Fernando Funes dejó su querido San Martín en medio de la crisis del 2001 sin imaginarse que no sólo encontraría un nuevo destino sino también al gran amor de su vida:: “Lo que menos me imaginé es que en el país del Norte iba a conocer a una mendocina que, además, iba a convertirse en mi esposa y madre de mis hijas Angelina y Milena”, cuenta Fernando, todavía con un dejo de sorpresa en la voz, como si el milagro del amor siguiera siendo un regalo que no termina de comprender.
“La conquista fue de terror”
Él ya llevaba dos años trabajando como mánager en un restaurante cercano a Nueva York cuando, una tarde cualquiera, la casualidad –o la causalidad, como le gusta decir a él– los cruzó. Ella era asistente dental, y los fines de semana trabajaba como moza. “La conquista fue de terror, repleta de papelones. Todavía no entiendo cómo se fijó en mí”, se ríe Fernando, mientras repasa escenas que hoy parecen sacadas de una comedia romántica.
Una playa, una malla roja y un truco de magia fallido fueron parte del comienzo. “Me quise hacer el sexy y una ola aplastante me dejó sin aliento y hasta me sacó la malla, que logré recuperar porque la vi flotar. Todo fue muy bizarro y la gente se reía, pero al menos me abrió las puertas de una amistad”, recuerda. Carolina, imperturbable, no esbozó una sonrisa. Pero sí aceptó su compañía. Y en esa primera chispa silenciosa comenzó a gestarse algo más profundo.
La amistad se transformó en viajes, encuentros de fin de semana y, con el tiempo, en amor. Se pusieron de novios en 2003 y se casaron en 2007, en Nueva Jersey, donde hoy crían a sus dos hijas adolescentes y dirigen juntos un restaurante y una dulcería. “Carolina hace la decoración de los pasteles. Fuera de esa actividad, soy pastor misionero y ella me acompaña muchísimo”, cuenta Fernando, orgulloso de la mujer que tiene a su lado.
Lo que los une es mucho más que el amor de pareja. Los une la fe, el compromiso social y una vocación por ayudar al prójimo que Fernando arrastra desde su adolescencia. Aquellas obras de teatro ambulantes en bicicleta, junto a sus amigos del colegio, para juntar donaciones en escuelas rurales, fueron apenas el inicio de una vida consagrada a los demás.
“Siempre recuerdo esa vez que recaudamos tanto para llevar a los domicilios de los chicos que un aula de la escuela estaba repleta de donaciones. La maestra nos pidió que acercáramos la camioneta para cargar las cosas… y nos dio mucha vergüenza confesar que andábamos en bicicleta”, ríe.
Hoy, esa misma vocación se multiplica en su tarea como pastor, brindando conferencias y realizando misiones solidarias en Centroamérica, como aquella inolvidable experiencia en Guatemala tras la erupción de un volcán, donde ofició una boda colectiva con 56 parejas y regaló sonrisas a niños vulnerables con sus shows de clown.
“Nuestras raíces están en Mendoza”
Y aunque Nueva Jersey es ahora su hogar, el corazón sigue latiendo en Mendoza. “Hace poco días anduve caminando por unas viñas ubicadas en Montecaseros, en mi San Martín natal, y me puse a hablar con mi esposa de este tema. Ambos coincidimos en que nuestras raíces están precisamente en Mendoza”, confiesa.
Porque al final, Fernando y Carolina no solo encontraron un nuevo lugar en el mundo. Se encontraron el uno al otro. Y desde entonces caminan juntos. Con fe, con amor, y con la certeza de que los milagros –a veces– llegan disfrazados de papelones, olas traicioneras… y una malla roja flotando en el mar.