Un paseo por la muy bonita y poco conocida costa oriental de Taiwán

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Lo primero que vi al llegar a un sendero del Parque Nacional Yushan, en Taiwán, fue a un saxofonista que tocaba al borde del camino. Con los ojos cerrados, estaba inmerso en su música, rodeado de asombrosas montañas y verdes bosques. Parecía expresar su alegría por estar en la naturaleza, que en Taiwán, descubrí, nunca está lejos.

Al entrar en el parque, las tenues notas del saxo se mezclaban con los insistentes murmullos de las cigarras y el susurro de las hojas. Al recorrer una parte del histórico Sendero Walami, en un parque habitado desde hace mucho tiempo por grupos indígenas, mi acompañante y yo solo vimos a un puñado de personas. Sobre todo disfrutamos de sensacionales vistas de cascadas y valles fluviales, y buscamos fauna esquiva como ciervos muntjac y macacos de Formosa. Cuando cruzamos un puente colgante que se balanceaba con suavidad, el mundo parecía muy lejano.

Era difícil creer que el inicio del sendero estaba a un breve trayecto en taxi de una importante estación de tren de Hualien, la ciudad más grande de la accidentada costa oriental de Taiwán, donde viven unas 100.000 personas.

No sabíamos mucho sobre viajar por Taiwán antes de nuestra visita de una semana. Por supuesto, estaba familiarizada con las palabras de moda del turismo, como el té de burbujas, los mercados nocturnos y el Taipei 101, que parece un tallo de bambú. Pero desconocía el alcance y la accesibilidad de la abundante naturaleza de Taiwán hasta que hablé con expertos locales.

Los turistas internacionales tienen un «escaso conocimiento» de Taiwán, dijo Michael McCreesh, cofundador de Origin Wild, una empresa turística local.

«El 70 por ciento del país está cubierto de bosques y montañas, pero la imagen de Taiwán que tienen muchas mentes occidentales es la de un centro industrial de fabricación que es un paisaje urbano infernal», dijo.

En la costa este –donde «Taiwán realmente brilla», según McCreesh– se pueden vivir experiencias al aire libre de primera categoría, como el senderismo, el ciclismo, el surf, el buceo y el barranquismo, y en general se puede llegar a todas ellas en un rápido viaje en tren o en coche.

Mi objetivo era explorar la costa este del país. Empezamos en Taitung, una relajada ciudad de la costa sudoriental de la isla oblonga, y viajamos en coche y tren durante una semana, para terminar el viaje en Taipéi, en la parte norte de la isla.

En el tranquilo municipio de Yuli, nos zambullimos en las aguas hirvientes y sulfurosas de unas aguas termales descubiertas hace un siglo durante la ocupación japonesa. Nos maravillamos con las carreteras que surcan las montañas del Parque Nacional Taroko y sus vertiginosos acantilados. Pedaleamos por lugares surrealistas, incluso a través de campos de arroz en Chishang, una ciudad rural de Taitung, encajonada en el valle entre las cordilleras Central y Costera. Los campos brillaban con un verde neón.

«La gente llega y tiene pocas o ninguna expectativa», dijo Mark Pemberton, fundador deLife of Taiwan, una empresa local especializada en viajes privados. «No saben que les esperan paisajes impresionantes».

Un destino con desafíos

La mayoría de las personas que visitan Taiwán proceden de otros países asiáticos. Los expertos en turismo afirman que, aunque el interés por Taiwán está aumentando, la isla enfrenta un problema de mercadotecnia.

A diferencia de otros destinos asiáticos, como Vietnam, Japón, Singapur y Filipinas, que están registrando un comercio turístico activo, Taiwán aún no se ha acercado al récord de 11,9 millones de visitantes que tuvo en 2019. Esto puede atribuirse en parte a la relación entre China continental y Taiwán.

En el verano de 2019, China –la mayor fuente de turistas de Taiwán en aquel momento– redujo drásticamente el número de ciudadanos autorizados a visitar la isla; aún están en vigor restricciones, y los visitantes de China el año pasado solo representaron alrededor del 5 por ciento del total. Desde 2022, cuando Taiwán abrió sus fronteras tras casi dos años y medio a causa de la pandemia, el crecimiento ha sido prometedor, pues 3,5 millones de visitantes llegaron entre enero y mayo de este año, casi un 11 por ciento más que en el periodo anterior.

Muchos son estadounidenses; Estados Unidos es la mayor fuente de visitantes de Taiwán fuera de Asia. Varias compañías aéreas taiwanesas están introduciendo rutas que conectan Taipéi con más ciudades de Estados Unidos –Phoenix y Dallas-Fort Worth– y EVA Air, una de las principales compañías aéreas de la isla, anunció recientemente una nueva asociación con Southwest Airlines que facilita las conexiones de pasajeros.

Además del continuo desafío que supone el aumento de las tensiones con Pekín, Taiwán es propenso a terremotos y tifones. Un terremoto mortal que sacudió el país en abril de 2024 cerró importantes atracciones a lo largo de la costa este y sigue limitando el turismo en la zona. El mes pasado, un tifón provocó fuertes lluvias e inundaciones en el condado de Hualien, donde fallecieron al menos 18 personas después de que se desbordara un lago de barrera cercano a la ciudad rural de Guangfu.

