Un viaje en buque a Colonia, un joven discapacitado que desapareció sin dejar rastro y un mensaje por altoparlante: “Mami te busca”

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José Manuel Yedro junto a su hermano menor Francisco, al que todos llamaban “Paco”

Cuando le sonó el celular, José Manuel Yedro no tenía idea de que su vida y la de su familia estaban a punto de cambiar para siempre. Fue el 25 de julio de 2015 alrededor de las 14.45. Del otro lado, la voz de un desconocido, un pasajero que había viajado ese día a Colonia del Sacramento, le dijo: “Tu hermano desapareció y estamos con tu mamá. Vení urgente para acá”. José no entendía nada. “¿Cómo que desapareció?”, preguntó. Luego lo pusieron en línea con su madre que, en estado absoluto de shock, solo alcanzó a decirle: “Se cayó al agua”.

Horas antes, a las siete de la mañana de ese sábado, él mismo los había despedido en Puerto Madero. Francisco —su hermano menor, de 23 años y con una discapacidad mental severa— embarcó en el Eladia Isabel junto a su mamá, Esther, rumbo a Uruguay. El plan era hacer una escapada para que “Paco”, que requería asistencia constante, conociera el lugar. José los saludó con un: “Que lo pasen lindo”, les dio un abrazado a cada uno y volvió a su casa sin imaginar que esa sería la última vez que vería con vida a su hermano.

Cuando recibió el llamado, no dudó: se subió al primer buque que salía hacia Colonia, con lo puesto. Viajó solo. Al llegar, fue directo a la base de la Prefectura, donde estaba su madre acompañada por algunos pasajeros, entre ellos, Iván Esquivel, el hombre que lo había llamado por teléfono. “Lo que hicieron con tu mamá no tiene nombre”, le aseguró.

A partir de ese momento, “empezó el infierno”. Fueron diez días de búsqueda desesperada, gestiones contrarreloj entre la Prefectura uruguaya y la Prefectura argentina, versiones cruzadas, hipótesis y una única certeza: Paco había caído al agua y nadie lo había visto. El cuerpo apareció el 5 de agosto, flotando en costas de Punta Indio, cerca de la ciudad de La Plata.

Esta semana se cumplieron diez años de aquel viaje que terminó en tragedia. “La causa judicial sigue sin culpables. Quedó cajoneada”, le cuenta a Infobae José Manuel Yedro, quien decidió hablar por primera vez. “Nunca conté esto tal cual pasó. En su momento tuve una depresión muy grande. Fue demasiado. Y lo más duro fue lo que vino después: nadie se hizo responsable”, dice.

Paco nació con el Síndrome de Nicolaides Baraitser, un trastorno genético poco común, caracterizado por discapacidad intelectual, rasgos faciales distintivos y otras anomalías físicas

Un chico alegre y cariñoso

Paco nació con el síndrome de Nicolaides-Baraitser, un trastorno genético poco común caracterizado por discapacidad intelectual, rasgos faciales distintivos y otras anomalías físicas. Actualmente, hay alrededor de 300 casos confirmados en todo el mundo. Según José Manuel, el diagnóstico se lo dieron a los 15 años, tras una consulta en el Hospital Garrahan. “Mi hermano tenía una discapacidad mental del 90% y un principio de autismo. Usaba pañales. Había que asistirlo. Le costaba bastante caminar. Tampoco hablaba. Se comunicaba mucho con las manos”, recuerda.

A pesar de las dificultades, Paco tenía un costado sensible y amoroso. “Era un chico muy alegre. No le gustaban las peleas. Si vos discutías con alguien, te agarraba la mano y te llevaba con la otra persona para que hicieras las paces. Era muy cariñoso, siempre estaba con una sonrisa”, agrega.

