Un inversión térmica repentina, cinco muertos y el nacimiento de un homenaje global dedicado al coraje y entrega de los bomberos

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Stuart Davidson, Jason Thomas, Garry Vredeveldt, Christopher Evans y Matthew Armstron murieron en el feroz incendio de Linton, en 1998

La tarde del 2 de diciembre de 1998, un calor agobiante, con temperaturas superiores a los 30°C, se posaba sobre Linton, un pequeño pueblo rural en el estado de Victoria, en Australia. El viento soplaba seco, la vegetación estaba marchita y las temperaturas extremas transformaron el paisaje en un terreno inestable, propenso a la tragedia. En ese contexto, se inició el foco de un incendio forestal, aparentemente accidental, que comenzó a expandirse en las afueras del pueblo. El humo oscuro comenzaba a tapar la vista de manera amenazante mientras el fuego avanzaba de manera veloz.

Las sirenas sonaron en los cuarteles australianos porque las autoridades habían activado una alerta y convocaron de urgencia a brigadas de bomberos voluntarios de distintos puntos de la región. Entre ellos, cinco voluntarios del cuartel de Geelong West, Stuart Davidson, Jason Thomas, Garry Vredeveldt, Christopher Evans y Matthew Armstron.

Con la vocación de cumplir con el deber, corrieron a sofocar el fuego, sin saber que quedarían atrapados entre las llamas y que esa acción heroica sería la ultima de sus vidas. La tragedia conmocionó al país y sembró la semilla de lo que, meses más tarde, se convertiría en el Día Internacional del Bombero.

Desde 1999, cada 4 de mayo se conmemora la tragedia con homenajes a los bomberos de todo el mundo: las sirenas de distintos rincones suenan en honor a quienes enfrentan el fuego sin esperar nada a cambio.

Bomberos combaten el incendio forestal en Australia (Departamento de Bomberos Rurales de Nueva Gales del Sur / Reuters)

De la tragedia la acción colectiva

Había humo en el aire, pero nadie imaginaba lo que estaba por suceder. Según determinó la investigación oficial de la Country Fire Authority (CFA), todo comenzó con una chispa. Una pequeña chispa —tal vez una máquina, tal vez un descuido humano, nunca se supo— en un terreno boscoso a las afueras de Linton. El fuego, al principio pudo ser contenido, pero a su paso encontró vegetación reseca y el viento se convirtió en su mejor aliado: se expandió, cambió de forma, de dirección, de velocidad. Y en minutos, dejó de ser un foco para convertirse en amenaza letal.

El fuego se desparramó como si el suelo lo empujara. La topografía del lugar —irregular y accidentada, con eucaliptos secos— jugó en contra. Nada era previsible. Pero lo peor llegó después: una inversión térmica repentina, un fenómeno natural, aunque poco frecuente, que altera el comportamiento del aire, cambió el viento y el rumbo del fuego en segundos.

Las llamas, primero impulsadas hacia un sector que parecía seguro, cayeron sobre una de las autobombas. Allí estaban Stuart, Jason, Garry, Christopher y Matthew. Quedaron atrapados sin la remota posibilidad de escapar. El camión desapareció en la humareda y el fuego no dio respiro. Minutos después, Simon Scharf, compañero de dotación, supo por radio lo que había ocurrido.

El incendio avanza en el Parque Nahuel Huapi, afectando sectores de difícil acceso y complicando la tarea de los brigadistas

“Cuando recibí el llamado de que habían sido alcanzados, sentí náuseas de inmediato… No podía respirar”, diría años más tarde en una entrevista con ABC. Colgó y fue hasta el lugar para ver lo que quedaba. “Había árboles ardiendo por todas partes. Encontramos el camión. Estaba destruido”, contó.

Las imágenes del vehículo calcinado, los cascos fundidos por el fuego y los nombres de sus compañeros impresos en placas de bronce recorrieron Australia y el mundo. Comenzaron los homenajes en distintas ciudades, hubo flores para los cinco valientes y también minutos de silencios. Pero también comenzaron las preguntas: ¿Qué pasó? ¿Cómo se llega a eso? ¿Qué protección tienen quienes dan todo sin pedir nada? Esa tragedia expuso la fragilidad de los bomberos voluntarios frente a incendios cada vez más impredecibles, más violentos, más extremos.

En medio del dolor, la teniente de bomberos, Julie Jane Edmondson —conocida como JJ Edmondson—eligió actuar, necesitaba hacer algo. Estaba especializada en ejercicios de seguridad y entrenamiento de la profesión que hermana a los voluntarios. Ella hablaba de “ser parte de una gran familia”, por eso quedó muy afectada con las muertes de sus compañeros. Redactó una carta, no para buscar culpas, sino para proponer algo: pidió que el mundo recordara esa tragedia y que existiera un día para recordar a los que murieron en cumplimiento del deber.

Julie Jane Edmondson propuso que 4 de mayo como Día Internacional del Bombero, en homenaje a San Florián

“El papel de un bombero en la sociedad actual —ya sea en entornos urbanos, rurales, naturales, voluntarios, profesionales, industriales, fuerzas de defensa, aviación, deportes de motor u otros— es de dedicación, compromiso y sacrificio, sin importar en qué país residamos y trabajemos. En el servicio de bomberos, luchamos juntos contra un enemigo común: el fuego, sin importar de qué país venimos, qué uniforme usamos o qué idioma hablamos”, escribió.

