Una caja en un volquete, un álbum perdido en la Patagonia y un increíble archivo que reconstruye la historia colectiva del país

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Un hombre abre una caja que alguien dejó tirada en la calle, al lado de un volquete, y encuentra en su interior casi 200 fotos en blanco y negro de otro siglo. Cuerpos enclenques, ranchos humeantes, niños sin zapatos, obreros a la sombra de los quebrachales. Un siglo atrás, alguien se tomó el trabajo de fotografiar la vida dura y silvestre del monte santiagueño; un siglo después, otro la recoge del borde de la basura y le da valor. Mucho más al sur, en la Patagonia, un bisnieto descubre un álbum familiar con registros inéditos de la construcción del ferrocarril. Desde Suiza, una familia conserva los negativos originales de uno de los primeros fotógrafos argentinos. Y en Bariloche, una antigua casona de madera guarda la memoria de un explorador silencioso que trazó mapas cuando la cordillera era una incógnita.

En una “ramadita” del monte se ve a los trabajadores mateando.

Son apenas algunas de las perlas que brillan en el Archivo Visual Argentino, el proyecto que lidera el escritor e historiador Juan Pablo Baliña. Una iniciativa nacida en Instagram que ya suma más de 10 mil fotografías. Un archivo colectivo, disperso, colaborativo, que busca rescatar lo que muchas veces termina incinerado, húmedo, roto u olvidado entre escombros.

“Durante años trabajé para archivos de acá y del exterior. Me quedaba mucho material afuera, fotos que no eran mías, pero que eran de todos”, cuenta Baliña. El punto de quiebre fue cuando entendió que el mayor fondo documental que tiene la Argentina no está en los museos ni en las bibliotecas, sino en las casas. En los álbumes familiares. En cajas arriba del ropero.

De sombrero oscuro y bigotes blancos, el famoso ingeniero Jacobacci.

El 90% de lo que tenemos proviene de particulares. Son familias que quieren compartir sin desprenderse. Con cualquier teléfono y un poco de esmero se puede hacer una muy buena reproducción”, explica. A través del perfil @archivovisualargentino, Baliña no solo publica las imágenes, también arma relatos, suma contexto, y —sobre todo— abre preguntas. “Generalmente, las narrativas históricas se presentan como bloques cerrados. Es un error conceptual. Nosotros tenemos un montón de dudas y las redes nos permiten mostrarlas. Decimos: ‘esto sabemos, pero esto otro no’. La cantidad de aportes que llegan a partir de eso es impresionante”.

1891. Militar de la frontera: recreación de la Estancia San Juan, hoy parque Pereyra Iraola.

La historia, dice, no se escribe solo con documentos. Se escribe también con recuerdos, emociones, asociaciones, músicas. “Lo que pasó por el corazón también forma parte del relato histórico”. Esa es quizás la médula del proyecto: correr el eje del prócer y poner el foco en el paisano. “Paisano —dice Baliña, citando a Atahualpa Yupanqui— es alguien que lleva su país adentro. Puede ser heredero del gaucho o no, pero es el que cree que esto vale la pena. Yo diría que llamar paisano a alguien es una cucarda, un reconocimiento”.

De algún modo, el Archivo Visual Argentino propone una nueva manera de pensar el pasado: menos vertical, menos académica, más afectiva. Acá no se trata de narrar la historia desde arriba, sino de habitarla desde adentro. Y en esa reconstrucción, lo que predomina está lejos de la nostalgia y más cerca de una fe inesperada: la certeza de que vale la pena recordar, porque recordar también es cuidar.

Historias de paisanos

Uno de esos paisanos fue Emilio Frey. Ingeniero formado en Suiza, regresó a la Argentina para meterse en los pliegues más inexplorados de la Patagonia. Armó balsas, trazó mapas, cruzó lagos con una frazada al hombro y una pavita colgando de la mochila. Fue el primer director del Parque Nacional del Sur, intendente de Bariloche, y hasta el Perito Moreno —su jefe— lo admiraba con reverencia.

