Una batalla tras otra (One Battle After Another, Estados Unidos/2025). Dirección: Paul Thomas Anderson. Guion: Paul Thomas Anderson (sobre la novela Vineland de Thomas Pynchon). Fotografía: Michael Bauman. Edición: Andy Jurgensen. Elenco: Leonardo DiCaprio, Sean Penn, Teyana Taylor, Regina Hall, Chase Infiniti, Benicio Del Toro, Tony Goldwyn, Alana Haim, John Hoogenaker, James Downey, Kevin Tighe. Calificación: No disponible. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 161 minutos. Nuestra opinión: excelente.
Una batalla tras otra es la película más política de Paul Thomas Anderson, un director que ha observado con detenimiento e inteligencia el devenir de su país en los últimos treinta años. Y asume con honestidad una impronta más lúdica que la novela original, Vineland (1990), de Thomas Pynchon, autor al que Anderson ya había adaptado en Vicio propio, y cuyo universo se remonta al hipismo de los 60 como memoria desgarrada y al presente de la era Reagan como fresco de la irremediable desilusión. Anderson elige su presente, que es también el nuestro, el de estos tiempos y el de este mundo. Y elige un arco amplio que recorre una década y media de intervalo, que une los primeros destellos de la crisis de la globalización en la era Obama, la escalada de la xenofobia, el impacto de los movimientos ambientalistas y las tensiones raciales, hasta mostrar un oscuro panorama tras el segundo triunfo de Donald Trump, en el que lejos de calmarse todo se ha agudizado. Pero en el corazón de ese mundo están sus personajes, eternos entusiastas siempre desajustados, y está su mirada autoral que combina la evaluación de una era absurda y disparatada con la conciencia de una tradición cinematográfica que le fue legada.
Con muchas licencias respecto del material literario, Una batalla tras otra nos presenta en su primer acto a dos militantes de una organización clandestina bautizada French’75, cuyo inaugural operativo consiste en la liberación de un grupo de migrantes detenidos en un campo militar en la frontera con México. Los revolucionarios son Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor), una mujer negra de vital temperamento y linaje revolucionario, inquieta y sensual, fascinada por las armas y con activa voz de mando; y Bob (Leonardo DiCaprio), su diligente compañero, especialista en explosivos, más cauto en sus decisiones y proclive a la duda y la excesiva planificación.
Su dinámica es tan erótica como beligerante, y cada acto terrorista se nutre de la adrenalina de la lucha y el mandato autoimpuesto de hacerlo en nombre del “pueblo”. O por lo menos así lo vive Perfidia, incluso en el encuentro con el Sargento Steven J. Lockjaw (Sean Penn), vigilante del campo que sucumbe al poder de su enemiga incluso en el mismo acto de su erección. Es en esa bulla incesante donde los integrantes del French’75 viven la gloria de un tiempo único y efímero en la vida de los mortales: la apuesta a la grandeza de ese ideal de “cambiar el mundo”.
Pero, como ya sabemos, el tiempo pasa y el poder se regenera, resucita y ataca siempre con más fuerza. Quince años después de esa gesta revolucionaria signada por el ego y la furia, pero también por la derrota y la traición, Bob y la hija que tuvo con Perfidia se exilian en un pueblo californiano: Bob envejece entre la marihuana y las tardes calurosas viendo La batalla de Argel, y Willa (Chase Infiniti) transita su adolescencia apadrinada por el sensei de origen mexicano, Sergio St. Carlos (Benicio del Toro), entre las artes marciales y los bailes escolares, exorcizando la tensa paranoia que subyace en la convivencia familiar. Hasta que la Historia y el enérgico Lockjaw deciden ir a buscarlos, para borrar el propio pasado y escribir la entrada triunfal en una logia supremacista que oscila entre el horror y el ridículo.
Anderson retrata a Estados Unidos en extremos espejados de locura, y utiliza el talento extraordinario de Leonardo Di Caprio para una impensada comedia, conjugando sus diversas inspiraciones: el Dude de los hermanos Coen, su propio Rick Dalton en Había una vez… en América, y algunos guiños a los antihéroes de los 70, desde obsesivo Doyle de Gene Hackman en Contacto en Francia hasta el Marlowe de Elliott Gould bajo las órdenes de Robert Altman en Un largo adiós.
De la misma manera, el Lockjaw de Penn parece salido del delirante campamento militar de M.A.S.H., envarado en sus ridículas aspiraciones al igual que los generales de la mesa de Doctor Insólito de Kubrick, convertido en la marioneta de ese poder al que cree pertenecer. La cámara de Anderson persigue como nadie la paranoia que envuelve a sus criaturas, alimento esencial del espíritu que definió a sus maestros de los 70 y que entiende como clave de lectura para nuestro tiempo.
Por último, Una batalla tras otra expresa la ambición épica de su director en tanto convierte a su película más cara, con una de las mejores bandas sonoras de su filmografía y escenas en VistaVision de un despliegue y una destreza asombrosas -sobre todo la persecución final en onduladas carreteras-, en una toma de posición valiente y decidida ante un mainstream que ha optado por disminuir los riesgos. De hecho, evoca los años en los que la industria de Hollywood combinó prestigio y éxitos de taquilla, y produjo un cine adulto y comprometido, capaz de apostar a la inteligencia de su espectador. Para Anderson puede que ese tiempo no esté de regreso, pero hay que ir a buscarlo con la misma convicción que a las utopías.