tradicional ligado a las finanzas para aventurarse en el universo fashion con contenidos dirigidos a mujeres +40. “Me volqué a un público al que nadie le hablaba”, dice.

Un traspié laboral fue clave para dar el volantazo. “Vengo de una familia de cuatro hermanos, soy la mayor, y desde muy chica trabajé en estudios contables, pero también en empresas grandes como gerente de Administración y Finanzas, incluso a cargo de varios países de la región”, cuenta. Hasta los 43 años, tuvo un empleo en relación de dependencia, pero luego la compañía fue comprada y ella quedó fuera de la estructura. “En ese momento no sabía bien qué hacer. A mí me gusta la moda desde siempre, porque mis papás vienen del rubro textil, y entonces empecé con un blog«, recuerda. A la par, tenía clientes particulares como contadora, pero reconoce que ya no le gustaba.

“Al principio era todo canje, no era redituable. Sin embargo, en pandemia empecé a dar cursos de moda y de asesoría. Era un momento en el que la gente estaba en su casa, pegada a la computadora o al celular y ahí, con los cursos y haciendo vivos, la empecé a romper, ahí empecé monetizar bien”, asegura.

El 5 de marzo de 2021, no olvida jamás la fecha, decidió dejar a su último cliente como contadora. “Ese mismo día a la tarde me llegó un contrato de una marca y a partir de ahí empecé a crecer”, cuenta. Y aclara que todos los conocimientos que le dio su profesión los aplica en esta nueva etapa.

Hoy trabaja para varias marcas, algunas desde hace varios años y otras para las que hace contenido puntual. “Ser influencer, aunque no me gusta llamarme así, no es fácil, hacer un pequeño posteo tiene mucho trabajo detrás, el algoritmo cambia constantemente y hay que tener en cuenta los cambios en el público”, indica Evangelina, que ya registró el nombre de su emprendimiento y está por lanzar una página web.

Diana Sosa, de 40 años, conocida como Di Sosa en Instagram y TikTok, dejó su trabajo como periodista para dedicarse de lleno a las redes, con un perfil orientado a la belleza. Después de egresar de TEA y de la Universidad de Palermo, de pasar por varios medios tradicionales y hasta tener una revista digital con un socio, comenzó a generar material propio en un blog. “Fue el momento de explosión de lo digital, pero todavía no había redes sociales y me acuerdo que entonces muchas marcas me pedían que les hiciera contenido como lo hacía en mi blog o incluso que mostrara sus productos, cómo los usaría y demás”, repasa.

Cuenta que tuvo buen impacto y empezó a tener más seguidores que respondían a sus posteos en los que mostraba sus gustos y su personalidad. En 2010, aproximadamente, comenzó a monetizar su proyecto. “Era algo muy novedoso en esos tiempos” explica.

Diana asegura que pasó de generar material para un medio a crearlo para ella misma. “De todas maneras, más que influencer me siento una creadora de contenido, estudié comunicación y todo lo que aprendí lo vuelco a mi propio proyecto”, dice. Y reconoce que fue fundamental haber estudiado: “El estudio me dio herramientas para pararme delante de una cámara, contar historias, generar y planificar contenidos”, subraya.

Respecto a la remuneración, comenta que hoy se maneja con contratos que pueden ser por una acción particular o un vínculo a largo plazo con una marca para la que todos los meses hace contenido. Diana tiene hoy, además, su propio estudio de comunicación digital.

Un espacio que puede resultar una trampa

Andrés Hatum, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), autor del libro Mejor no hablar de ciertas cosas, pone en contexto la tendencia: “El fenómeno de los profesionales que largan la toga, la calculadora o el estetoscopio para hablarle a una cámara es una consecuencia directa de la tecnología y de un mercado que encontró una nueva forma de consumo: el contenido rápido, empaquetado y a demanda”, señala. Y advierte que el universo laboral se reconfigura porque ahora hay un espacio que antes no existía: el del influencer. “Pero, ojo, no hay que confundir: ese espacio no reemplaza al mundo profesional, lo complementa”, enfatiza.

