Alejandra Esteve probó ejercer su profesión de arquitecta en diversos ámbitos por 12 años. Arquitectura comercial, residencial, restauración de patrimonio, urbanismo, y hasta empleo estatal: pasó por casi todo, pero no se sentía cómoda en ninguna área. Hasta que durante un trabajo de restauración de la sala de audiencias del Palacio de Justicia de la Nación (comúnmente conocido como “Tribunales”) supervisó trabajos artesanales de broncería, boiserie y vitrales.
Entusiasmada con esas prácticas, decidió comprar una soldadora y comenzó a aprender ese oficio en un taller de Chacarita. Arrancó con pequeños proyectos dentro de su casa, y no paró. Hoy lidera Morsa Taller: un estudio que combina diseño y ejecución de obras de herrería atípicas, que pueden ir desde un vanitory o muebles de cocina en chapa hasta una ampliación hogareña de construcción en seco.
Cómo lo hice
-La herrería es un oficio mayormente ejercido por hombres, ¿cómo fue entrar?
Al principio, mi maestro, que se llamaba Argentino Silva, se sorprendió de que quisiera aprender esto, pero cuando vio mis ganas y compromiso me ayudó mucho. Es un ambiente en el que hay que ganarse el respeto. Hace unos años hice una pasantía en un taller prestigioso de Berlín, ErtlundZull, e incluso ahí, en una sociedad muy abierta y diversa, tuve que ganarme el lugar. Al principio pensé “¿En qué me metí?”, pero después el jefe de taller me felicitó.
¿Cómo fue esa experiencia y qué te aportó?
Me sorprendió que valoraran que soldara con electrodos, algo más básico, cuando allá usan MIG o TIG, tecnologías más avanzadas. Aprendí a usar esas herramientas, con las que uno tiene que ser muy metódico y riguroso, especialmente en la terminación y el punto de soldadura.
Trabajé en piezas para la exposición de un arquitecto llamado Sam Chermayneff y aprendí mucho del funcionamiento de un taller grande y la forma de encarar los trabajos. Cuando volví, alquilé un espacio compartido en Villa Crespo para montar Morsa Taller, donde convivo con gente de arquitectura, marroquinería, diseño, cerámica y electrónica. Y me voy asociando con colegas como Martín Mercante o Santiago Legnini Otero para determinados trabajos.
¿Cómo es tu proceso de diseño?
No hago renders, trabajo en AutoCAD, dibujando axonometrías. No planifico todo antes, me gusta experimentar y resolver en el momento. Que haya un ida y vuelta con los clientes, donde yo tenga injerencia, y no sea solo ejecutar pedidos.
He pensado en tener algunos productos terminados, y lo más parecido es un sistema modular de biblioteca con varillas muy finas y estantes de chapa que se posan en ella. Cuando lo estaba armando, muchas personas me decían “no va a aguantar”, y sí, aguanta (risas). Pero me gusta que cada proyecto sea diferente.
¿Cuáles fueron tus trabajos más desafiantes?
El más grande fue la ampliación de un taller con una estructura liviana y autoportante, dividida en tres tramos. Fue un desafío que me mantuvo despierta toda la semana. Lo hice con un herrero con el que colaboro, llamado Nelson Flor Reyes, y con la arquitecta Emilia Pascarelli. También disfruto hacer muebles de baños y cocinas.
Otro proyecto reciente fue la refacción de un departamento, donde la clienta participó mucho, y Santiago hizo el equipamiento. Y también una oficina móvil, que hicimos de cero, desde la carrocería hasta toda la estructura y revestimientos externos e internos.
¿Qué te sigue entusiasmando del oficio?
Me encanta combinar arquitectura y herrería, partir de una mirada más macro y llegar a lo micro de la ejecución. Trabajar yo el hierro directamente en lugar de delegar la producción me da flexibilidad, porque puedo corregir errores y experimentar. Y, a la vez, a medida que conozco mejor el material y el proceso, proyecto con más libertad. Es una ida y vuelta entre la computadora y el taller, entre dibujar y hacer.