En una pequeña localidad de Bélgica, Yves Brunelle ha transformado su pasión por los minerales en una colección de arenas que supera las 7.000 muestras, procedentes de los rincones más diversos del planeta. Este coleccionista francés, miembro del Círculo Geológico de Hainaut en Bernissart, ha dedicado décadas de su vida a reunir y compartir su singular tesoro, una labor que, según relató a La Libre, trasciende el simple hobby para convertirse en un compromiso con la divulgación científica y la preservación del patrimonio natural.
El interés de Brunelle por los minerales surgió de manera inesperada en la década de 1970, no en un entorno exótico, sino en una estación de servicio. “Cuando llenábamos en ciertos centros turísticos, recibíamos un mineral”, recordó el arenófilo de 81 años en el diario belga La Libre. Junto a colegas de Électricité de France, logró completar rápidamente una primera colección de 24 minerales. A partir de entonces, sus vacaciones se transformaron en expediciones en busca de fósiles y minerales, una afición que lo llevó a integrarse en 2006 al Círculo Geológico de Hainaut, situado a pocos pasos del Museo del Iguanodonte de Bernissar.
Diversidad geográfica y científica de la colección de arenas
El verdadero giro en su trayectoria llegó en 2012, tras la lectura de un artículo sobre microminerales. Desde ese momento, Brunelle se volcó en la arenofilia, la afición por recolectar arenas, y asumió la responsabilidad de gestionar la colección de arenas del Círculo. Hoy, la mayoría de las más de 7.000 muestras que alberga la institución han sido recolectadas o intercambiadas por él. “Hace que la geografía funcione”, comentó con una sonrisa a La Libre, aludiendo a la variedad de procedencias: desde Cuba, Canadá, Indonesia, Hawái, India y el desierto de Gobi en Mongolia, hasta lugares más cercanos como el Etna en Italia, Santorini en Grecia, la Costa de Ópalo en Francia o diversas playas y regiones de Bélgica.
La colección destaca por su diversidad cromática y geológica. Se pueden encontrar arenas negras de islas volcánicas, rojas del Rosellón, amarillas por el azufre, verdes de la Isla de la Reunión y hasta azules, resultado de reacciones químicas. Algunas muestras, como la de Oosterzele en Flandes Oriental, son especialmente codiciadas por contener restos de dientes de tiburón, lo que en su momento atrajo a numerosos entusiastas.
Ética en la arenofilia
No todas las experiencias de Brunelle han sido sencillas. Durante unas vacaciones en Cerdeña, compartió en redes sociales su “botín” de arena, lo que atrajo la atención de la policía local. “La policía lo vio. Fue arrestado. Tuvo que devolver la arena y fue multado”, relató el coleccionista a La Libre. A pesar de estos contratiempos, su búsqueda continúa, y confiesa que su muestra soñada aún le resulta esquiva: “La arena que me gustaría tener, aún no está allí. Es una arena rosada de Japón”.
La ética y las reglas de la arenofilia ocupan un lugar central en la actividad de Brunelle y sus colegas. La “carta de los recolectores de arena” establece que el firmante “se compromete por su honor a no comprar ni vender arena coleccionable”. El intercambio, nunca la compraventa, es la norma. Durante sus salidas, los miembros de la asociación francófona de arenofilia recogen un poco más de los 15 mililitros necesarios para cada muestra, utilizando el excedente como “moneda de cambio” con otros coleccionistas.
Todos los miércoles, la institución abre sus puertas a escolares, visitantes del Museo del Iguanodonte de Bernissar y curiosos de todas las edades. Brunelle expresa su satisfacción cuando los niños se interesan por las arenas, aunque reconoce que no siempre logran captar la atención de los más jóvenes.