En el Parque Nacional Taroko –una de las principales atracciones turísticas de Taiwán, famosa por su desfiladero esculpido por el río y sus desafiantes rutas de senderismo–, el terremoto provocó deslaves y desprendimientos de rocas. Aunque el parque se estáreabriendo gradualmente, la mayoría de los senderos permanecen cerrados y el horario de funcionamiento de la autopista que lo atraviesa es reducido. No está claro cuándo abrirá por completo.

Varios operadores turísticos de Taiwán dicen que siguen sin recomendar Taroko. Sin esta atracción, los clientes están menos interesados en visitar la zona de Hualien en general, dijo Core Liu, asesor turístico de Topology Travel, un operador turístico local.

Mi acompañante y yo decidimos ver lo que pudiéramos alojándonos una noche en el Silks Place Taroko, un elegante hotel dentro del parque. Reabrió en enero, tras haber estado cerrado varios meses. Dentro del parque, había claros signos de daños. Escombros y rocas caídas estaban amontonados junto a la carretera principal. Un río junto al hotel, famoso por ser de un azul cristalino, corría con un color gris lúgubre por los sedimentos y los restos rocosos.

Aun así, el entorno salvaje del lujoso hotel era extraordinario. Sumergirse en la piscina de la azotea, rodeada de altísimos acantilados de mármol estratificado y cubiertos de árboles, era como flotar en el cielo. El bufé, que exhibía productos locales como la rosella (una variedad de hibisco), el pomelo, y una crujiente planta verde conocida como lirio de agua de Taiwán, era una delicia. Para mantener entretenidos a los huéspedes, el hotel ofrece un itinerario diario repleto de clases que incluyen cocina y jardinería.

«Desde el terremoto, Silks Place Taroko se ha inclinado hacia un nuevo tipo de viaje», dijo Sunny Hsieh, vocera del hotel. «Uno que celebra el arte de simplemente estar bien dentro del hotel».

Pero hasta ahora esto no ha atraído a suficientes huéspedes. La ocupación del hotel ha sido floja; este año rondó el 24 por ciento, en comparación con más del 60 por ciento antes de la pandemia.

El mundo a solo unas horas de distancia

Depender exclusivamente de taxis y trenes limitó nuestros destinos, y descubrimos que los municipios y ciudades en los que nos detuvimos, como Ji’an, Taitung y Yuli, no eran tan fáciles de recorrer a pie. Elegimos hoteles, como el Antong Hot Spring Hotel de Yuli, por su encanto y no por su comodidad respecto a otras atracciones y restaurantes. Pero tomar el tren regional fue tranquilo, con hermosas vistas de arrozales simétricos y colinas envueltas en nubes.

En Hualien, montamos en bicicletas chirriantes por un sendero costero hasta la playa de Chihsingtan, serpenteando entre canteras de piedra y bajo copas de frondosos árboles. Encontramos por casualidad una cafetería con un menú caprichosamente variado, que servía café con leche de cabra, pan recién horneado y schweinshaxe, un platillo alemán de codillo de cerdo. El camino terminó en el tranquilo pueblo pesquero de Dahan. Nos sentamos en una playa vacía y rocosa y contemplamos las imponentes montañas y el cerúleo océano Pacífico.

Dos horas y media de tren después, estábamos en Taipéi tomando cócteles en el opulento bar del vestíbulo del hotel Capella, inaugurado en abril en el distrito de Songshan de la ciudad. Después, nos dirigimos a un elegante restaurante de dim sum. Volvimos a caer en el ritmo de la vida de la ciudad, y acabamos bebiendo en el barrio de Da’an, donde hay muchos bares notables, como el unDer lab, donde la cultura del cóctel es tan venerada que un reflector ilumina las bebidas desde arriba. Fue fácil desplazarse por la ciudad y, más tarde, al aeropuerto, con el eficiente metro de Taipéi.

Los expertos en viajes que viven en Taiwán destacaron que esta variedad es lo que distingue a la isla como destino, y su mercadotecnia turística no lo muestra de forma adecuada.

«Puedes disfrutar de la montaña y el mar, e incluso de la vida urbana, quizá en un solo día», dijo Liu, y añadió que la mercadotecnia de Taiwán suele mostrar las mismas pocas cosas: fideos con carne y los legendarios dumplings rellenos de sopa conocidos como xiaolongbao.

Los dos últimos días que pasamos en Taipéi fueron un contraste discordante con los paisajes salvajes y rurales de la costa este y con las ciudades más tranquilas. Aquí, había bulliciosas calles comerciales especializadas repletas de vendedores de té, medicina tradicional y mochi. Visitamos templos ornamentados y mercados nocturnos que vendían especialidades locales, como lu rou fan, una aromática panceta de cerdo estofada sobre arroz con la que aún sueño.

El último día del viaje, ansiaba otra dosis de aire libre. Pero una tormenta truncó mis esperanzas de ir de excursión al Parque Nacional de Yangmingshan, una cadena montañosa con aguas termales y picos volcánicos a una hora en autobús de Taipéi. Cambié de marcha para vivir otro tipo de experiencia emblemática de Taiwán. En Sihai Soy Milk, una tienda de desayunos de Datong, inhalé una humeante sopa de dumplings y una sabrosa leche de soja salpicada de trocitos de masa frita. Estaba segura de que había empezado bien el día.

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Christine Chung
es reportera del Times. Cubre aerolíneas y viajes comerciales.

Chang W. Lee
ha sido fotógrafo del Times durante 30 años, cubriendo acontecimientos en todo el mundo. Actualmente reside en Seúl. Síguelo en Instagram @nytchangster.

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