Con el fin del año escolar, a la vuelta de la esquina, muchos padres se enfrentan a una interrogante recurrente: ¿deben hacerle un regalo al profesor de su hijo? Aunque no se trata de una obligación formal, la costumbre se ha consolidado como un ritual en numerosas escuelas.
De acuerdo con el medio francés Le Figaro, para muchos docentes, estos detalles adquieren un valor simbólico particular, y su significado va mucho más allá de una simple formalidad. Laetitia Pérez, profesora con quince años de experiencia en la provincia de Bretaña, ha resumido el sentimiento de muchos de sus compañeros: “No me voy a molestar si no recibo nada, pero siempre reconforta el corazón”.
Diversidad de intenciones detrás de un detalle
Por otro lado, Bárbara, nombre ficticio de una maestra parisina con una década de trabajo en la capital francesa, describe estos regalos como “una muestra de reconocimiento por la labor realizada”. Su experiencia profesional la ha llevado a recibir obsequios de diversa índole, desde los más clásicos hasta los más inesperados y, en ocasiones, incómodos.
Según ha contado al medio francés, lo que más valora no suelen ser los objetos materiales, sino las palabras sinceras: “Prefiero, con mucho, las notas escritas a mano. No recibo muchos, porque la relación con la escritura varía según las familias, pero guardo cada uno de esos mensajes en una caja”, ha explicado.
El incremento de este ritual de regalos también trae consigo situaciones inesperadas y, a veces, incómodas. Según relata Bárbara, no todos los presentes resultan apropiados. Relata un episodio especialmente incómodo: “Lo peor ha sido recibir lencería o un conjunto de ropa. Son regalos muy embarazosos… Eso instala una relación ambigua con ciertas familias, algo que nunca quise tener”, ha compartido.
El fenómeno de los regalos escolares también evidencia profundas diferencias sociales. Bárbara apunta que existe “una auténtica sociología de los obsequios”, pues la naturaleza y el valor de los presentes dependen directamente del entorno familiar de los alumnos.
En escuelas de barrios acomodados, los educadores pueden recibir regalos generosos, como champán o joyas, detalla la docente. A ello se suman las alternativas más universales, como chocolates o plantas. «Las familias a menudo tenían más recursos que yo y me colmaban de regalos», recuerda.
Detalles más comunes y reconocimiento
El caso de los múltiples objetos repetidos es otro clásico: entre las tazas y los estuches con inscripciones como ‘Gracias, maestra’ o ‘Supermaestro’, el director Marc Gourmelon de Yvelines ha confesado que el volumen acumulado ya resulta cómico: “La cantidad de tazas que acumulamos se vuelve graciosa. Ya no sabemos dónde ponerlas”.
Por su parte, la profesora Amandine Micault, conocida en redes como @lalegeretedes_lettres, ha advertido sobre la importancia de no condicionar la autoestima o la valoración profesional en función de los gestos de gratitud materiales.
Según ha publicado en su cuenta de Instagram, la ausencia de un regalo no implica menos competencia ni reconocimiento al trabajo docente. “Algunos alumnos no conocen esos códigos, otros son reservados… Esperar una exhibición de agradecimiento, ¿qué dice eso de nuestra necesidad de reconocimiento?”, ha reflexionado.