José Manuel —que hoy tiene 39 años y vive en la localidad bonaerense de Berazategui junto a su pareja, Malvina— es el mayor de los tres hijos del matrimonio Yedro. Actualmente, se desempeña como técnico informático y docente de escuela secundaria. Desde que su papá murió, en 2007, fue su madre quien se ocupó principalmente de Paco. “Mi hermano asistía a un centro educativo terapéutico (APINA), donde pasaba el día. Después lo cuidaba mi mamá. Estaba todo el tiempo con ella y, si ella no podía, estaba yo”, explica.

La familia hacía lo posible por integrarlo a distintas experiencias. “Siempre tratamos de llevarlo a lugares. Desde paseos en catamarán por el Tigre hasta salir a comer afuera. Para nosotros era importante que, dentro de la discapacidad que tenía, no estuviera encerrado”, dice.

Paco (en el centro) junto a su hermano José Manuel y su pareja, Malvina, en un paseo en catamarán por el Tigre

“Paco se me fue”

La mañana del sábado 25 de julio de 2015, el Eladia Isabel zarpó de Puerto Madero rumbo a Colonia del Sacramento cerca de las 9.45. No era un servicio express: el cruce demoraba cerca de tres horas. Según relataron testigos a bordo, todo transcurrió con normalidad hasta que, alrededor de las 12, Paco desapareció sin que nadie lo advirtiera.

Iván Esquivel, uno de los pasajeros que viajó delante de Francisco y su madre, recuerda que el joven se movía entre los asientos y sonreía. “Paco era un chico y quería jugar. Varias veces me tocó el pelo, el celular o la mano. A mi mujer también. Si le ponías el pie, te aplaudía para que lo dejaras pasar”, contó en una entrevista con Telenoche, que figura más abajo en esta nota.

De acuerdo con el relato de Esquivel, en un momento del viaje Paco y su madre fueron juntos al buffet. Almorzaron, volvieron a sus asientos y él se durmió sobre su regazo. “Un rato después, lo vi pasar caminando, muy despacito. Pensé que iba a seguir dando vueltas. Pasaron 40 segundos, 60 como mucho, y la madre se levantó y dijo: ‘Paco se me fue’”, relató.

A partir de ese instante se desató una búsqueda frenética en el barco. Según declaró el Capitán de la tripulación, la Comisaría de a bordo fue quien le avisó que había un pasajero extraviado. “Hasta último momento asumí que la persona estaba en el barco. La madre en ningún momento dijo que se había caído al agua. Sus palabras fueron: ‘Estoy buscando a mi hijo y no lo encuentro’”, sostuvo.

Unos veinte minutos después, al no tener novedades, se activó el protocolo: se avisó a Prefectura y se cerraron accesos a sectores restringidos. Las búsquedas incluyeron baños, cubiertas, salones comunes y la bodega (a la que solo podía accederse acompañado por personal). La mamá participó en todo momento. Incluso la hicieron hablar por altoparlantes: “Mami te busca”, le habría dicho.

Cuando el buque amarró en Colonia, también se revisaron las instalaciones de la terminal y zonas de aduana. No hubo resultados. Nadie vio nada. Nadie escuchó un ruido. Nadie encontró una pertenencia.

Los testimonios oficiales indicaron que las cámaras de seguridad estaban funcionando parcialmente y su revisión no aportó datos relevantes: ninguna era monitoreada en tiempo real. Tampoco se hallaron testigos que hubieran visto al joven acercarse a una zona de riesgo ni se detectaron fallas en los protocolos del barco. Sin embargo, tampoco hubo indicios claros de una caída.

La versión de la familia

José Manuel Yedro, hermano de Paco, sostiene que no todo lo que se dijo se ajusta a la realidad. “Por la cubierta no pudo haber caído: había muchísima gente. Él tenía una discapacidad motriz; si subía y bajaba escaleras, era a gatas. No podía hacerlo solo. Para nosotros, la hipótesis más fuerte siempre fue que accedió a la bodega —donde estaba el estacionamiento con autos—, que tenía toda una parte abierta, y se resbaló”, afirma.

Según contó a este medio, en esa zona había una pareja que permaneció dentro de su auto —pese a que estaba prohibido— y que dijo haberlo visto caminar. “Nunca supimos quiénes eran. Probablemente, no tomaron conciencia de que Paco era una persona con discapacidad”, sostiene.

