Un jardín con senderos que desaparecen entre plantas, pensado para habitar con el cuerpo y los sentidos

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Como bien cuenta la escritora estadounidense Rebecca Solnit en su libro Una guía en el arte de perderse, perderse es la mejor manera de encontrarse con uno mismo. Y perderse en la naturaleza aun más. De algún modo, se borran un poco los límites del “yo” que se construyen con tanta dedicación, los muros que protegen se vuelven membranas porosas y se entra en sintonía con algo que nos excede, nos rodea y nos sostiene: el mundo natural.

Arquitectura Paisajista Barzi Casares.mp4

“Compartimos con los dueños del jardín este concepto tan afín a nuestra propia mirada, el jardín como lugar priveligiado de encuentro con la naturaleza, y la naturaleza, ese lugar donde somos parte de una realidad mayor”, cuentan las paisajistas Martina Barzi y Josefina Casares. “Nuestro jardín es un pedacito de paraíso donde compartimos con otros seres vivos la gloria del sol, la bendición de la lluvia, los frutos, las flores, la tierra fértil, el humus”.

La casa se rodeó con anillos concéntricos, una alfombra de piedritas donde caminar y donde pueden crecer las plantas, otro anillo de cubresuelos, otra alfombra, pero esta vez verde con una colección de buxus bocha escultóricos.

Para las paisajistas del Estudio Barzi Casares el jardín es un lugar de disfrute, para ser vivido con los cinco sentidos, adonde se pone el cuerpo, los amigos, la familia.

Un larguísimo estanque enfatiza las líneas horizontales de la arquitectura, y funciona como punto focal

“El diseño de un jardín es siempre un trabajo en equipo, primero de todo con los clientes, el éxito depende siempre de su compromiso, sus ganas de involucrarse y disfrutar. Los arquitectos son otro gran eslabón, el jardín sirve a la casa, la asienta, la rodea, le da marco, es paisaje para sus ventanas y nos gusta mucho que la arquitectura extienda brazos hacia el jardín y que la casa se enraíce”. En este caso el estudio de arquitectura Urgell Penedo Urgell acompañó a cada paso, su interés por los detalles iba mano a mano con el de las paisajistas.

El sendero de hormigón peinado tiene rajas que lo alivianan y nos fuerzan a mirar hacia abajo y caminar más despacio.

Trabajaron juntos los escalones, el camino curvo de hormigón, el largo estanque de acero Corten, los muros y los cercos. También colaboró Bernardo Ezcurra, arquitecto y artista, con el que trabajaron en varios otros jardines y que volvieron a convocar para esta obra. El fogón y sus bancos son obra suya.

Al final del recorrido, fogón realizado por el Arq. Bernardo Ezcurra, inspirado en la sombra de un antiguo palto.

Este diseño trata sobre recorridos, la luz y la sombra, las texturas, los sonidos, el perfume, los sabores.

Cada cerámico está hecho a mano y siguiendo las especificaciones de su dibujo.

La casa se apoya sobre piedritas sueltas, binder dolomita, lo que permite superficies drenantes, plantación suelta y la posibilidad de moverse en todas direcciones. Este primer anillo que rodea la casa es amplio, alberga la huerta y monte frutal y también da sostén y marco al gran estanque y a las tipas que dieron escala y techo al jardín.

El sendero curvo de hormigón peinado recorre la alfombra de jazmín de leche, hiedras y buxus bajo la sombra de las tipas.

Es un lugar de luces filtradas, de piso claro y ruidito al caminar, de la sorpresa de las plantas que se resiembran solas.

Los liquidámbares traen otoño y se funden con
el paisaje prestado. Todos los caminos se entrecruzan.

Un segundo anillo de cubresuelos y árboles frutales aporta verde y perfume, con jazmín de leche, hiedras, salvias y plectrantus. La entrada es parte de este anillo verde y fresco, muy privada, con largos y bajos escalones que se hunden en la vegetación. Paz, tranquilidad, sombras de Acer palmatum y Taxodium. Un tercer anillo es el gran cantero de gramíneas con senderos que se entrecruzan e invitan a perderte y desaparecer mientras se llega al fogón- escultura.

Las aromáticas se extienden y decoran el espacio entre la piedra y la casa.

Este jardín marca las estaciones. En otoño se encienden los liquidámbar, los acers y los fresnos, con un mar de gramíneas doradas que los acompañan. La primavera se anuncia con los frutales en flor, el perfume de los jazmines de leche y los azareros. Las flores caídas de las tipas y los jacarandás arman alfombras en el suelo.

En otro sector, s la huerta con sus aromáticas y monte frutal.

El principio del verano se carga de frutos –canastas y canastas de duraznos–, la higuera, mientras la huerta hacen lo suyo. El estanque cobra vida: aparecen nenúfares, lotos, iris. El verano se hace presente con las salvias, las budleias, las rosas, las verbenas y las plantas aromáticas. Así, el jardín se viste para mariposas y polinizadores. Al final del verano aparecen los zapallos que lo invaden todo, vienen con el compost que se hace en la casa y que fertiliza y nutre el jardín.

Los buxus son olas que acompañan la escultura y le dan un fondo verde y bajo que la resalta.

El ciclo, una vez más, se cierra. El jardín parece detenerse, las hojas caen, las gramíneas se podan, los lotos secos son un grabado japonés y aparece con fuerza la estructura persistente. El jardín en invierno es en blanco y negro, forma y contra forma, escultórico.

Más allá, en la luz, el cantero de gramíneas esconde nuevos recorridos.

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