Emilio Frey fue el gran referente de la Comisión de Límites con Chile en la zona del Nahuel Huapi. Bautizó numerosos ríos, lagos y cerros.

Vivió sin buscar aplausos, esquivando homenajes. Siempre fue el segundo. Pero era él el que plantó la carpa cuando no había nadie, el que trazó los caminos, el que prohibió la tala de bosques nativos. Era de esos que prefieren servir antes que figurar”, cuenta Baliña. Hoy su antigua casa de madera se conserva restaurada, gracias a un acuerdo entre la familia y una marca de indumentaria que quiso preservar su legado.

El Perito Moreno con su admirado Emilio Frey.

Otra historia es la de Guido Jacobacci, bisnieto del ingeniero que diseñó y construyó todo el ramal patagónico que lleva su apellido. Mandó un álbum con fotos inéditas de la obra monumental. “Me encontré con un material increíble. Nadie había visto esas imágenes. Son un registro íntimo del trazado del ferrocarril”, dice Baliña.

Una locomotora descarrilada y el guinche que intentará ubicarla nuevamente en su huella de acero.La familia Jacobacci cruzando el Río Negro.

También está el aporte de la familia Ayerza, que conserva los negativos originales de Francisco “Paco” Ayerza, uno de los primeros fotógrafos aficionados del país. En 1891, Paco y su amigo Leonardo Pereyra recrearon escenas del Martín Fierro en su estancia, hoy parque Pereyra Iraola. Las fotos —con sus personajes disfrazados de gauchos— parecen sacadas de un sueño criollo.

1891. “Matando el tiempo” en un rancho de la campaña.1891. La china enancada en el overo, estancia San Juan, hoy parque Pereyra Iraola.1891. Francisco Paco Ayerza y su amigo Leonardo Pereyra recrearon las escenas del Martín Fierro en la Estancia San Juan, hoy parque Pereyra Iraola.

Baliña realiza además investigaciones históricas para familias y particulares que desean resguardar y poner en valor sus historias. Ha realizado trabajos históricos de casonas, capillas, estancias, fábricas y hasta de antiguos hoteles. Lo hace combinando la fotografía y el trabajo de archivo. Muchos de esos trabajos terminan en libros. Con las mejores historias del Archivo Visual del año 2024 prepara un libro que se llamará Paisanos 1. “Son historias particulares de los que llegaron, de los que ya estaban, de los gauchos y los indígenas. Hay mucha gente que quiso y quiere mucho a su país. A veces se cree que no son tantos, pero yo te digo: son un montón”.

Circa 1930. Acopio de durmientes en el obraje del Chaco Santiagueño: con ellos se construyó el tendido del ferrocarril de todo el Norte argentinoEn el medio del obraje se trazaron vías para poder llegar al corazón del monte y salir de allí con su madera.

Los mensajes le llegan todos los días. “Che, tengo este álbum. ¿Te sirve?”. A veces le desbordan el tiempo. Otras veces le hacen llorar. Como aquella vez que encontró las únicas imágenes que existen del obraje chaqueño en Santiago del Estero. Un lugar del que hay cientos de investigaciones y cero fotos. “Eso que estaba tirado era la oportunidad de conocer un mundo que ya no existe. Con lujos y detalles. Y alguien lo rescató”.

Escenas del único registro visual del obraje santiagueño.

No todo el mundo valora esas cajas polvorientas. La mayoría se tira. “Hay una revalorización de la foto analógica, sí, pero no alcanza. Si no aparece alguien que entienda lo que valen, esas fotos se pierden para siempre”.

Por eso, dice, el archivo no es un museo. Es un ejercicio de memoria compartida. Una práctica de reconocimiento. Lo que propone, en el fondo, es un acto de fe: creer que los recuerdos de otros también son nuestros. Que las vidas comunes merecen ser contadas. Y que reconstruir esa historia, entre todos, también puede ser una forma de futuro.

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