Para José Manuel, la empresa no se manejó bien y recién tomó el caso en serio cuando el buque amarró en Colonia y Paco seguía sin aparecer. “Ahí hicieron la búsqueda completa, sobre todo del barco. En ese momento le pidieron a mi mamá que le hablara a mi hermano desde un micrófono: ‘Háblele, dígale que salga de donde se escondió’. Pero él no era de esconderse. Tenía autismo, y lo que menos le gustaba era el encierro”, explica.

“A eso sumale la hostilidad de algunos pasajeros hacia mi madre. Algunos la insultaban, otros le decían que ella había tirado a mi hermano. Todas barbaridades… y la tripulación jamás intervino”, agrega.

“A Paco lo extrañamos todos los días”, dice su hermano

“Fueron diez días de infierno”

Lo que siguió fueron diez días interminables en Colonia del Sacramento. La familia quedó varada en un país ajeno y sometida a una rutina asfixiante de idas y vueltas con Prefectura. “El gran problema fue que desde Uruguay le habían pedido ayuda a la Prefectura argentina para la búsqueda y la Prefectura argentina no quería hacer nada”, cuenta José Manuel. Y agrega: “Cada vez que llamábamos, nos decían: ‘Es una cuestión de Uruguay’. Se desligaban rápido”.

En ese contexto, la familia Yedro elevó un pedido urgente al ministerio de Defensa. La carta, dirigida a Agustín Rossi, imploraba que se ampliara el número de unidades de búsqueda de la Armada Argentina en el Río de la Plata. “Agradezco la voluntad de carácter humanitario puesta de manifiesto en la forma en que vienen desarrollándola los buques de la Armada y la Prefectura Naval de Uruguay”, cerraba el texto.

Mientras tanto, los medios locales y argentinos cubrían la noticia, muchas veces reproduciendo datos erróneos, como por ejemplo, que Paco tenía Síndrome de Down o que era menor de edad. José Manuel, sin embargo, habló poco. “Mirando hacia atrás, creo que fue un error. Estaba tan enfocado en la búsqueda que prácticamente no daba entrevistas a los periodistas. Teníamos miedo. Cuando llegamos, algunas voces nos advirtieron: ‘Tengan cuidado porque no conocen a la Justicia uruguaya. Capaz la culpan a su mamá y termina detenida’”.

Cuando ya las esperanzas comenzaban a desvanecerse, llegó la noticia más temida. El 5 de agosto, diez días después de su desaparición, un buque mercante, llamado Punta Loyola, encontró un cuerpo flotando en el Río de la Plata, en la zona de Punta Indio. “Nos mostraron fotos y lo reconocimos”, recuerda José Manuel.

La autopsia determinó que murió ahogado.

La carta que envió la familia Yedro al Ministerio de Defensa

Una década sin Paco

Después de aquel viaje fatídico nada volvió a ser igual para los Yedro. “Regresar a casa fue duro. Teníamos todo acomodado en función de Paco y todo eso quedó vacío”, cuenta José Manuel. La familia intentó avanzar judicialmente, pero no prosperó. “Tuvimos una audiencia por el lado civil, la empresa se presentó, pero yo no estaba de acuerdo con lo que proponían los abogados. Después tuve una depresión muy grande y me frustré, así que no seguí con la causa”, explica.

Un año después José Manuel viajó a Uruguay con su pareja para entregar unas placas a quienes ayudaron a buscar a su hermano, entre ellos, la Asociación Honoraria de Salvamentos Marítimos y Fluviales.

El cuerpo de Paco descansa en un nicho en el cementerio Parque Municipal de Berazategui. “Podría decir que fue un accidente, porque hasta donde sé nadie lo empujó ni lo tiró al agua. El problema fue todo lo que vino después”, dice. Y se despide: “A Paco lo extrañamos todos los días. Cuando hablamos de él, hablamos diez puntos, pero no de lo que pasó. Eso quedó como enterrado”.

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