La provincia más grande de la Argentina se volvió demasiado grande para escuchar. Demasiado lejana para entender. Demasiado desigual para abrazar.
Durante décadas, Buenos Aires fue el corazón del país, pero el corazón también puede enfermar cuando no llega la sangre a todos los rincones. Hoy hay dos, tres, cinco, seis Buenos Aires diferentes: la del conurbano, la del interior, la del campo, la de la costa, la olvidada. La CABA. Y esa distancia no es solo geográfica. Es moral.
Una nueva Buenos Aires no propone dividir: propone reconstruir la unidad verdadera, la que nace de las raíces pero crece con la cercanía. Propone que el poder vuelva a estar donde está la vida, donde late el trabajo, donde se sueña el futuro.
Cinco provincias para una sola identidad. Cinco gobiernos más cerca de la gente. Cinco Buenos Aires que trabajen juntas por el bien común. Esto no es una ruptura, es un renacer.
No es una fractura, es una reforma del alma para que el Estado deje de mirar desde arriba y empiece a mirar a los ojos. Porque gobernar no es administrar distancias, es acortar desigualdades. Y no hay progreso real sin pertenencia, sin participación, sin comunidad.
Esta revolución no empieza en la política: empieza en nosotros. En cada docente que enseña para liberar, en cada productor que crea valor, en cada joven que se queda para construir. En cada bonaerense que elige creer otra vez que la esperanza no se delega: se ejerce.
Una nueva Buenos Aires no busca romper un mapa, busca reparar un vínculo. Dividir la provincia es multiplicar las oportunidades. Es volver a hacer de lo local el lugar de las raíces, pero también el de la vida presente y el futuro construible. Es recuperar el sentido de lo común, el orgullo de pertenecer, la fuerza de lo que nace cerca.
Hace cinco años -aún senador nacional–, junto a algunos estudiosos preparamos y publicamos un trabajo de propuestas estratégicas: Una nueva Buenos Aires, para renovar el pacto de unión nacional. Hoy es enteramente válido. Sostiene que es urgente reorganizar Buenos Aires.
Sin sacar a Buenos Aires del estancamiento en que está hundida, que bloquea el futuro de sus hijos, no hay futuro posible para nadie en la Argentina. Buenos Aires es parte central de la historia patria, incluyendo –a veces– el dolor del desencuentro fratricida; es casi el 40% de la Argentina actual, que incluye hermanos empobrecidos por nuestra incapacidad política de organizarnos. Sacar a Buenos Aires de la anomia actual, el más potente motor del desarrollo pendiente y posible.
Se ha generado una verdadera maraña administrativa, con eje en La Plata y variada dependencia del gobierno nacional, que en la práctica acaba siendo la caja de resonancia y el espacio donde se resuelven las necesidades bonaerenses. Mezclando las urgencias de los doce millones de habitantes del conurbano con las necesidades de un interior cada vez más lejano, desperdiciando oportunidades, diluyendo el contacto con la vida diaria, sin capacidad de escuchar la voz de los habitantes que radican a pocos cientos de kilómetros de la capital provincial.
Buenos Aires es el primer deber que con voluntad política podemos encarar juntos sus habitantes. Todos juntos: locales, iguales y distintos: cambiar nos beneficia a todos. Y no solo bonaerenses. Por su magnitud, recuperar la lozanía de Buenos Aires también será un fruto extraordinario para todos los argentinos.
La idea principal es renovarla por completo. Reconocer dos regiones: el interior bonaerense, listo para ser encarado. Y una “región urbana federal” que, asociando el conurbano con la CABA, recupere el brillo y las oportunidades que atrajeron desde el fondo de la historia a tantos inmigrantes del exterior y a millones de criollos desde el interior y los países vecinos.
Con un tramo del actual gasto administrativo, pero la visión renovada de legislaturas unicamerales y gestión profesionalizada, se pueden reorganizar los 135 municipios actuales: 40 en el norte, alrededor de San Nicolás; 33 en el sur, cumpliendo el más que centenario reclamo de Bahía Blanca, y 28 de la costa atlántica, con capital en Mar del Plata. Esas tres provincias nuevas dan ocasión a liberar las enormes energías creadoras de casi 7 millones de bonaerenses. Serán cada una de ellas, por población, dimensiones y capacidad política, tres enormes y modernos tractores del federalismo contemporáneo. La propuesta es pensar modernas legislaturas unicamerales en cada nueva provincia, reduciendo proporcionalmente la platense.
Es tal la desmesura poblacional y territorial de la actual provincia que, por sus magnitudes, las tres nuevas provincias escindidas aún serán la sexta, la undécima y la decimotercera. Los intereses de las provincias son representados por tres senadores en el Senado de la Nación. Aquí sí hay que prever un aumento de senadores. Que parece razonable. La propuesta es que respecto de los diputados nacionales no se incremente su número. Solo se atribuyan los que proporcionalmente correspondan, detrayéndolos de la nómina actual.
El conurbano más la CABA plantea otros problemas, que llevará más tiempo encarar y resolver. También se ha hecho una propuesta al respecto, pero es diferente de la que se comenta aquí.
No se puede seguir demorando ni desperdiciando esta oportunidad, expresada por la voluntad de cambio de más del 50% de los argentinos en las últimas elecciones. Y también de una manera explícita por las varias decenas de dirigentes, periodistas y politólogos que nos acompañaron –con sus matices– en el libro mencionado, en su presentación y con las crónicas periodísticas respectivas, cinco años atrás.