En junio de 1995, una carta dirigida a The New York Times y The Washington Post, los dos diarios más importantes de Estados Unidos, cambió el rumbo de uno de los casos policiales que mayor atención recibió durante la última parte del siglo XX.
La carta la había enviado un misterioso remitente, que firmaba como “F.C” y allí anunciaba que dejaría de cometer atentados terroristas si su manifiesto sobre el peligro del desarrollo tecnológico era publicado por uno o por ambos diarios. Les daba 90 días de plazo para la publicación. Inmediatamente las autoridades lo identificaron como el Unabomber.
De ese modo, diecisiete años de terror activados por bombas enviadas por correo a universidades y aerolíneas entraban en una fase final al tiempo que el FBI y la opinión pública se enfrentaban al enigma que mantuvo en vilo a Estados Unidos durante casi dos décadas.
Desde mayo de 1978, una sucesión de explosiones llegó por paquetería a instituciones educativas y líneas aéreas. El primer artefacto, camuflado como una encomienda común, estalló en la Universidad Northwestern, Illinois. El destinatario era el profesor Buckley Crist, pero la bomba resultó abierta por un guardia de seguridad, Terru Marker, quien sufrió heridas y quemaduras. Crist salió ileso.
La bomba, creada con un tubo de metal de 2,5 centímetros de diámetro y 23 de largo, contenía pólvora y presentaba una estructura artesanal: caja de madera tallada a mano, detonador activado por clavos, gomas y cabezas de fósforo. Las siguientes versiones mostrarían mayor sofisticación, añadiendo baterías y filamentos calientes para asegurar el poder letal y la precisión.
La campaña de miedo duró hasta 1995, con dieciséis bombas adicionales destinadas especialmente a universidades y aerolíneas estadounidenses. Por eso al autor, por entonces desconocido, se lo llamó Unabomber (“un” de universidades y “a” de aerolíneas).
El saldo de todos los ataques: tres muertos y veintitrés heridos. Uno de los incidentes más importantes ocurrió en 1979, cuando una bomba puesta por Unabomber en el vuelo 444 de American Airlines –un Boeing 727 con ruta Chicago-Washington– falló antes de detonar su carga, pero generó suficiente humo como para obligar a un aterrizaje de emergencia. Los forenses concluyeron que, de haber funcionado el detonador, la explosión habría tenido fuerza “para devastar el avión”.
Los investigadores habían atinado en el perfil, cuando uno de los expertos del FBI determinó que el terrorista era “un hombre de cerca de 50 años, muy instruido y con inteligencia fuera de lo común”. Aquella deducción fue descartada: en el FBI prevaleció la idea de que el autor de los atentados era “un hombre joven, tal vez mecánico de aviones”.
El caso tomó otro rumbo en 1995, cuando el Unabomber ofreció cesar con los ataques si The New York Times, The Washington Post o ambos medios publicaban su manifiesto, titulado “La sociedad industrial y su futuro”.
Los diarios dudaron en publicar ese texto, que firmaría el hombre más buscado de Estados Unidos y el objetivo de una de las investigaciones más costosas en la historia del FBI.
Lo escrito por Unabomber era un texto de 35 mil palabras -dividido en 232 puntos- que se publicó como un suplemento de ocho páginas independiente de la sección de noticias. El escrito llamaba a la revolución mundial contra las “consecuencias de la sociedad moderna”. Daba por hecho que la Revolución Industrial había supuesto una catástrofe para la humanidad porque “obliga a la gente a comportarse de un modo cada vez más alejados de los patrones naturales de la conducta humana”. De allí, afirmaba, se derivaban varios trastornos psicológicos, entre ellos el izquierdismo, y los que padecían miles de seres humanos “sobresocializados”; sugería un retorno a la sociedad primitiva y veía a la tecno industria y al desarrollo como una amenaza para la libertad.
Los diarios no estaban decididos a publicar el manifiesto de Unabomber, ya que no creían en su promesa de terminar con los atentados. Luego dedujeron que cualquiera fuese la decisión que tomaran, los atentados seguirían. Los dueños de los diarios se pusieron de acuerdo y avanzaron. Publicar el documento tenía a todas luces una sola ventaja: alguien podía identificar al Unabomber a través de sus palabras. Aquella publicación se produjo el 19 de septiembre de 1995, hace 30 años.
Y ese hecho cambió la situación imperante hasta el momento. A los diarios llegaron miles de llamadas de gente que creía conocer a Unabomber. Hasta que David Kaczynski sugirió que su hermano Ted podía llegar a ser el terrorista.
