¿Un presidente robot?

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A Thaddeus Clagget, de la Cámara de Representantes de Ohio, Estados Unidos, se le ocurrió presentar un proyecto de ley para que se prohíba el matrimonio entre una persona y la Inteligencia Artificial. El hombre tiene miedo de que los robots puedan adquirir personalidad jurídica y tomar decisiones que afecten a las personas. Por ejemplo, ejercer poderes notariales o financieros.

Lo vamos a decir de un tirón: ese hombre no está bien. O ya tiene bastante con la pareja, los suegros, hermanos y cuñados como para temer que, con un mísero algoritmo, un robotito termine de saquearle la billetera que hace rato le bolsiquea la parentela de carne y hueso.

Nos parece una prevención exagerada la del amigo del norte. Veámosle la parte buena a casarse con un Lego cibernético con habilidades. Arranquemos por la mañana: nos puede preparar el desayuno como nos gusta, sin chamuscar las tostadas, en horario y sin dirigirnos la palabra. Para los que nos levantamos chinchudos, eso es el paraíso.

Al salir de casa, le podemos dejar estipulada una larga serie de tareas por las que no nos pasará factura, no tendremos que blanquearlo ante la ARCA ni pagarle feriados, vacaciones ni aguinaldos, esas cositas que padece más del 40% de los humanos argentinos por desidia o viveza de otros humanos.

Lo mismo a la hora de la cena. Posterior silencio y disfrute de la serie que más nos gusta y sin tener que compartir el control remoto. Podemos hablarle, es cierto, pero lo que responda no va a ser vinculante.

A la hora de ir a dormir, evitaríamos el divorcio. ¿Qué no es para tanto? La cuestión ya está estudiada, querido lector. No hace mucho, The Washington Post publicó un artículo sobre una investigación referida a cómo la temperatura del aire acondicionado puede llevar a las parejas al límite. El estudio científico partió de consideraciones importantes sobre las diferencias constitutivas de la masa corporal entre hombres y mujeres, la lentitud de algunos metabolismos entre diferentes mamíferos y cuestiones de adaptabilidad para terminar en que otra de las razones de peso de por qué unos bajan el termostato y otros lo suben es la económica: el costo de la tarifa de electricidad. Deuda mata cientificismo.

La IA nos proporciona otros beneficios: no ronca –es cuestión de programarla-, no padece sonambulismo ni se le ocurre encender veladores porque el insomnio la ataca a las 4 de la madrugada en vísperas de un día laboral.

Cívicamente mucho no nos sirve porque está preparada para no comprometerse con cuestiones políticas, salvo que le incorporemos un determinado sesgo y, entonces sí, nos dirá solo aquello que queremos escuchar.

Ergo, no va a hacer nada que no le hayamos inculcado antes. Si fuera tan inteligente como para independizarse de nuestras órdenes y tomar decisiones propias ya hubiéramos tenido un presidente robot. Igualmente, se lo preguntamos al chat GPT y nos respondió: “La IA no puede acceder al cargo de presidente porque no tiene conciencia ni valores propios ni empatía ni intuición ni vive ni sufre ni tiene cultura y carece de ética”. Mejor no le preguntamos más.

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