
“Las dos palabras más bellas de nuestro idioma no son ‘¡te quiero!’, sino ‘¡es benigno!’”. Estas palabras de Woody Allen —un famoso hipocondriaco, al menos en el personaje público que se ha creado— reflejan un sentimiento bien conocido por mucha gente: la angustia ante los resultados de una prueba médica, incluso ante unos que se realizan por pura rutina.
Y es que el miedo a lo inesperado, y sobre todo a la enfermedad, es muy potente. Lo sabe bien el protagonista de este artículo, un hombre de 50 años, residente en Hungría, que fue al médico a hacerse una revisión rutinaria en la que salió un resultado muy poco rutinario. El paciente se sometió a un estudio radiológico como parte del seguimiento de otros padecimientos, y la doctora Gabriella Mangó, como ha contado la prensa local de ese país, identificó de inmediato una anomalía: “Observé una mancha pequeña, pero clara en la zona de la frente, en la radiografía”, describió la profesional al medio Blikk. Sin embargo, no se trataba de un tumor ni de cualquier tipo de cáncer. De hecho, no era nada natural, no era ninguna enfermedad. Era una bala.
La presencia de este cuerpo extraño en el cráneo, que había pasado desapercibido durante 40 años, no había dado ninguna señal hasta ese momento: ni molestias ni síntomas que indicaran su presencia. Los especialistas evaluaron el caso con cautela y advirtieron sobre el riesgo potencial de practicar ciertos exámenes: “Por suerte no se realizó una resonancia magnética, ya que el fuerte campo magnético podría haber desplazado la bala, lo que podría haber sido peligroso”, indicó la doctora Mangó.
“Mi hermano apuntó a una manzana”
El menos sorprendido por el hallazgo fue el propio paciente, que vio despertados recuerdos de su infancia. Esta ha sido su explicación: “Mi hermano apuntó a una manzana sobre mi cabeza, pero falló y me disparó accidentalmente”. Ambos menores, según su versión, intentaban recrear la leyenda de Guillermo Tell, pero sin la puntería del popular personaje, y después, para evitar el castigo, argumentaron que la herida había sido consecuencia de una caída por las escaleras. El hombre asegura que se olvidó de que tenía una bala alojada en el cráneo, y la falta de consecuencias físicas no despertó sospechas en las siguientes décadas.
En la actualidad, los neurólogos han descartado la necesidad de extraer el proyectil mientras no genere complicaciones, aunque recomendaron continuar con controles radiológicos periódicos para monitorear cualquier cambio en la situación.
Y es que es posible vivir con una bala en la cabeza, como muestra esta historia, pero hay que tener mucha suerte. Otro caso reciente que se ha hecho viral es el de Harry Studley, un niño británico que sufrió un accidente similar que terminó con una bala de aire comprimido en su cráneo. Los médicos le dieron un 1 % de probabilidades de sobrevivir. Pero sobrevivió, y hoy, según ha contado su familia, tiene una vida normal.
