Unas científicas brasileñas cazan meteoritos para la ciencia nacional

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En las aldeas y casas con techos de teja diseminadas por la vasta extensión de la campiña brasileña, los rumores se arremolinan: historias de luces en el cielo, precios susurrados en chats de WhatsApp y coleccionistas que llegan de tierras lejanas.

Desde que cayó un meteorito cerca de su casa hace tres años, Adriano Gomes, pastor cristiano evangélico que vive en la pequeña Jacilândia rural, en el estado de Goiás localizado en el medio oeste del país, se ha encontrado recientemente en el centro de la creciente curiosidad pública.

«Llegó sonando como un avión», dijo Gomes. «Tenía miedo incluso de tocarlo, sin saber lo que era».

Gomes sabía que el meteorito era valioso. Todo el mundo se lo había dicho: los cazadores que llamaron a su puerta, los foros de internet llenos de especulaciones, incluso un coleccionista de São Paulo que le ofreció dinero.

En mayo, recibió la visita de Elizabeth Zucolotto y Elisa Rocha, geólogas y miembros de As Meteoriticas, un equipo de científicas dedicadas a preservar y ampliar la colección nacional de meteoritos de Brasil. El grupo, cuyas otras integrantes principales son Amanda Tosi, astroquímica, y Diana Paula Andrade, astrónoma, viaja a regiones lejanas para recuperar rocas espaciales caídas e informar a las comunidades locales sobre su importancia científica.

Mientras tomaban un café, Zucolotto y Rocha examinaron el meteorito rocoso, que es ligeramente mayor que una pelota de tenis y pesa unos 170 gramos. Las dos geólogas dijeron que se trata de una condrita compuesta de antiguo polvo cósmico y diminutas gotas fundidas. Estas formaciones se encuentran entre los materiales sólidos más antiguos del sistema solar.

Zucolotto y Rocha dijeron que, antes de la reunión, se sentían aliviadas por haber encontrado el meteorito, pero preocupadas por si Gomes se desprendería de la roca por un precio que ellas pudieran pagar.

«No intentamos quitarle nada a usted», dijo Zucolotto. «Intentamos que se quede aquí, en Brasil, en Goiás. Para la ciencia, para todos los que lo necesitan para la investigación».

En los últimos años, los meteoritos han desatado un conflicto silencioso en Brasil. Los científicos tratan de estudiarlos, los coleccionistas tienen la esperanza de comprarlos y los habitantes locales, a menudo rurales, que los descubren han quedado atrapados en el medio.

Zucolotto, como conservadora de la principal colección de meteoritos de Brasil en el Museo Nacional de Río de Janeiro, dijo que los meteoritos tienen un gran valor científico para naciones como Brasil, donde los recursos para la investigación espacial siguen siendo limitados.

«Es como viajar a la Luna, Marte o más allá sin necesidad de gastar miles de millones», dijo.

La conservación de especímenes para uso público también genera beneficios educativos.

Antes de visitar a Gomes para negociar el precio del meteorito, Zucolotto y Rocha se detuvieron en una escuela local. Su misión: llevar los meteoritos, y el cosmos, a las aulas como parte de una campaña de divulgación científica financiada por el gobierno.

«Les enseñamos lo que es un meteorito», dijo Rocha, «para que si cae uno en su patio, sepan que no solo es dinero: es conocimiento».

Las geólogas expusieron varios especímenes en tres mesas de plástico. Rocha acercó una condrita a un imán y un niño se estremeció cuando la piedra se acercó. Una niña se asombró ante otro fragmento de roca espacial.

«¿Es de un asteroide?», preguntó la niña. Rocha asintió. «Más antiguo que cualquier fósil que hayas visto», dijo.

Antes de marcharse, las científicas organizaron un concurso y premiaron a los alumnos con amuletos en forma de estrella y corazón que contenían motas de meteorito. Una alumna demostró ser una pupila estrella.

«¿De qué está hecho el núcleo de la Tierra?», preguntó Rocha.

«De hierro y níquel», respondió una voz. Ianara Reis sonrió antes de tomar tímidamente su premio.

«¿Cuánto tarda la luz del sol en llegar a la Tierra?», preguntó Zucolotto.

«Ocho minutos», respondió Ianara.

«¿Cuál es el lugar donde probablemente caerían la mayoría de los meteoritos?», preguntó Rocha.

«El océano», dijo Ianara.

Zucolotto y Rocha le entregaron otro premio en forma de estrella.

A diferencia de Estados Unidos, que regula la propiedad y la recolección de meteoritos, Brasil carece de leyes claras. Los descubrimientos en terrenos privados pertenecen a los propietarios, pero los terrenos públicos siguen siendo una zona gris en la que a menudo se permite a los coleccionistas y compradores extranjeros superar la oferta de los científicos por estos tesoros cósmicos.