David reconoció el estilo y ciertas frases presentes en el manifiesto, especialmente la expresión: “No puedes comerte la torta… y seguir teniéndola”, característica de su hermano Ted. A partir de esta revelación, el FBI localizó a Theodore John Kaczynski en una cabaña ubicada en las profundidades del bosque de Lincoln, Montana. Al ser arrestado, el 3 de abril de 1996, encontraron en la cabaña diarios personales y cuadernos con detalles minuciosos sobre la fabricación de bombas caseras, confirmando la autoría de los atentados.
Tras una extensa investigación judicial, la condena se perfiló como ejecución en silla eléctrica. No obstante, informes psiquiátricos que sugerían esquizofrenia y el testimonio en favor de la defensa por parte de David, modificaron el resultado: el tribunal impuso varias cadenas perpetuas consecutivas, en régimen de aislamiento.
Ted Kaczynski tenía cáncer y el 10 de junio de 2023, a los 81 años, se suicidó en la cárcel de Carolina del Norte, donde estaba detenido.
Nacido el 22 de mayo de 1942 en Chicago, Illinois, Theodore Kaczynski demostró desde la infancia una inteligencia excepcional: en la escuela primaria, se le midió un coeficiente intelectual de 167,3 puntos, superando ampliamente el promedio y a figuras históricas como Albert Einstein, Charles Darwin, Stephen Hawking y Bill Gates. Sus padres, Theodore Richard y Wanda Dombek, descendientes de inmigrantes polacos, diseñaron para él un futuro brillante, logrando que su hijo saltara de quinto a séptimo grado de manera directa en el colegio Evergreen Park Central.
Ese salto, sin embargo, lejos de aportar bienestar, implicó una experiencia traumática para Ted. Sus compañeros –mayores en edad– fluctuaban entre el acoso y la indiferencia. Durante su posterior proceso judicial, confesó que “la semilla del mal estaba sembrada” por esa etapa, donde el aislamiento social caló hondo y definió en parte su devenir.
Las matemáticas, disciplina central en su vida, nunca presentaron dificultad real para él. La facilidad con la que resolvía problemas lo llevó a avanzar rápidamente en la currícula escolar y a graduarse dos años antes que sus pares. A los 16 años, fue admitido en Harvard, donde sobresalió con las calificaciones más altas en cursos de lógica, especialmente bajo la dirección del profesor Williard Quine, logrando una puntuación de 98,9 sobre 100.
Durante su paso por Harvard, participó inadvertidamente en el proyecto MK Ultra, un programa experimental promovido por la CIA y disfrazado de curso de Filosofía. Los participantes, incluidos Ted, fueron sometidos a bombardeos psíquicos intensos: atados a sillas, rodeados de espejos, con luces potentes y acosados por baterías de preguntas, todo registrado en video y audio. Posteriormente, debían revivir la experiencia, exponiéndose a sus propias reacciones, en una dinámica que el informe de cierre evaluó como “emocionalmente estable”, aunque Kaczynski declaró después que este hecho dejó una marca indeleble en su psiquis.
Concluido su paso por Harvard, Ted continuó su formación en la Universidad de Michigan, donde accedió al doctorado en matemáticas antes de cumplir los 25 años. Posteriormente, en 1967, obtuvo el puesto de profesor ayudante en la Universidad de California, Berkeley. Dos años más tarde, abandonó abruptamente su posición académica, marcando el comienzo de una transformación radical en su existencia.
En 1971 se trasladó a una solitaria cabaña en el bosque de Lincoln, Montana. Ese refugio, diseñado y edificado por sus propias manos, carecía de luz eléctrica y agua corriente. Su etapa de aislamiento se vio marcada por la búsqueda de autosuficiencia: aprendió técnicas de supervivencia, recurrió a la caza y pesca, y profundizó su desapego de la sociedad.
A lo largo de su trayectoria criminal, Kaczynski modificó y perfeccionó sus métodos. Inicialmente, las bombas poseían un carácter rudimentario, pero después de la experiencia fallida en el vuelo de American Airlines en 1979, se obsesionó con el perfeccionamiento de los mecanismos, introduciendo mejoras para eludir la detección y maximizar su capacidad destructiva. Cada envío guardaba trazas personales: el tallado manual en la madera, el uso de materiales cotidianos y técnicas al margen de circuitos comerciales. El hallazgo de los diarios y cuadernos en la cabaña sirvió como prueba directa, ya que allí narraba paso a paso los procedimientos de fabricación y colocación de las bombas.
El final de una pesquisa gigantesca que no había dado resultados, se halló luego de la publicación del manifiesto de Unabomber, ocurrida hace exactamente 30 años.