En ese sentido, el especialista plantea que el hecho de que un abogado se vuelva influencer no significa que la abogacía haya muerto, sino que encontró un escenario alternativo para decir lo mismo en un envase más atractivo. Y advierte: “Muy pocos logran hacer un negocio rentable. La mayoría hace canjes y espera que el algoritmo le dé cariño”.

Asimismo, considera que la tentación para los jóvenes se vuelve evidente. “¿Para qué matarse cinco años en una carrera universitaria si podés filmarte diez minutos contando cómo ordenás un placard y acumular likes? Pero la trampa es letal: lo que parece fácil y rápido suele tener las patas cortas. Me preocupa que los chicos crean que con un curso de fin de semana ya están listos para comerse el mundo”, señala.

Coincide Virginia Borrajo, directora de Talento y Cultura del Estudio Locht, especializado en recursos humanos: “La formación universitaria es irremplazable, lo que estudiamos y aprendemos es lo que luego nos dará contenido de valor para subir en las redes. Las redes son un medio no un fin“.

¿Hay que repensar, entonces, la currícula de las carreras? “Lo que necesitamos son universidades más ágiles: carreras más cortas, flexibles, con un año de especialización o maestría poscarrera, al estilo inglés. Y, sobre todo, sistemas de actualización permanente: masters, cursos, especialidades que acompañen la brutal velocidad tecnológica. El problema no es si rinde más ser influencer que profesional, sino qué hacemos con una educación que todavía se comporta como si estuviéramos en el siglo XIX”, aporta Hatum.

En esta línea, Borrajo suma: “Es probable que las nuevas generaciones no se sientan identificadas con los planes de estudio actuales. Como profesora universitaria es una responsabilidad encontrar la forma de comunicar con impacto sin perder validez académica y científica”.

Un canal de difusión profesional

El hecho de que algunos vivan de ser influencers no significa que todos puedan hacerlo. La diferencia es que ahora el escenario está abierto a cualquiera que se anime. “Hoy, con un celular y buen manejo de redes, podés llegar a miles, pero la rentabilidad real está concentrada en pocos”, reafirma. Y rescata: “Lo más interesante es que, gracias a los influencers, los profesionales también tienen un nuevo canal de difusión: el psicólogo que explica ansiedad en TikTok, el contador que hace videos sobre impuestos. El que lo hace bien, gana legitimidad. El que lo hace mal, likes efímeros”.

Mantener la profesión de origen y combinarla con la producción de contenidos en redes sociales es una modalidad que gana adeptos. Es el caso de Belén Garrido, cosmetóloga de 36 años, quien asegura que se trata de “otro trabajo”. Además del estudio y del gabinete donde atiende a sus clientas, se dedica a sus cuentas, en las que vuelca sus conocimientos sobre el cuidado de la piel. También hace campañas y es convocada a dar charlas a partir de sus posteos.

“Hay veces que, económicamente, rinde igual que el estudio o más”, afirma Belén. Reconoce que, si bien empezó en 2017 con una cuenta en Facebook, todo explotó en pandemia. Relata que las redes le permitieron llegar a nuevas audiencias, lo que derivó en la posibilidad de dar cursos online y atender consultas en el exterior.

“Creo que hoy las redes sociales son imprescindibles, hoy por hoy es muy fácil mostrar qué haces, cómo te desarrollás, cómo te comunicás, y yo creo que eso es clave también para que la gente te conozca”, concluye.

Si hay alguien que se hizo conocido a través de sus posteos es Gastón Britos, médico veterinario de Río Cuarto, Córdoba, que tiene más de 1 millón de seguidores y recibe cataratas de mensajes con cada publicación.

Oriundo de Tres Pozos, una zona rural ubicada en el centro de la provincia, en 2019 comenzó a hacer contenidos en redes con la idea de mostrar su trabajo. Britos se especializa en rumiantes, bovinos, ovinos, caprinos y caballos, pero se convirtió en referente para los amantes de todos los animales.