El debate sobre la propiedad de los meteoritos en Brasil se reavivó en agosto de 2020. Más de 80 kilos de meteoritos cayeron del cielo sobre Santa Filomena, en el estado de Pernambuco, lo que desató una fiebre del oro por las rocas espaciales.

Uno de ellos era una condrita de 38 kilos. Se calcula que el antiguo espécimen se formó hace 4560 millones de años y contenía minerales raros como la troilita. Los residentes recogieron rápidamente fragmentos que algunos vendieron por miles de dólares, lo que causó un frenesí que atrajo a coleccionistas de todo el mundo. Los científicos del país dieron la voz de alarma por la pérdida de material de investigación crucial.

Zucolotto y Tosi volaron desde Río de Janeiro, a más de 1600 kilómetros de distancia. Se reunieron con el dueño de un bar local, quien les presentó otro espécimen, una rara condrita negra con estrías cónicas y vetas de color naranja quemado. La piedra se había estrellado contra su tejado días antes.

«La mayoría de las condritas tienen el mismo aspecto: negras, opacas, nada especial», dijo Tosi. Pero las características de esta la convertían en «una obra maestra», afirmó.

Entonces la carrera se intensificó. Empezaron a llegar especuladores extranjeros, ofreciendo dinero en efectivo y comprando de manera agresiva. Llegaron coches con matrículas de otros estados brasileños. Grupos de hombres –extraños al interior del país– llamaron a las puertas para seducir a las familias con precios que muchos nunca habían imaginado.

La ciudad entró en una auténtica fiebre de meteoritos. La gente hacía fila en sandalias en el centro de la ciudad, algunos con rocas espaciales, otros simplemente probando suerte. Niños y adultos recorrían las calles con detectores de metales caseros construidos con palos de escoba e imanes. Cada noche, As Meteoriticas veían nuevas fotos circulando por internet: montones de dinero en efectivo exhibidos por compradores rivales.

«Parecía una forma burda de utilizar la riqueza para ganarse a la gente, alejando a los campesinos pobres de los científicos», dijo Tosi. Añadió que ambas se encontraban en desventaja por ser mujeres.

Un coleccionista de Estados Unidos le compró la roca al dueño del bar. Tras unas negociaciones en las que participó el director del Museo Nacional de Río, se llegó a un acuerdo para transferir la piedra al museo, pero solo si As Meteoriticas le reembolsaban al comprador unos 3200 dólares.

Las científicas se apresuraron. Zucolotto llamó a su hijo a Río y le pidió que volara con dinero en efectivo. Ella y Tosi recorrieron con prisa las carreteras secundarias, parando en una sucursal bancaria tras otra para retirar el resto.

Al final, lograron reunir el dinero y adquirir el meteorito, que ahora se expone en Río, con fragmentos más pequeños almacenados para su estudio en la Universidad Federal de Goiás.

Tras el alboroto de Santa Filomena, Rodrigo Vesule, investigador de derecho espacial, y As Meteoriticas iniciaron una campaña para evitar nuevas pérdidas del patrimonio científico brasileño. En colaboración con la Sociedad Brasileña de Geología, Vesule está impulsando una legislación que clasificaría los meteoritos como bienes científicos nacionales, y regularía, pero no prohibiría, su comercio.

Su propuesta se basa en leyes mineras, políticas museísticas y tratados espaciales internacionales para elaborar normas aplicables y equilibradas. «No se trata de confiscar», dijo Vesule, «sino de crear seguridad jurídica y promover una administración responsable».

No todo el mundo está convencido. A coleccionistas como André Moutinho les preocupa que la ley pueda tener el efecto de criminalizar actividades pasadas que se realizaron de buena fe. Ingeniero informático y astrónomo aficionado radicado en São Paulo, Moutinho ha rastreado todos los grandes eventos recientes de meteoritos en Brasil. Como muchos coleccionistas, ha observado con inquietud el desarrollo de la legislación.

«Si no reconocemos el papel que han desempeñado los coleccionistas en la búsqueda, documentación y conservación de estos meteoritos, corremos el riesgo de alienar a toda una comunidad», dijo. «Soy probablemente el mayor coleccionista de Brasil, y no siento que se haya escuchado mi voz».

De vuelta a Jacilândia, Zucolotto y Rocha llegaron al final de las negociaciones con Gomes sobre el meteorito que cayó cerca de su casa tres años antes.

Zucolotto describió el épico viaje de la piedra: sus antiguos orígenes, su rareza científica y su valor que, en su opinión, supera cualquier etiqueta de precio.

«Creo que te pertenece», dijo Gomes. «Si puedes igualar la última oferta que recibí».

Las geólogas reunieron el precio acordado –el equivalente a algo más de 900 dólares– y se marcharon con la roca, aliviadas.

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