Una navidad de mierda. Autor: Markos Goikolea Unzalu. Intérpretes: Verónica Llinás, Alejo García Pintos, Anita Gutiérrez, Tomas Fonzi. Vestuario: Marcela Amado, Ximena Puig. Escenografía: Alberto Negrín. Iluminación: Carolina Rabenstein. Sonido: Dani Vach. Colaborador artístico: Gabriel Chamé. Dirección: Peto Menahem, Verónica Llinás. Sala: Premier (Av. Corrientes 1565). Funciones: jueves, 20.30; viernes, 21; sábados, 19.30 y 21.30; domingos, 20. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
El autor español Markos Goikolea Unzalu se mueve entre el teatro y el terreno audiovisual. Nunca he estado en Dublín o No necesitamos otro Ayax son piezas que le han aportado cierto reconocimiento. Se formó en el laboratorio de la sala Beckett de Barcelona, espacio del que han salido reconocidos dramaturgos desde hace algo más de tres décadas.
Una navidad de mierda es una comedia ligera que posee muchas resonancias en públicos de muy diversas comunidades culturales. Una noche que propone el encuentro familiar, generalmente apacible, pero que, a veces, puede transformarse en un momento caótico cuando muchos de los integrantes de esas familias deciden hacer catarsis a la hora de sacarse de encima algunos conflictos que los afectan.
Hace tres años que un matrimonio (Blanca e Ignacio) no ve a su hija (Elena) que vive en Dublín (no se aportan muchos datos sobre el alejamiento de la joven de Buenos Aires) y conviven con un hijo (Martín) que se ha separado de su mujer, quien ni siquiera le permite compartir tiempo con su pequeño hijo y vive con otro hombre.
Esa noche de Navidad es muy esperada por los tres porque se produce el regreso de su hija con su pareja, una irlandesa con quien comparte su vida hace tiempo. El trío conformado por la madre, el padre y el hijo hasta han preparado un villancico para recibirlas, la madre ha tomado algunas clases de inglés que poco ha comprendido. Pero nada importa, porque la felicidad que provoca este reencuentro es muy significativa.
La primera gran sorpresa de la noche la produce Cindy, la novia a quien nadie ve (es invisible), excepto la hija de la familia, con quien dialoga y a la que trata de explicarle ciertas cualidad de su mundo argentino.
Ante el asombro, todo comienza a desmadrarse. ¿Cómo entender la realidad de esa hija que llega con un ser tan extraño? ¿cómo dialogar con una persona a la que no se ve? ¿cómo dar sentido a una velada tan ansiada y qué, de buenas a primeras, modifica notablemente las expectativas de ese grupo familiar?
Pero ese desconcierto aumenta cuando cada uno de los habitantes de la casa muestra sus costados más inesperados, que no pueden pasar inadvertidos y que no hacen más que aumentar los conflictos.
Aunque la trama a la que da forma Goikolea Unzalu es un tanto trivial (a la vez posee valores ingeniosos) debemos reconocer que es un texto que se engrandece a través de la labor de un grupo actoral sólido y que esté dispuesto a jugar desprejuiciadamente cada situación para que la sumatoria de ellas promueva un espectáculo entretenido, divertido y del cual uno se vaya recordando las características de cada personaje antes que la historia total.
En este aspecto, la dirección de Peto Menahem y Verónica Llinás ha llevado las situaciones a un límite de exposición muy intenso. Así, cada intérprete debe ir completando, y a buen ritmo, ese entramado de contrasentidos que irán apareciendo. En verdad, nadie es como dice ser. Si Cidney no se ve, los demás pasan de la especulación a la negación de su realidad. Hay un montón de cuestiones que prefieren no ver de sus conductas pero que, desgraciadamente, asomarán en esa noche que nada tiene de especial.
Verónica Llinás en el rol de la madre vuelve a demostrar que es una comediante extraordinaria, que conduce esa acción con una energía notable. Su mejor contrapunto lo encuentra en Anita Gutiérrez, una deliciosa intérprete que se mueve entre la ingenuidad y la valentía, a la hora de hacer caer las máscaras de los personajes. Alejo García Pintos (el padre) y Tomás Fonzi (el hijo), son dos hombres casi abandonados por sus mujeres que, desde sus roles de cierta desprotección, enfrentan esas circunstancias con la mayor valentía que pueden y siempre tratando de ser muy contemplativos con el resto. Y lo logran, porque se ajustan muy bien al juego que se propone desde la dirección.