“Trabajo como médico veterinario y también en redes sociales. Entendí que las redes también son un trabajo y hoy son parte de mis ingresos, lo que hace que uno se profesionalice en ambas partes, como veterinario y como creador de contenidos”, asegura.

Al principio, el interés era divulgar su profesión: después de recibirse, en 2020, empezó a hacer vivos en Facebook y en Instagram con un estilo descontracturado y humano. Recuerda que comenzaron a seguirlo colegas locales, pero luego también de otras provincias y hasta de otros países.

“Fue una repercusión muy importante dentro del sector veterinario y luego abarcó no solamente a los veterinarios, sino a todas las personas que son afines para aprender sobre animales, entonces decidí hacer un contenido para todos”, añade.

Britos señala que el trabajo en redes es redituable en su caso, no solo por las nuevas consultas que le llegan sino también por la recomendación de algunos productos que utiliza. “El 90% o más de los videos que hago no son publicidad”, aclara. “A veces hago publicidad de productos que yo ya he usado o utilizo cotidianamente y sé que funcionan. En estos videos primero muestro un caso clínico o hablo de alguna enfermedad y al final aparece el producto, pero siempre va de la mano de una enseñanza”, finaliza.

Un universo con más competencia

Más allá de los casos de éxito, los especialistas consultados por LA NACION sostienen el fenómeno es rentable solo para un puñado y que el aumento de la competencia requerirá una mayor formación. Así lo considera Marcelo Rabossi, doctor en educación de la UTDT, para quien resulta fundamental cuantificar el fenómeno.

En este sentido, indica que se calcula que en el país hay unas 9000 cuentas con más de 100.000 seguidores, número estimado para lograr monetizar el rol de influencer.

“Tomemos en cuenta que existen unas 500.000 cuentas que intentan tener éxito. Esto implica que 98 de cada 100 influencers no logran ser exitosos y, por ende, no les sería factible vivir de esta actividad”, razona. Y resalta: “La otra cara de la moneda te dice que, por año, se reciben 140.000 profesionales universitarios y 137.000 terciarios. Casi 300.000 personas por año mejorarán sus ingresos en relación a quienes solo alcanzaron una educación secundaria”. Su conclusión es que “la educación sigue pagando” y que “ser exitoso como influencer es solo para un grupo selecto”.

Por otra parte, advierte que, a medida que más influencers ingresen en el mercado, habrá una competencia más intensa, por lo que estudiar resultará fundamental para disminuir la tasa de fracaso.

Sin embargo, el especialista no está en contra del uso de las redes por parte de profesionales. Considera que el mundo virtual no desprestigia a las profesiones, sino que las reconfigura. Y destaca que, actualmente, las universidades avanzan para adaptar sus planes de estudio, de manera de acortar carreras y ofrecer cursos académicos breves, flexibles y certificables que permitan a los estudiantes adquirir competencias específicas.

El camino, en todo caso, es “híbrido”: mantener una capacitación formal y a su vez experimentar con la creación de contenidos en distintas plataformas digitales. “La idea es reducir el riesgo asociado a optar exclusivamente por la vía digital evitando el estudio formal en un mercado que tenderá a profesionalizarse cada vez más”, finaliza.

Borrajo plantea una mirada más crítica respecto a la incursión de profesionales en redes. “Es un trabajo invisible que el profesional hace solo, con la carga de la validación externa en forma instantánea. Esto lleva a una producción ilimitada de trabajo que solo es reconocida con una lluvia de likes y no por su valor científico. Hay personas que han tenido que dejar las redes para proteger su salud mental por la exposición permanente de su identidad profesional», aporta.

En este sentido, advierte: “Un médico se termina convirtiendo en un generador de contenidos y luego el que tiene más impacto no es el que más estudió sino el que mejor comunica. Es un riesgo”.

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