Sugirió el 4 de mayo, día de San Florián, patrón de los bomberos, una figura venerada desde hace siglos en Austria, Polonia y Alemania, donde se lo reconoce como protector de quienes combaten incendios. Florián fue un oficial romano del siglo III que organizó una brigada contra incendios y murió ejecutado por defender su fe y a sus compañeros. Su historia, asociada al valor, la entrega y el sacrificio, ofrecía el símbolo perfecto. La propuesta no tardó en dar la vuelta al mundo.

Desde entonces, cada 4 de mayo, en escuelas, cuarteles, plazas y memoriales, las sirenas suenan no por emergencia, sino por memoria. En honor a Stuart, Jason, Garry, Christopher y Matthew, y a tantos otros miles de bomberos voluntarios.

Además de combatir incendios, los bomberos gestionan emergencias vehiculares, desastres naturales y colaboran en la atención primaria de salud. En la imagen, el cuerpo de Callao, en Lima, Perú (Andina)

Coraje argentino

En la Argentina, el compromiso y vocación de los bomberos voluntarios tiene raíces profundas. El primer cuerpo de bomberos voluntarios se fundó en el barrio de La Boca en 1884, por iniciativa de un grupo de vecinos liderado por Tomás Liberti, un inmigrante genovés que vio cómo las llamas consumían parte del puerto sin que nadie pudiera actuar a tiempo. Desde entonces, la red de bomberos voluntarios creció hasta convertirse en un pilar de la defensa civil.

Actualmente, existen en el país más de 1.100 cuarteles distribuidos en todas las provincias, que integran el sistema nacional de bomberos voluntarios. Según datos del Consejo Nacional, más de 58.000 personas forman parte de estos cuerpos. De ese total, alrededor de 12.000 son mujeres, es decir, una cada cinco hombres. Muchas de ellas ocupan roles de liderazgo como jefas de dotación, instructoras o especialistas en rescates técnicos.

A lo largo de estos años, surgieron muchas figuras destacadas que dejaron huella en la actividad de los bomberos. Uno de ellos fue José Luis Moure, jefe de los Bomberos Voluntarios de San Fernando, quien murió en 2002 durante una operación de rescate. En Barracas, nueve servidores públicos murieron en 2014 durante el incendio del depósito Iron Mountain, en uno de los peores siniestros urbanos recientes.

Anahí Garnica

Entre ellos se encontraba Anahí Garnica, la primera mujer bombera del cuerpo activo de la Policía Federal Argentina en morir en servicio. Tenía 27 años y era suboficial ayudante. Había comenzado como voluntaria en el cuartel de La Matanza y se unió a la fuerza en 2001, movida por una vocación temprana que la llevó a romper moldes en un ambiente históricamente dominado por hombres. El 5 de febrero de 2014, participaba del operativo para controlar el incendio en el depósito de archivos Iron Mountain cuando una pared del edificio colapsó sobre ella y otros compañeros. Su cuerpo fue hallado entre los escombros. En el acto oficial posterior, fue ascendida póstumamente al grado de subinspectora, y desde entonces su nombre es un símbolo de entrega y de lucha por la igualdad dentro de las fuerzas. “Ella murió haciendo lo que amaba”, diría su madre en una de las tantas ceremonias en su memoria.

Y en Luján, el veterano Juan Carlos Mulki es recordado como uno de los pilares del cuartel local. Entró como voluntario en la adolescencia y dedicó más de cuatro décadas a la formación de nuevas generaciones, transmitiendo no solo técnicas y protocolos, sino una ética de trabajo basada en la solidaridad, la disciplina y la responsabilidad. Con él, decenas de jóvenes aprendieron a respetar el uniforme y a comprender que ser bombero no es solo apagar incendios: es estar, siempre, cuando más se necesita. Mulki fue también instructor en la Federación de Bomberos Voluntarios de la Provincia de Buenos Aires y participó en operativos de rescate durante las inundaciones de 1985, los incendios en la zona serrana y múltiples emergencias de gran escala. Aún retirado, sigue siendo un referente para toda la comunidad bomberil del país.

En los últimos años, los bomberos argentinos debieron enfrentar algunos de los incendios forestales más graves de la historia reciente. En Córdoba, por ejemplo, los veranos se convirtieron en sinónimo de alerta. Allí, las brigadas locales y voluntarios de otras provincias debieron combatir las llamas durante jornadas de más de 12 horas, atravesando cerros, sierras y campos, a menudo con escasos recursos.

Bomberos en tareas de sofocamiento durante los incendios de febrero de 2025 (Gobierno de Corrientes)

En Corrientes, en el verano de 2022, hubo incendios que arrasaron con más de un millón de hectáreas, incluyendo esteros, campos y zonas rurales. Allí, los bomberos trabajaron día y noche junto a personal de Parques Nacionales y pobladores locales, con temperaturas superiores a los 40°C y vientos que complicaban cada maniobra.

Recientemente, la Patagonia, sufrió los incendios de Chubut y Río Negro, en zonas como Lago Puelo y El Bolsón, donde el fuego exigió despliegues coordinados de gran escala, donde el terreno escarpado y el aislamiento dificultaron tanto el combate directo como la logística.

En todos los casos, la vocación, entrega, y una red solidaria que se activa aun en condiciones adversas estuvo presente. Con turnos extendidos, uniformes empapados en humo, y muchas veces sin dormir, los bomberos —en su mayoría voluntarios— se convirtieron en el último límite entre el fuego y la vida de cientos de familias, animales y comunidades enteras. Algunos regresaron con el cuerpo agotado. Otros, con heridas. Otros, no regresaron.

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