Los ecos de la gigantesca explosión que produjo la resolución de la Corte Suprema de Justicia convalidando la condena contra Cristina Fernández de Kirchner en la denominada causa “Vialidad” aún resuenan con fuerza al interior de un sistema político en ruinas.
Si bien aún es demasiado pronto para dilucidar si se trata de un punto de inflexión que demarca el fin de un ciclo histórico e inaugura otro de la mano de la demorada reconfiguración de un sistema político que desde hace tiempo agoniza en la más profunda decadencia, resulta más que evidente su impacto inmediato y concreto en lo que respecta a las estrategias y posicionamientos de cara al proceso electoral en curso.
Para el oficialismo libertario el desafío que le plantea esta nueva realidad que emerge tras el fallo del máximo tribunal es a todas luces evidente. Ni Milei, ni la mayoría de los referentes de su espacio, ni siquiera los trolls libertarios, lograron disimular la incomodidad generada por la forzada salida de Cristina Kirchner de la liza electoral, lo que quedó más que claro con la inédita y flemática moderación del propio presidente y sus adláteres al referirse a la resolución judicial. Una reacción que contrasta fuertemente con el habitual estilo destemplado, agresivo e impasible que caracteriza la comunicación presidencial y que se amplifica a través del hiperactivismo de la militancia digital.
Es que el Presidente y sus estrategas siempre se ilusionaron con una victoria frente a la ex mandataria en las urnas, un “trofeo” que pudiesen exhibir tanto fronteras adentro como hacia los mercados en el exterior, con la intención de recrear el mito de un San Jorge que mata al dragón, nos salva de las fuerzas del mal, y coloca la piedra basal para la definitiva reconstrucción de la grandeza nacional.
Una narrativa que, en lo fáctico, implicaba recrear un escenario de fuerte polarización anclado en la presencia gravitante de Cristina Fernández de Kirchner en el tablero electoral, procurando definir estratégicamente los términos de la contienda y los criterios para la discusión política en torno al ya lanzado slogan “kirchnerismo o libertad” que, por cierto, había tenido su debut exitoso en las elecciones porteñas del pasado mes de mayo.
Lo cierto es que cuando el oficialismo creía -al menos en lo que respecta a la estrategia electoral- tener todas las respuestas, cambiaron todas las preguntas. Si bien no cambió la centralidad de Cristina Fernández de Kirchner, la prisión e inhabilitación de la ex mandataria introduce altas dosis de incertidumbre en un proceso que los libertarios aspiraban a dominar a discreción, habilitando no solo la estrategia de victimización y una narrativa de proscripción cuyo impacto político y electoral recién podrá dimensionarse en los meses venideros, sino dando inicio también a un ciclo de protestas y movilizaciones que podrían “tensionar” el dispositivo represivo del que el propio gobierno se ha jactado para mantener el “orden” en las calles, con las potenciales consecuencias violentas que podrían derivarse de ello.
Sin Cristina en la boleta bonaerense, pero embanderada con una narrativa de proscripción muy cara a la historia y liturgia peronista, y con una unidad del Justicialismo que termina imponiéndose -aún transitoriamente- más por factores externos que por convicciones propias, los libertarios se verán forzados a reconfigurar su estrategia electoral.
Una reconfiguración estratégica que, a priori, obligaría a Milei a salir de su zona de confort: ya no podrá únicamente agitar el siempre vigente y efectivo recurso del “miedo”, azuzando el temor de que retornen los “fantasmas” del pasado, para erigirse como el único capaz de exorcizarlos. El principal desafío, en este plano, es que probablemente el foco de atención volverá a ser la gestión, reconfigurando lo que se pensaba una estrategia de polarización para pasar a una estrategia más anclada en plebiscitar su gestión. Y aquí, aún con el descenso marcado y sostenido de la inflación que pueda atribuirse como mérito al propio programa, es lógico que haya un desplazamiento de las preocupaciones ciudadanas hacia otros temas como el empleo, la inseguridad o los salarios, que puedan interpelar de otra manera al gobierno nacional.
Además, si el antikirchnerismo dejara de ser un clivaje significativo a la hora de construir estrategias electorales, ello podría introducir cierta complejidad en la relación con el PRO en general, y en la negociación del “acuerdo” electoral bonaerense en particular. Más aún si, como ha ganado fuerza en las ultimas horas, el gobernador bonaerense estuviera dispuesto a revisar su decisión de desdoblar el calendario electoral, desacoplando la elección provincial (7 de septiembre) de las legislativas nacionales (26 de octubre)
Así las cosas, aún con la incógnita de si el peronismo logrará “capitalizar” la condena a la ex presidenta como disparador para la reorganización política y electoral o si eventualmente será un motivo más disputas internas o un hecho percibido como “tapón” para la reconfiguración en torno a nuevos liderazgos, el oficialismo libertario deberá encarar el proceso electoral con una nueva estrategia, a la vez que gestionar los asuntos públicos con un conflicto que podría generar tensiones e incertidumbres tanto en la calle como en instituciones como el Congreso e, incluso, en la propia justicia.